“Por este y tantos otros ejemplos, es que digo que estamos “agendizados”, porque no es que estemos en la Agenda, sino que la Agenda nos ha atrapado hasta ser, ahora mismo, la hoja de ruta de un país que se quedó con el timón amarrado”
(Segunda y última entrega)
La arremetida final
Hace 70 años, la población mundial era de 2.518 millones. En 1990, año que se fijan los Objetivos, había trepado a 5.280 millones, y 30 años después se dispara hasta los 7.900 millones. El hambre (inseguridad alimentaria, ONU dixit) en 1990 afectaba a 1.011 millones y en 2015, cuarto de siglo después, con un incremento poblacional de 39%, se había reducido un 21%, afectando a 795 millones de personas.
Un éxito, sin duda alguna. Aunque no de la ONU precisamente. Porque si ponemos el foco en dónde se produjeron esas mejoras, no es allí donde Ginebra ha derramado su generosa mano con los socialistas al uso que reinan en el África subsahariana o Asia meridional.
A pesar de ello, es en 2015 donde la ONU redobla la apuesta, cómodamente instalada en sus 3.230 millones de dólares de Presupuesto para solventar a sus más de 37.000 principescos funcionarios, haciendo que todo lo que se fijó en la roca de la “Agenda de Derechos” sea un “avance” a conquistar de manera permanente, y en cambio, todo lo que vaya contra ellos, un “retroceso” que será marcado con el largo dedo índice acusador y oportunamente, será usado en sus tan selectivas como caprichosas listas negras.
Agendizados
Así las cosas, la ONU se ha convertido en agencia promotora de ideología y refugio de estados forajidos y delincuentes con pasaporte diplomático. Acoge bajo su gran paraguas a países enormes y minúsculos; democracias, autocracias y satrapías, todo cabe. Los más chicos, pobres y endeudados, sirven para sumar votos donde se precisen. Para todo lo demás, los que cortan el bacalao, tienen poder de veto.
¿Y cuánto nos afecta a los habitantes de la pequeña penillanura?
Pues, por lo pronto, que la Constitución está atada con alambres, violada y ofendida en su integridad. Lo de Carta Magna, se ha quedado en Carta nomás.
Si para muestra basta un botón, aquí van dos. La del Proyecto de Ley de Tenencia Compartida es uno. Como la impuesta LIVG consagró dos tipos diferentes de personas, según sea que porte pene o vagina, derogando el Artículo 8 de la Constitución, convirtiendo de facto a los niños en propiedad y prenda de la mujer -lo cual según la ONU es un “avance”-, toda vez que el citado proyecto restablece la igualdad y equilibrio, se le considera “un retroceso”. Segundo botón: lo del impuesto INDDHH y su integración, competencia exclusiva del Parlamento uruguayo. Allí también la ONU pretende meter sus largas manos. Y cuando se complica, siempre aparece algún Comité que emite un «informe» exigiendo lo que ni siquiera osaría pedirle a las teocracias y autocracias lapidadoras de mujeres y homosexuales.
Conviene no olvidar, que para tales operaciones de escandalosa injerencia, cuentan con los operadores locales, gentes y dóciles oenegés, que arropados en cargos, viáticos y viajes, sueldos y prerrogativas, no hesitan en participar del escrache internacional si con ello consigue sus propósitos, por aquello que el fin justifica los medios. Sí, claro, en aquellos regímenes intocables, los tales activistas terminarían en el paredón por traición a la patria. Aquí, se les subvenciona.
Así entonces, bajo el paraguas de la ONU, con la tupida malla protectora de la corrección política y la Espada de Damocles de la “cancelación”, el colectivismo ha ido avanzando con prisa y sin pausa, cooptando libertades y acuerdos que, al país como Nación independiente y soberana, le había costado dos siglos y mucha sangre, conseguir.
Por este y tantos otros ejemplos, es que digo que estamos “agendizados”, porque no es que estemos en la Agenda, sino que la Agenda nos ha atrapado hasta ser, ahora mismo, la hoja de ruta de un país que se quedó con el timón amarrado.
La cuestión hoy es qué tan a tiempo estamos de poner el freno. No lo sé. Pero por lo menos, es buena cosa nos lo planteemos.