
Por Bruno Vuan Lockhart*
Agradeciendo la gentileza del director de Contraviento, me permito hacer algunos comentarios sobre el interesante artículo “Fundación de Montevideo”, del 23 de enero pasado en este medio, por el destacado historiador Dr. Juan José Arteaga, presidente del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay, entidad señera de la historia y la geografía en nuestro país. En el mismo, el Dr. Arteaga repasa el contexto del informe del IHGU publicado en 1919 (1), a raíz de los estudios que había encarado la institución, ya que “tener una fecha de la fundación permitía conmemorar todos los años la fundación de la ciudad”.
En uno de sus primeros pasajes, el Dr. Arteaga escribe que la comisión especial nombrada al efecto, “analiza el copioso acervo documental existente en los Archivos de Sevilla, Buenos Aires y Montevideo.”. La referencia a un “copioso acervo documental” que el informe hace en su página 8, cuando se la coteja con el listado de notas que aparecen al final, muestra que los autores se limitaron a información archivística transcrita y publicada.
Los documentos surgen mayoritariamente de transcripciones del “Catálogo de documentos del Archivo de Indias en Sevilla referentes a la Historia de la República Argentina, 1514 – 1810.”, de la “Revista Histórica” y “Revista del Archivo General Administrativo”, estas dos últimas de Montevideo. Se desprende así de los propios autores del informe, que no existió investigación in situ en los archivos mencionados por el Dr. Arteaga.
Y si algo brilla por su notoria ausencia, es que prácticamente no hay documentos conservados en el Archivo General de la Nación Argentina. En particular, no se cita ningún documento producido por el gobernador Zabala en 1724 y 1725, excepción hecha de su diario que publicara su hijo años después. Y en particular las actas del cabildo de Buenos Aires conservadas en el AGNA son testigo de ello: en las mismas aparecen decenas de menciones a Montevideo y su fundador, señalando que era un tema más que relevante para Buenos Aires.
Empezando por la carta que Zabala dirige al cabildo el 19 de febrero de 1724, desde “San Felipe de Montevideo”, primera mención al nombre, signo inequívoco de bautismo -y por tanto fundación- de San Felipe de Montevideo. Ignorada por la casi unanimidad de la historiografía montevideana hasta el presente, eludiendo de manera sistemática el análisis de un tema tan básico como el nombre y el bautismo. También allí aparecen los autos de Zabala de 13 de mayo y 6 de junio de 1724, que apuntan a texto expreso a la población y traslado de familias a Montevideo, denotando la decisión de poblar desde el primer momento, en coincidencia con la delineación de la nueva población, y el trazado y población efectiva en 1724, de la hilera que hoy persiste entre Cerrito y Piedras, de Solís hasta Bartolomé Mitre.
Autos que desmienten a Héctor Miranda en 1902 (2) -al igual que a Orestes Araújo en 1903- propulsor de la fecha de 24 de diciembre de 1726, y que tampoco pasó por el archivo de Buenos Aires, cuando escribe que “La ocupación militar de un paraje despoblado no puede marcar el día de la fundación de una ciudad, cuando esta ocupación tiene por el momento sólo el carácter de una simple ocupación estratégica”. Desconociendo que, según acta del cabildo del 16 de mayo de 1724, al decir de Zabala, “lo que ha precedido desde el día nueve de febrero de este año en la orden de la población de Montevideo»: explicita voluntad de poblar desde el momento en que el fundador pone pie en Montevideo.
Es en la Revista Histórica del año siguiente a la publicación del informe del IHGU, el último número de 1920 y el siguiente de 1922 (3), donde Luis Carve, director de la Revista y del Archivo y Museo Histórico Nacional, consulta a su colega argentino y “eminente amigo” José Juan Biedma, jefe del Archivo General de la Nación Argentina, lo cual deriva en un artículo publicado en esos números. Consulta que no creyeron pertinente hacer los integrantes de la comisión especial del IHGU. Biedma, transcribe numerosos documentos del archivo de Buenos Aires -en particular actas del cabildo- y concluye como fecha más plausible de fundación el 9 de febrero de 1724.
A partir de 1928 se publicaron las transcripciones de las actas de 1723 a 1727, que hoy se pueden consultar online (4). Pero aun en aquella época, sin haberse publicado, las actas estaban disponibles para cualquier investigador, y eso sin duda alguna era de conocimiento de investigadores altamente competentes como los que escribieron el informe del IHGU de 1919. En 1944 cuando se organiza el Archivo Artigas, una de las primeras tareas fue ir a Buenos Aires. Por lo demás, al menos desde la Revista Histórica, nadie parece haber intentado refutar a Biedma, optando la historiografía montevideana por ignorarlo, con contadas excepciones como HD, que hasta donde conozco fue de los pocos que lo citó (5), y también cita al P. Sallaberry quien, ante la correcta evidencia de la condición inicial de Montevideo como aldea pedánea de Buenos Aires, prefería celebrar la instalación del cabildo en 1730. Otra cita a Biedma es la de Mario Falcão Espalter, quien lo hace en el capítulo sobre la fundación de Montevideo en la monumental Historia de la Nación Argentina de Ricardo Levene en 1939.
La tesis de Biedma fue tomada por Tomás de Otaegui en 1925 (6) y Eugenio Corbet France en 1928 (7), este último también del archivo de Buenos Aires, en la formidable revista Síntesis, en un número en que también escribieron nada menos que Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal, Ricardo Rojas, Emilio Ravignani y Arturo Capdevila entre otros. Corbet inició su artículo citando a Luis Enrique Azarola Gil en un suplemento del diario Imparcial de Montevideo del 3 de marzo de 1928, cuando escribía que quienes desde Montevideo habían buscado la fecha de fundación, “han procedido con criterio lugareño”. Agregó Corbet que “olvidaron que, en nuestros archivos, el gran acontecimiento histórico debía estar documentado”. Azarola y Corbet dejaban implícito lo obvio, un olvido de esa naturaleza no era propio de historiadores de fuste: las razones por tanto fueron más allá de un mero olvido.
En igual sentido, Azarola en “Los orígenes de Montevideo 1607 – 1749” de 1933 (8), -eludiendo definición de fechas- también es sugerente hacia sus lectores: citó ese artículo de Corbet -donde fundamentaba el 9 de febrero de 1724- y al entonces ya publicado libro de acuerdos del cabildo de 1723 a 1727. Los citó en todos los casos en temas intrascendentes, dándole pistas al lector y sugiriendo de paso un ambiente poco amable a la discrepancia en los círculos históricos montevideanos que lo obligaba a la prudencia, cuando no el silencio.
Para que no quedaran dudas, Azarola se dedicó a desacreditar el acta de Millán del 24 de diciembre de 1724. Mostró que registró a Pedro Gronardo como fallecido a esa fecha, cuando está documentado que murió en un accidente el 19 de enero de 1727. También que años después el capitán Francisco de Gorriti agregó pobladores que por “olvido de don Pedro Millán no se asentaron en el libro de padrón». Agregó Azarola que “Debía olvidar también aquel, de hacer entrega de los dos libros padrones al Cabildo en 1730, pues consta que los llevó a Buenos Aires donde anduvieron de mano en mano y de zoco en colodro durante trece años”. Azarola mostró que la tarea de Millán carecía de la solemnidad y el decoro para reputarse de fundacional y así ser celebrada. Y ni siquiera Millán tuvo la intención: en su testamento dijo que fue “a la ciudad de San Felipe de Montevideo al repartimiento de las tierras que hice a los canarios que vinieron a poblarla”. No dejó dudas, llegó a una ciudad preexistente, y no presumió ni de fundador ni de acto asimilable a fundación alguno.
Y no es que Millán no fuera propenso a exageraciones: en el acta del cabildo del 13 de noviembre de 1723 se dejó constancia que una vez “poblado Montevideo se descubrirán y trabajarán los ricos minerales que se sabe hay de plata y oro en aquellas serranías, cuyo principio de descubrimiento corrió a cargo del capitán don Pedro Millán en tiempo que gobernó esta provincia el excelentísimo señor don Agustín de Robles”, dicho sea de paso, a quien sirvió como corregidor de Santo Domingo Soriano.
Así las cosas, el informe de la comisión especial del IHGU de 1919 que describió el Dr. Arteaga, luce como un producto del ambiente histórico -y quizá político- de la época, criticado en su momento desde la academia, sin que se haya mayormente reparado en las críticas.
Su repetición y cita por más de un siglo no lo valida, sino que aparece como una oportunidad para que, desde la investigación se le dé más brillo a la formidable historia de Montevideo.
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*Integrante del Centro Histórico y Geográfico de Soriano
Referencias
(1) https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/65613
(2) https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/487
(3) http://www.museohistorico.gub.uy/innovaportal/file/127264/1/27-tomo-ix—no.-27.pdf y http://www.museohistorico.gub.uy/innovaportal/file/127264/1/28-tomo-x—no.-28.pdf
(4) https://archive.org/details/acuerdosdelextin05buen
(5) https://archive.org/details/H.D.1955EnsayoDeHistoriaPatria.Tomo1/page/n161
(6) https://repositorio.anh.org.ar/handle/anh/34
(7) https://ahira.com.ar/wp-content/uploads/2022/11/Sintesis-N%C2%B013.pdf
(8) https://www.academia.edu/40060752/Los_or%C3%ADgenes_de_Montevideo_1607_1749