
por Gerardo Sotelo
El PIT-CNT compareció ante la Comisión de Presupuesto con un documento elaborado y minucioso que, como siempre, se apoyó en tesis erróneas, generando regocijo (o silencio) en el oficialismo.
Una de ellas es la supuesta crisis mundial de sobreproducción, un fantasma que ya recorría las asambleas estudiantes medio siglo atrás, cuando yo iba al liceo. Si eso fuera cierto, veríamos caída de precios, pérdida de rentabilidad y ajustes laborales. Lo que ocurre es lo contrario: los precios se mantienen o suben, las utilidades empresariales se ubican en máximos históricos y el desempleo global está en sus niveles más bajos en décadas.
Otra tesis peregrina, expresada por el presidente del PIT-CNT en la comisión, es que el capitalismo destina más recursos a medios de producción que a salarios. La historia demuestra que esa dinámica fue la base del progreso material de los últimos doscientos años, que elevó el bienestar de millones de personas que antes vivían en la miseria.
La tercera tesis afirma que el libre comercio entre desiguales agrava inequidades, reforzada con la propuesta de aumentar la participación salarial en el PBI. Conviene recordar que los datos disponibles son contradictorios y relativos, pero más allá de esas cifras, lo esencial no es cuánto pesa el salario en la riqueza nacional. Un país puede mostrar una menor participación relativa de los salarios en el PBI y, sin embargo, contar con trabajadores mejor remunerados, con ingresos crecientes y mayor autonomía.
Resulta paradójico que el PIT-CNT alerte sobre las consecuencias negativas del déficit fiscal y luego reclame la creación un sistema de compras públicas que priorice a los proveedores nacionales (lo que encarecería el gasto, alentaría ineficiencias y pondría en riesgo compromisos internacionales) o denuncie una supuesta “mirada restrictiva” en el proyecto del Ejecutivo contra el salario estatal.
Lo que debería importarnos no es el peso contable de esos sueldos, sino que el empleo sea necesario para agregarle valor al servicio público, y sobre esa premisa y medida, que crezca el poder adquisitivo de los salarios. Sin eficiencia y racionalidad en las compras y contrataciones del Estado, no habrá manera de contener el déficit fiscal.
Pero más significativo fue lo que no se dijo. Correspondió al diputado colorado Gabriel Gurméndez introducir el tema de la inteligencia artificial y el impacto que está teniendo sobre el empleo. La IA no distingue entre países, ideologías, bloques ni regiones. Sus efectos son sectoriales: algunas profesiones y cadenas de valor se transforman, otras desaparecen, y muchas aún están por nacer, en un panorama que reúne la transformación radical del trabajo con la incertidumbre sobre su futuro.
Este escenario, que la central sindical uruguaya parece no tener en cuenta debidamente, explica el silencio sobre una vieja tesis, hoy ausente en el discurso: la idea de la división estructural entre países centrales, que concentran tecnología, y países periféricos, condenados a depender de ella.
La experiencia del último medio siglo demostró su falsedad con la industrialización y el salto tecnológico de países asiáticos como Corea del Sur o Singapur (y luego la propia China), la revolución en las comunicaciones, la digitalización y la expansión de internet, y más recientemente con la irrupción de la inteligencia artificial generativa, tecnologías accesibles de manera global.
El problema no es sólo el daño que le causan a los trabajadores que la influyente central sindical mantenga un discurso basado en antiguas tesis marxistas y desarrollistas, sino que estas ideas sean impulsadas (o soportadas en silencio) por el oficialismo. No alcanza con decir que el equipo económico de gobierno trabaja sobre otros parámetros. Es necesario enfrentar estos diagnósticos falsos que distorsionan el debate y condicionan la adopción de políticas públicas más audaces y transformadoras.