
Por Carlos Abel Olivera
Cuenta la historia (aparentemente falsa) que, ante la terrible hambruna que asolaba a Francia, María Antonieta de Austria, reina y esposa de Luis XVI, dijo, refiriéndose al pueblo: “si no tienen pan, que coman pastel”.
La expresión ha pasado a ser símbolo de desconexión con la realidad por parte de los gobernantes. Este desacople es común en las élites, pero no exclusivo de estas. También lo comparten grupos sociales con ingresos o beneficios que no dependen de la libre elección diaria de las demás personas (mercado) sino que están garantizados a través de la capacidad coercitiva del Estado. Políticos, funcionarios públicos, empresarios (no pocas veces prebendaros), organizaciones no gubernamentales, sindicalistas, estudiantes, entre otros, conforman una suerte de “nobleza” financiada a través de impuestos, tarifas públicas o inflación.
Como la nobleza en su tiempo, este grupo de personas no está sometido (o lo está en menor medida que el resto de la población) a los avatares de la Economía: políticos en cuyos currículos no se puede encontrar nada fuera del Estado, empleados que se saben “indespedibles” (entre otros privilegios), estudiantes que pueden utilizar indefinida e indiscriminadamente recursos educativos, empresarios con “la vaca atada” gracias a normativa que elimina competidores o a una aceitada contratación pública, ONGs financiadas con fondos públicos que cerrarían si dependieran de donaciones privadas.
Desde esta posición, es difícil que importe realmente el “atraso cambiario”, o la falta de inserción internacional, o la hiper-regulación, o el sobrecosto en energías. Esos son conceptos lejanos, letanías quejosas del “tercer estado”, del “pueblo llano”, que tiene que mantener una empresa abierta y rentable, que tiene que conservar su empleo, que tiene que lidiar con la Economía real, con las crisis internacionales, con el concepto (o la realidad) de la “restricción presupuestaria”.
Desde la nobleza, ninguna reforma es urgente y cualquier reclamo propio es válido y atendible. Porcentaje sobre porcentaje del PIB, poco importa el déficit, poco importa que cueste miles y miles de empleos privados, sobrecosto en la vida de los ciudadanos, más pobreza.
Una sociedad donde grupos significativos de ciudadanos vean el mundo a través de una lente de irrealidad tan desproporcionada, que se auto perciben por fuera de las leyes económicas, representa un peligro para sí misma, su propio freno.
Après moi le déluge! Dijo otro rey francés, también en señal de indolencia y desconexión de la realidad. Como los nobles franceses, los nuestros se sienten seguros, consciente o inconscientemente, tras las “bayonetas” del Estado. El problema es que, como dijo Ayn Rand: “se puede ignorar la realidad, pero no se pueden ignorar las consecuencias de ignorar la realidad”.
El diluvio, eventualmente, llega.
Ilustración: La familia del Duque de Penthièvre” (1763), óleo sobre lienzo. Jean-Baptiste Charpentier “el Viejo”.