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Contraviento

La política como parte del problema

14 septiembre, 2025

Graziano Pascale

La tragedia del arroyo Don Esteban, que cobró la vida de dos niños y de su padre, ha generado una serie de reacciones en el sistema político, en los medios y en las redes sociales, que reflejan, junto al estupor que trae de la mano un hecho horroroso, la fragilidad de la respuesta del Estado ante la violencia intrafamiliar, dominada por un enfoque ideológico que se ha mostrado ineficaz para controlar o reducir la magnitud del problema.

Ignorando la complejidad de las relaciones humanas, cuando las mismas saltan por encima de la barrera civilizatoria de la razón y pasan a dirimirse en el terreno de las pasiones y los impulsos sin control, la política ha tratado de encapsular el problema en un enfoque meramente ideológico, en el que  la igualdad de las personas ante la ley sucumbe ante abordajes que se nutren de los conceptos centrales de la «ideología de género».

En el contexto de un aumento de episodios de violencia intrafamiliar, en el que las mujeres suelen ser blanco de hechos violentos a manos de sus parejas, se fue abriendo camino una legislación que tenía el propósito de acotar el problema, establecer medidas de protección para la  mujer, y resarcir económicamente a las víctimas de los abusos.

Fruto de esa concepción son la Ley de Violencia de Género y también la creación del tipo penal del «femicidio», que -dadas ciertas circunstancias-  castiga con más años de cárcel al autor de un homicidio cuando la víctima es una mujer.

Desafiando las buenas intenciones que puedan haber inspirado a los que votaron esas leyes, la realidad muestra que, lejos de ayudar a solucionar los problemas que sus promotores buscaron acotar, la violencia intrafamiliar sigue en aumento, como lo demuestran todas las cifras disponibles. Más cárcel, más tobilleras, más separación de padres e hijos, más resarcimientos económicos, no han logrado ni de cerca acercarnos al paraíso de justicia social prometido.

Al igual que el micro relato del guatemalteco Augusto Monterroso («Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí»), hoy podríamos decir que, pasada la borrachera de la euforia ideológica que parió aquellas leyes, el «dinosaurio» de la violencia intrafamiliar todavía sigue entre nosotros, y quizás con más vigor y energía que antes.

Ha llegado el momento de pasar raya y asumir el error cometido. Sin embargo no hay, de momento, señales de que algo así pueda ocurrirá. Y no es por falta de evidencia, sino por la incapacidad que tiene el sistema político de asumir sus errores. Este, claramente, es uno de ellos, que hoy la sociedad paga a veces con sangre y horror, como en la tragedia del arroyo Don Estaban, y otras veces con dramas personales sin mayor eco en la prensa, salvo cuando algún padre desesperado se encadena a las puertas de la Suprema Corte de Justicia o se sube a la antena de una radio para reclamar el derechos a poder ver a sus hijos.

A lo anterior debe agregarse el aumento de suicidios masculinos, fruto en muchos casos de la profunda depresión que provoca vivir sumergido en la injusticia con sello legal que creó el sistema político al aprobar aquellas leyes.

La democracia representativa y el advenimiento del sistema republicano, sepultando en el museo de la historia los sistemas de gobierno absolutistas, supusieron un gran avance en la historia de la humanidad y un salto adelante de la libertad y los derechos humanos. Pero los viejos peligros hoy reviven ocultos tras la máscara del fanatismo ideológico, perverso fruto de la razón que, sin siquiera saberlo, toma el lugar de los monstruos del pasado.

Los que hace pocos siglos marchaban a la hoguera por haber «ofendido a Dios», o más recientemente iban a la cámara de gas por pertenecer a una «raza inferior», o enfrentaban pelotones de fusilamiento por oponerse a «la dictadura del proletariado», hoy sufren en silencio la dictadura de los «bienpesantes», que sujetan en su puño las llaves de la felicidad humana, de la justicia social y del progreso. Pero ahora no en nombre de una minoría iluminada, sino de la mayoría representada en el Parlamento.

Lo que nació para hacernos más libres hoy es el refugio de los monstruos del pasado. Otra «Revolución Francesa» nos aguarda en el horizonte.