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Contraviento

La Guerra Global y la muerte de las democracias

9 abril, 2024

Por Jorge Martínez Jorge

 

Malos tiempos para la paz

 

«Si la lección global del horroroso Siglo XX no sirve de vacuna, el inmenso huracán bien podría repetirse» Alexander Solszenitzin 

 

 Formo parte de una generación nacida en los postreros cincuenta del -al decir de Solszenitsin arriba citado- horroroso Siglo XX, en una esquina del mundo en la que el monstruo de la guerra solo se hizo presente hace más de cuatro décadas en las lejanas Islas Falklands, a las que nuestros hermanos argentinos reivindican llamarlas Islas Malvinas como paso previo a una tan hipotética como improbable reconquista.

Soy, entonces, un privilegiado espectador de guerras ajenas, peleadas por unos muchos, provocadas por unos pocos, por motivos que ellos conocen, y los otros nunca sabrán.

Sin embargo, a la luz de lo que sucede ahora mismo en la tercera década de este horripilante Siglo XXI, tal afirmación resulta parcial y desajustada a la realidad global que vivimos todos, en un mundo en el que ya nada es lo que era y pensar la guerra en términos de un ejército matándose contra otro es absolutamente obsoleta.

 

Las neo-guerras Siglo XXI

 

Odio las guerras y las revoluciones y todas esas historias de violencia redentora que giran sobre su eje como tuercas en tornillos infinitos, arrastrando a generaciones enteras a los mismos mortíferos absurdos sin que nunca les falle el mecanismo» Yasmina Khadra en «El atentado»

 

Cuando el 11 de Septiembre de 2001, el mundo asistía asombrado al derribo del símbolo del poder estadounidense, con los aviones incrustándose en sus majestuosas Torres Gemelas, a pesar de las reiteradas apelaciones a que aquello significaba un antes y después, no se tenía aún real dimensión de lo que significaba utilizar aviones Boeing (americanos) para derribar edificios (americanos) pilotados por terroristas (árabes) para aplastar civiles (en principio, infieles) ideado, coordinado y ordenado por un integrista islámico desde una laptop (seguramente, americana) en una cueva perdida en las montañas de Afganistán.

Si algo quedó en claro, pasado el tiempo y un par de guerras fallidas más, es que hablar de guerra en el futuro -que es ahora- era hablar de otra cosa. Un conflicto permanente, multilateral, multiforme y multicausal, que involucraría geopolítica y poder territorial, tecnología e informática, recursos valiosos y escasos, religión e ideología, demografía y control social y, allí donde todavía subsisten, la subversión de las democracias con el propósito de desvirtuarlas, hasta llegar a su implosión.

Sobre el tema de la guerra global, ha escrito una brillantísima columna en La Prensa de Buenos Aires, nuestro columnista Dardo Gasparré ( https://www.laprensa.com.ar/La-guerra-global-el-plan-de-reseteo-de-la-Agenda-2030-543124.note.aspx ) y este columnista, con mucha menos enjundia, lo ha venido sosteniendo desde hace demasiado tiempo, por ejemplo en esta otra nota que, hoy, conviene refrescar ( https://contraviento.uy/2023/04/20/el-poder-global-las-soberanias-cercenadas-y-las-democracias-jibarizadas/ )

 

La subversión de las democracias como paso previo a su destrucción

 

«En tiempos de paz, el belicoso guerrea consigo mismo » Nietzsche

 

Parafraseando a Murakami, antes que otra cosa se hace necesario definir de qué hablamos, cuando hablamos de democracia. Porque, en tiempos de la posverdad y el doblepensar orwelliano, con ese manoseado término se puede designar casi cualquier cosa, a veces con el mero expediente de ponerle apellido. Así encontramos democracias populares, especiales, de Partido, que no hacen otra cosa que otorgarle un disfraz retórico a las más prosaicas dictaduras y autocracias.

Para achicarles el campo dialéctico a los malabaristas del eufemismo, debemos recurrir a la más básica y precisa definición, estableciendo que una democracia es un sistema político que se rige por un marco legal superior, consagrado en una Constitución aprobada por una mayoría incontestable de sus ciudadanos, destinado a asegurar la más plena libertad individual del ciudadano -en todos sus aspectos- para el ejercicio de sus derechos y el cumplimiento de sus deberes. Por ello es imprescindible que tal sistema tenga a Montesquieu como faro y guía, con los tres Poderes tradicionales –Judicial, Legislativo y Ejecutivo– (el orden no es caprichoso, debiera ser el orden de “prelación democrática”) actuando dentro del campo de sus competencias constitucionales y legales, con absoluta independencia del uno respecto de los demás, como sistema de contrapoderes que eviten los desbordes a los que, los individuos, investidos de transitorio poder, son tan afectos.

En tiempos escasos de certezas, donde influir en elecciones se ha convertido en un arma más de la guerra global arriba mencionada como marco, a lo anterior se le agrega como requisito imprescindible un Poder Electoral absolutamente independiente e imparcial, que asegure una real y justa competencia dándole garantías al ciudadano de la integridad de su voto, y que, junto con el Poder Judicial, otorgue garantías a todos los ciudadanos y medios, del acceso a la más irrestricta libertad de pensamiento, expresión y difusión de las ideas.  Para ello, huelga decirlo, es imprescindible la más amplia a irrestricta libertad de difusión y circulación de las ideas, es decir, los medios, todos, los tradicionales y los conformados por los propios ciudadanos en sus redes sociales, totalmente libres, sin más restricciones que las responsabilidades legales reclamadas, en todo caso, con ulterioridad y nunca a priori.

Democracia, ¿estás?

«Un perro hambriento a la puerta de su amo predice la ruina de la hacienda» Olga Tokarczuk

 

En este mundo de 24 horas, donde a las realidades y certezas les sucede lo mismo que a la cinta magnetofónica con instrucciones de la legendaria serie Misión Imposible (así de viejo es el columnista), es decir, se autodestruye, la tarea de una Columna se torna insalubre. Lo que ayer era, hoy ya no lo es.

Invito al amable lector, a que me acompañe en breve tour por el mundo, en la ingente tarea de detectar democracias vivas, que reúnan todos los requisitos arriba mencionados. Para facilitarle la tarea, aquí un mapa ( https://mapamundi.online/politico/ ) donde buscaremos esas rarezas.

Antes, le invito a visitar el último informe del Índice de Democracia elaborado por la EIU de The Economist publicado en Wikipedia ( https://es.wikipedia.org/wiki/%C3%8Dndice_de_democracia ) en donde los países rankeados como democracias plenas (con todas las reservas que tal ranking pueda merecernos, nunca más reservas que las que podamos tener respecto de las huestes de Antonio Guterres) están pintados en verde oscuro o intenso.

Si se quiere resultar menos exigente, incluya a los que denominan “democracias deficientes” (lo de las comillas corre por cuenta del articulista, porque el deficiente en la calificación de una democracia huele a eufemismo, por decir lo menos) y podrá tener un panorama de cuánto mundo más o menos democrático hay.

Ahora, teniendo en cuenta las recientes noticias provenientes desde Brasil, con la orden de cierre de Twitter por no avenirse a la censura ordenada por el todopoderoso Alexandre de Moraes, o las de Canadá donde usted puede terminar preso por expresar una opinión discordante con la religión woke oficial, y las de Escocia donde la creadora de Harry Potter tendrá que hacer magia para escapar a la hoguera de la inquisición allí instalada, pruebe a dar de baja a esos países del mundo verde a ver con qué se queda.

Y lo peor, podría estar por llegar…

…con unos Estados Unidos tambaleantes, atrapado entre diversos frentes, pero víctima, fundamentalmente, de su propia decadencia interna.

Con procesos electorales cada vez más sospechados y cuestionados, la creciente judicialización de la política partidaria y el poder de condicionamiento y desestabilización de la miríada de colectivos y movimientos identitarios -muchos de ellos, creados desde el poder mismo para usarlo contra sus adversarios- las estructuras institucionales de la vieja democracia americana crujen por todas sus costuras.

Piense qué será de ese Gobierno Federal, débil, achacoso y timorato, que se ve cercado hoy día por los lobbies pro-palestinos nacidos en los Campus universitarios, allí donde la fábrica de ideologías parasitarias (al decir de Gad Saad) parieron abominaciones como la Teoría Crítica de la Raza, la de las interseccionalidades o la del poder blanco opresor, de las que nace el racista antirracismo de Ibram Kendi y Kimberlé Crenshaw y el renacido antisemitismo escudado tras el trans-antisionismo.   

Imagine ahora ese subcontinente pintado de rojo o naranja.

La Muerte de la Democracia

 

Cuando, párrafos arriba, hacíamos referencia a la Guerra Global, concepto con el cual englobamos a las múltiples guerras multimodales en curso (mediáticas, ideológicas, religiosas, económicas, territoriales, etc) apuntábamos a la destrucción de las democracias como paso previo y necesario para la definitiva muerte de la Democracia -en singular- como concepto político incompatible de los distintos otros proyectos de cuño totalitario, tanto sea del eurasianismo ruso, como el proyecto teocrático islámico o el modelo totalitario de Partido único chino. Eso es lo que hoy, indudablemente, está en marcha, con el mapamundi cada vez menos verde y cada vez más rojo.

Cuando en los inicios del nazismo, el historiador alemán Oswald Spengler publicaba su Ensayo “El ocaso de Occidente” donde, a partir de proponer una lectura y relato de la historia radicalmente distinto del eurocentrismo entonces dominante, haciéndolo a partir de las distintas civilizaciones entendidas estas como procesos que seguían una lógica de nacimiento, desarrollo, ocaso y muerte, planteaba que, ya entonces, la civilización occidental judeo-cristiana, nacida de Atenas y Roma, había entrado en su definitivo ocaso.

Unos años después, sería el británico Arnold J. Toynbee quien saldría al cruce de Spengler y en su enciclopédico Ensayo “Estudio de la Historia” plantearía su idea contraria al determinismo, abogando por mecanismos de gobernanza global (suena conocido, ¿verdad?) que rescatarían a Occidente. Nació allí, en la hasta hoy llamada Chatam House de Londres, la simiente de lo que años después sería el Foro Económico Mundial, el Foro de Davos y el celebérrimo Club Bildeberg y, con el fin de la guerra, la creación de las Naciones Unidas. El ideólogo del apaciguamiento abogaba por la paz para los negocios, mientras creaba el negocio de la paz.

Claro que, ni el determinista Spengler ni el apaciguador Toynbee creían en la democracia -ni en las democracias nacidas de la Ilustración- en particular este último, en una suerte de gobierno global bajo la égida de una oligarquía esclarecida para un mundo poblacionalmente acotado. Si usted cree ver en ello, el germen de la tan manida como tenebrosa Agenda 2030, no andará muy descaminado.

Avisados estábamos

 

Tras la caída del Muro de Berlín y la implosión de la URSS, con los EE. UU. asomando como potencia hegemónica global, un exultante Francis Fukuyama proclamaba el fin de la Historia.

Pretensión vana si las hubo, el discípulo obligó a su viejo maestro, el Profesor Samuel P. Huntington, a salir a la palestra con su artículo-ensayo -posteriormente editado como libro, en español por Alianza Editorial- titulado ¿El choque de civilizaciones?

En él, al contrario de lo sostenido por Fukuyama sobre el futuro esplendor de una democracia liberal para todo el orbe, muestra a un mundo que marchaba ya hacia los múltiples conflictos culturales, entre ellos, el del Occidente liberal y cristiano con un integrismo islámico que, como había proclamado Jomeini una década atrás, sería político o no sería, aludiendo con ello al propósito de retomar la conquista trunca a la muerte de Suleimán, cuatrocientos años antes.

Pero el mundo no escuchó al profesor Huntington. Más bien, todo lo contrario. Desde el mundo antiliberal, opuesto a Occidente, tuvo la respuesta lógica de quien ponía en evidencia la verdadera naturaleza de los conflictos.

Paradójicamente, o no tanto, fue el universo biempensante de Occidente, que dio con ello la prueba de su decadencia y sus tentaciones suicidas, el que le atacó con mayor virulencia y le aplicó todo el peso de las corporaciones politically correct, demonizándole a él y sus ideas como una excrecencia reaccionaria que había que extirpar.

Tal vez, en no demasiado tiempo, con, por ejemplo, la caída de Londres a manos del Islam, o de Berlín bajo la bota rusa, lo que quede del Occidente liberal, deba ensayar el canto del cisne brindándole un homenaje exculpatorio al Profesor Huntington, antes de la llamada del Muecín a la oración.