
El Estado asiste, pero no emancipa. Multiplica programas, pero no oportunidades. Lo que empezó como una red de contención terminó siendo una jaula de dependencia.
En muchos países, el asistencialismo es el opio moderno de la política. Promete alivio, pero produce dependencia. Cada plan, cada subsidio y cada tarjeta social son presentados como la “mano tendida” del Estado; pero, en la práctica, terminan siendo una jaula invisible que atrapa a miles de personas a una vida de espera y resignación.
El problema no es la asistencia, si no que se convierta en un sistema. Se entiende que todo Estado civilizado debe tener mecanismos para ayudar a quien verdaderamente lo necesita. Pero cuando la ayuda deja de ser un puente y se vuelve una residencia, el individuo pierde iniciativa, autoestima y sentido de responsabilidad. Y lo que era una política de emergencia se transforma en un modo de control social.
En Uruguay, el Ministerio de Desarrollo Social nació con una buena intención: coordinar la asistencia del Estado y atender a quienes quedaron al margen del sistema. Veinte años después, el resultado es innegable: el MIDES no redujo la pobreza estructural, no resolvió la indigencia y no detuvo el crecimiento de la población en situación de calle.
Desde su creación, su presupuesto crece año tras año, su plantilla se multiplica y su alcance se expande. Y, sin embargo, cada invierno hay más uruguayos durmiendo a la intemperie. Durante años ha administrado programas que, en lugar de impulsar la autonomía, consolidan la dependencia. Familias enteras viven pendientes de la tarjeta o del plan. No se les exige nada a cambio, solo mantener el mismo estado de vulnerabilidad que justifica su subsidio.
Esto obliga a hacernos algunas preguntas: ¿tiene sentido mantener un ministerio entero para administrar planes que podrían centralizarse de forma mucho más simple y eficiente? ¿Necesitamos un aparato político y administrativo de este tamaño para entregar tarjetas, subsidios y refugios temporales?
La asistencia es necesaria. Siempre habrá personas que requieran apoyo, contención o acompañamiento. Pero no se necesita un “mega ministerio” para eso. Lo que se necesita es una política social enfocada en la autonomía, en la capacitación y en la inserción laboral, no en el reparto de transferencias.
El MIDES no combate la pobreza: la gestiona. Administra la carencia como si fuera una materia prima inagotable. Y mientras lo hace, multiplica las capas de burocracia que viven de ese mismo sistema.
No se trata de eliminar la ayuda. Se trata de eliminar el negocio de la ayuda. Uruguay no necesita un ministerio de la dependencia, sino un sistema de oportunidades reales: educación, empleo y libertad económica.
Y lo peor es que, en la práctica la política se acomoda: Las personas que reciben asistencia son votos cautivos, y el burócrata es gestor de esa fidelidad. Mientras tanto, el país pierde productividad, dignidad y cultura del trabajo. Es el círculo vicioso perfecto: el Estado crea pobres para poder seguir “combatiendo la pobreza”.
Uruguay no necesita más planes. Necesita menos excusas. Lo que emancipa no es el subsidio, sino la oportunidad; el empleo y la educación que enseña a valerse por uno mismo. Porque ningún país salió adelante repartiendo dinero ajeno. Se sale creando riqueza. Y para eso, hace falta liberar a las personas de la trampa del asistencialismo.
Quizás la verdadera pregunta no sea si debemos cerrar el MIDES, sino si podemos seguir financiando su fracaso.