Por Denise Aín
No soy crítica de cine. Ni siquiera sé de cine. Aun así, me animo a decir que La sociedad de la nieve marcará un hito tanto en la industria del cine, como en cada uno de sus espectadores.
Se trata de una película tan singular, que hasta resulta raro hablar de “espectador”, cuando es imposible ser observador, testigo de la película, sin sentirse inmerso en ella desde el minuto uno.
“Sentirse inmerso en la película”, no sólo tiene que ver con eso que tan maravillosamente logran los efectos especiales de los que se vale, sino con un particular sentimiento de comunión con sus personajes, interpretando una situación real, pero absolutamente excepcional y lejana a lo que cualquiera podría vivir.
Basada en el libro La Sociedad de la nieve de Pablo Vierci, la película que con el mismo nombre escribe y dirige Juan Antonio Bayona, relata fielmente la trágica historia del accidente aéreo que tuvo lugar en los Andes, en 1972.
Concretamente, el avión que despegó del Aeropuerto Internacional de Carrasco, Montevideo, rumbo a Chile, en el que viajaba un grupo de jóvenes del equipo de rugby del Colegio Stella Maris- Cristhian Brothers, algunos familiares y amigos (para completar el avión) y los tripulantes, se estrelló contra la cordillera, dejando un saldo de 29 muertos y 16 sobrevivientes, tras 72 infinitos días y sus noches en la cordillera, a cuatro mil metros de altura, con treinta grados bajo cero, sin abrigo, sin comida, ni ninguna otra cosa más que ellos mismos (los vivos, los muertos y pedazos de un avión destruido).
Lo singular
La tragedia que con fidelidad relata La Sociedad de la nieve, tiene en sí misma la fuerza de lo singular por lo desoladora, por representar el horror y el dolor en una de sus formas más extremas, en eso que podría llamarse el plano de “lo inimaginable”.
Sin embargo, esta película viene a contar algo más. Es una película que al mismo tiempo que habla de la muerte, habla de la vida y del amor.
Más aún: habla de cómo justamente porque hubo muertos, es que hubo vivos, de cómo los muertos trascienden amorosamente en los sobrevivientes.
Lo fraterno
El amor como tema universal seguirá siendo recreado en todas las artes de manera infinita. Sin embargo, la película de J.A.Bayona, es de las que conozco, la historia que más hondamente trata el amor fraterno en su máxima expresión, esa en la que oficia como único anclaje capaz de sostener la vida.
En esa nueva sociedad, que fue La sociedad de la nieve, los unos cuidan de los otros: los vivos de los muertos (y viceversa), y los más grandes de los más chicos.
En esa sociedad, el valor de la palabra adquiere un peso privilegiado, ese que calma, que contiene, que infunde fe en la desesperanza, y que cura. También el que tienen los pactos de sangre, capaces de hacer en este caso, más liviano y liberador el peso del dolor y del horror.
La belleza.
¿Puede haber belleza en lo trágico?
Una sonrisa que comienza a ser espejo de otra, una mano que acaricia el pelo de alguien querido, un pedazo de nylon en el que se encuentra abrigo, una sintonía de onda que conecta con el mundo, el conocimiento y la inteligencia al servicio de la vida, el “clic” de una foto, el recuerdo de la vida en familia, la imagen de un arriero, o un punto en la nieve representando a la humanidad toda.
Proponiéndoselo o no, también de la belleza trata la genialidad con la que J.A.Bayona aborda esta historia.
La salvación. Lo humano.
Las condiciones a las que fueron arrojados los pasajeros que sobrevivieron al momento de la catástrofe, hacen que desde el punto de vista objetivo sea poco explicable la salvación de ninguno de ellos, al punto que muchos (incluidos algunos de los personajes) refieren a este suceso en términos de milagro.
Así como hubo quienes supieron aferrarse a la fe religiosa, otros lo hicieron a la más profunda racionalidad, y otros, a todo junto. Sin embargo, nada que no sea la creación de esa nueva sociedad parece suficiente para explicar la posibilidad de la vida.
En esa sociedad, todos fueron seres humanos carentes, despojados de cualquier cosa material, que sólo se tenían a sí mismos, y a otros a los que cuidar y por quienes ser cuidados.
Muchos tendrán la convicción de que, fue esa nueva condición la que permitió que aflorara lo mejor, lo menos contaminado de los hombres para su subsistencia.
Yo en cambio, me inclino a pensar que de este grupo emergió lo mejor de lo humano, el amor por la vida, el respeto por la muerte, la fortaleza, la honestidad, la misericordia, la compasión y la bondad, porque (tal como señala J.A.Bayona a través del personaje principal en la película) habían sido “educados con cariño”.
Una cita
La Sociedad de la Nieve ha sido premiada en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, en el Festival de Cine de Mill Valley, en el Festival de Cine de Middleburg y en los Premios de Música de Hollywood de Medios de Comunicación, además de haber tenido otras tantas nominaciones.
Mientras escribo, tomo noticia de que “La sociedad de la nieve” entra en las primeras listas en cuatro categorías a los Oscar: mejor film internacional, mejor música original, mejores efectos visuales, y mejor maquillaje y peluquería.
La Sociedad de la nieve es una cita obligada con el cine, con el talento y sensibilidad de Pablo Vierci y de J.A.Bayona, con cada una de las personas comprendidas en los créditos, con los 16 sobrevivientes de los Andes, con el homenaje a los 29 muertos, y especialmente, con uno mismo.