Por Silvio Moreira
El genial Jean Genet, en su poema “Plegaria” comienza diciendo: “Palacio de mi memoria donde se enreda el mar; milagroso alado rebaño que pace el miedo”. Singular metáfora, la memoria como un rebaño que revolotea y se alimenta de miedo. La memoria como palacio confuso donde el mar ingresa, moldea, modifica las formas y los recovecos.
Para la izquierda uruguaya, un testigo de algo ocurrido hace DIEZ AÑOS es un mentiroso, un aprovechador, un operador político, un sinvergüenza, un títere, un enemigo del pueblo y un destructor de democracias.
Para esa misma izquierda uruguaya, cualquier testigo que afirme absolutamente cualquier cosa ocurrida HACE CINCUENTA AÑOS es no sólo un héroe, un valiente, un hombre nuevo: es un aportador de datos fidedignos e insospechables sobre los cuales se ha legislado y hay gente que ha obtenido beneficios inmerecidos de todos los colores.
La izquierda uruguaya ha tomado todos los medicamentos posibles para auto provocarse un Alzheimer selectivo, que le permite extraer quirúrgicamente del flujo temporal, aquellas cosas que más le convienen y sepultar en una maraña de ovejas voladoras las otras verdades feas, inconvenientes, que pasan a llamarse ahora -verbigracia- atentados a la democracia.
Pienso en el trabajo reflexivo que una vez hicieron sus padres fundadores: un Seregni, un Chifflet, personas que antepusieron sus principios y dieron pasos al costado cuando percibieron apenas los primeros tufos de verdaderas intenciones de atentar contra la democracia utilizándola para moldearla sin prisa y sin pausa como aquel mar de la memoria de Genet.
Vivimos en momentos oscuros y tenemos, además, una de las peores izquierdas que es posible tener en el espectro político. Verificarlo ya no es sólo un asunto te tener memoria, si no de dejar de ser ovejas.