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Contraviento

Ley de Presupuesto: El catálogo del derroche

13 septiembre, 2025

La expansión sin fin del Estado en nombre de la necesidad

Nicolás Cavia 

Cada vez que se presenta una ley de Presupuesto, la política pretende convencernos de que estamos ante un acto de racionalidad, un ejercicio de planificación y un compromiso con el futuro del país. Pero en realidad, nos confiesa la naturaleza más nítida del Estado: su tamaño, sus apetitos y sus límites cada vez más difusos.

El presupuesto no es un plan, es un espejo. Y en ese espejo aparece un Estado que se ha vuelto un fin en sí mismo. Un Estado que nunca retrocede. A lo sumo se estanca, pero su tendencia natural es expandirse. Y cuando se expande, no lo hace en nombre de la eficiencia, sino en nombre de la necesidad.

Los números cambian, los rubros se discuten, pero la lógica permanece: más gasto, más funciones, más burocracia. Mientras tanto, el ciudadano queda atrapado en la ilusión de que cada partida es un beneficio. No advierte que, antes de distribuir, el Estado debe recaudar. Y recaudar significa, lisa y llanamente, quitar recursos al sector que los genera.

El Presupuesto, lejos de ser un instrumento para controlar esa expansión, se transforma en su vehículo. La ley que debería poner límites, los diluye; la que debería marcar prioridades, las disfraza de derechos adquiridos.

«La discusión de fondo es otra: si estamos dispuestos a seguir alimentando a un Estado que se expande, ajeno a quienes en teoría debería servir.»

El Presupuesto debería ser un límite. Una línea trazada para contener la tentación de gastar lo que no se tiene y de prometer lo que no se puede cumplir. Pero en Uruguay se ha convertido en lo contrario: un catálogo de expansiones futuras y la legalización del derroche. La ilusión de que allí donde hay un problema social, el Estado puede ser la solución. Pero termina siendo una capa más de complejidad que perpetúa el problema original.

Mientras se discuta el presupuesto en términos de porcentajes, partidas y rubros, nada cambiará. La discusión de fondo es otra: si estamos dispuestos a seguir alimentando a un Estado que se expande, ajeno a quienes en teoría debería servir. Mientras no lo entendamos, todo presupuesto será un catálogo del derroche.