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Contraviento

El Estado y el estado de indefensión

17 octubre, 2025
Jorge Martínez Jorge 

Mucha agua -y sangre- ha corrido bajo los puentes desde que, por el siglo XVI Maquiavelo publicara “El Príncipe” y en Europa cayeran los señores feudales y dieran paso a organizaciones con un territorio delimitado y la constitución de una fuerza capaz de monopolizar la violencia dentro de él.

Con el tiempo, bajo diferentes formas de organización política, el Estado fue tomando nuevas formas y competencias, consideradas esenciales, tales como la administración de justicia, las relaciones económicas básicas -tales como la emisión de moneda- , aunque todavía entonces primara el concepto del Estado Juez y Gendarme.

Un poco de Historia

Con el desarrollo de los modernos Estados -básicamente en Europa y con la creación de los EE.UU. el Estado como tal adquirió forma jurídica al definirse competencias y atribuciones, así como límites, en las Constituciones, los modernos Contratos Sociales.

Existía, desde antes incluso de la formación de tales Estados, por parte de pensadores básicamente europeos, productos de la Ilustración, que veían al Estado como garante de derechos fundamentales del individuo -la vida, la propiedad, la libertad- pero advertían el peligro inherente del abuso de la fuerza y autoridad.

Tres aportes fundamentales

John Locke en sus “Tratados sobre el Gobierno Civil” de la segunda mitad del siglo XVII, que argumenta que esos tres derechos fundamentales -vida, propiedad y libertad- son inalienables y previos a la constitución del propio Estado.

A mediados del siglo siguiente, fue el francés Montesquieu en su obra magna “El espíritu de las leyes”, quien constataba que “todo quien tiene poder tiende a abusar de él, hasta que encuentra límites”. Precisamente, de límites trata su principal aporte con una organización del Estado que divide el poder en tres entidades distintas, destinadas a controlar y ser controladas recíprocamente. De allí, un poder Ejecutivo limitado en sus atribuciones por un poder Legislativo y un poder Judicial independientes.

Es Rousseau quien luego, habría de aportar su concepto fundamental de la ley como garante de la Libertad en tanto la soberanía reside en el pueblo, siendo la única que puede, legítimamente, limitar la libertad individual.

La Hispanoamérica se reconfigura

En Hispanoamérica, tras la caída de los virreinatos españoles, nuestros países nacen ya, como Estados y naciones, inspirados en estos grandes valores que se verán recogidos en sus respectivas Constituciones.

Respecto del Estado, como con casi todo lo demás, las élites criollas encargadas de dar forma a esos novísimos estados, bebieron de dos fuentes principales: la de la Revolución Francesa y la de las 13 Colonias británicas que dieron lugar a los Estados Unidos de América.

Esas élites, afrancesadas la mayoría, tampoco podían renunciar a la herencia de siglos de la monarquía española y su tradición, de la que proviene la fatal tendencia al fárrago administrativo y la grandilocuencia burocrática.

Buena parte del Siglo XIX, los jóvenes Estados hispanoamericanos, lo consumieron en guerras de fronteras y luchas intestinas, bajo el inequívoco signo del caudillismo que les había dado origen.

Mientras al Norte del Río Bravo, las 13 Colonias Británicas -con bastante menos recursos, gente y territorio útil que la América hispana, como lo demuestra Carlos Rangel en su ineludible “Del buen salvaje al buen revolucionario”- tras superar la fratricida Guerra de Secesión, iniciaban su camino hacia el progreso marcado por un Estado mínimo, garante de los principios fundamentales, la América al Sur del Río Bravo se dividía -tras interminables guerras- en 18 Estados, todos bajo el signo y la herencia de la Corona: todo bajo el Estado, nada fuera de él.

El camino uruguayo, en el inicio

En el pequeño Uruguay, nacido de una Provincia cuyos caudillos rehuían el centralismo porteño tanto como la vocación imperial del Brasil, el largo brazo del Imperio Británico creyó poner fin a disputas eternas entre ambos, Convención de Paz mediante, reconociendo un Estado -ya en ciernes- independiente de ambos.

El Uruguay, tras ese primer siglo convulso de guerras interminables, surgió al Siglo XX con una pax romana que permitiría al país, consolidar instituciones y desarrollar una cultura de trabajo y educación básica universalista, que sería sello distintivo del flamante estado independiente.

De lo que no habríamos de poder escapar, sería de la nefasta tentación de recurrir a la religión estatista, que en unas décadas apenas, convertiría al Estado en un ente multipropósito, desde frigorífico a pescador, de refinador de petróleo sin crudo para refinar hasta cultivador de caña de azúcar, banquero y asegurador, y un larguísimo etcétera imposible de detallar, como decían los rematadores en sus habituales anuncios de subastas mensuales.

 

Así subsistimos casi un siglo, manteniendo a fórceps monopolios y oligopolios insostenibles, expulsando jóvenes, yendo, sin prisa pero sin pausa, hacia un pasado ideal que solamente había existido en los textos de exaltados poetas y delirantes ensayistas a sueldo.

El ingreso a la modernidad

Para cuando el Siglo XXI abrió sus puertas, la larva del Colectivismo había crecido de manera irreversible, y comenzaba a cumplirse lo que, punto por punto, había predicho Ayn Rand el siglo pasado: el desborde del Estado es la principal amenaza para la libertad individual.

Es lo que sucede cuando -en palabras de Ayn Rand-  “los programas de bienestar social, la asistencia pública o los impuestos progresivos avanzan sobre el individuo, convirtiéndose en una coerción institucionalizada que roba al productor el fruto de su esfuerzo (su propiedad) para dárselo a otros, tratando al individuo productivo como un medio para los fines de la sociedad”. Lo que la autora llamaba “el altruismo obligatorio”.

Tras un cuarto de siglo de gobiernos – con apenas una parada de 5 años- socializantes, en esa parada estamos: la del Colectivismo, con la Coerción estatal convertida en método.

El Ogro Filantrópico…

 

El mexicano Octavio Paz acuñó el término “ogro filantrópico” -en su libro homónimo de 1979- como paradoja que describía el Estado mexicano post-revolucionario, visto a sí mismo como una entidad protectora y benefactora, pero para ello, ejerciendo un poder desmesurado, centralizado y opresivo que anulaba toda expresión individual.

Así, según Paz, el Estado se había convertido en una criatura que intervenía en todos los ámbitos de la vida social, desde la educación hasta la cultura, pero que, a su vez, sofocaba la autonomía ciudadana y la pluralidad política. En lugar de fomentar una sociedad civil robusta, el Estado se convierte en el único actor legítimo, anulando contrapesos y monopolizando la moral pública.

Tal lo que el Premio Nobel veía en el México de fines de los trágicos 70.

Lo mismo que cualquier uruguayo puede ver en el Uruguay de este horrendo Siglo XXI en sus cuartos.

Sea en el México del PRI en los 70, la Italia de Mussolini, la Cuba de Fidel o el Uruguay del FAPIT, cuando el Estado pretende hacerlo todo, supone saberlo todo y el voluntarismo sustituye a la voluntad, termina haciendo poco y lo poco, mal, generalmente muy mal.

…Y el estado de indefensión…

 

Volviendo a Rand, solamente hay tres cosas que el Estado puede -y DEBE hacer-  y hacerlo bien: la Policía (para proteger al ciudadano del delincuente), las Fuerzas Armadas (para proteger al ciudadano de una agresión externa) y la Justicia (para juzgar y castigar a los delincuentes, y para hacer cumplir los contratos y resolver las disputas de acuerdo con la Ley)

Todo lo demás está demás, en especial porque -en palabras de Rand-“el peligro del  <<  altruismo colectivista >>  que promueve el Estado es un  “altruismo obligatorio” (la ética de sacrificarse por los demás) constituye la raíz del totalitarismo. Cuando la sociedad o el Estado exigen el sacrificio del individuo en nombre del «bien común» o de los «derechos colectivos», la libertad individual y los derechos son inevitablemente destruidos.

El ciudadano a la intemperie

 

Para llegar a crear ese estado, donde el ciudadano se sienta -y lo esté- a la más cruda intemperie, el Estado, concentrado en pocas y autoritarias manos, cuenta con un arsenal de herramientas.

Vamos a poner algunos ejemplos concretos, que comprenden las áreas de la seguridad personal y de la seguridad económica y jurídica, aunque haya otros muchos.

Si se quiere, a modo de símbolo, en materia de Seguridad -en un tema tan sensible como el del narcotráfico en plena guerra-, las declaraciones del ministro puesto por Diosdíaz, el ex Fiscal Negro, diciendo desde el arranque que “la guerra contra el narcotráfico está perdida” no puede entenderse más que en clave de mensaje: al narco al que reconoce status de parte beligerante, a quien otorga superioridad sobre el Estado (primer paso en la indefensión) y para el ciudadano: “no espere de nosotros otra cosa”.

Haber convertido a Uruguay, y Montevideo en particular, en un solo semestre, en el territorio con mayor índice de homicidios de América, es un logro no menor. No se necesita ser muy perspicaz para saber que la población “civil” -la que está por fuera de la “guerra ya perdida” de Negro- se siente indefensa si salir con la bolsa al almacén te puede poner en medio de una balacera y, en lugar de con la compra, vuelves con los pies por delante y un certificado de defunción en trámite.

Pequeño Manual de la indefensión

Es inevitable sentirse en estado de indefensión si eres una mujer que camina -por el motivo que sea- en la madrugada por una céntrica calle montevideana y uno de los cientos, miles, de pastosos que pueblan las calles, intenta violarte arrancándote la ropa y te arrastra, impune, por esa calle. Que tu coraje y el dubitativo -lógico y comprensible- auxilio de algunos vecinos, haya evitado la violación, no implica  que no hayas sido violentada, humillada y abusada, física y emocionalmente.

Que tras semejante trauma, debas asistir al espectáculo televisivo del peridiotismo dando cuenta que “Una mujer de 37 años debió ser asistida tras un intento de rapiña en Chaná y Juan Paullier.El delincuente le pidió a la víctima que le diera todo lo que tenía y comenzó a forcejar hasta que salieron vecinos a ayudarla. Los detalles con @EmiWigman.”, textual Teledoce en X, cuando se trató de un tan claro como horrendo intento de violación, convierte a los medios en instrumentos de la indefensión, en lugar de colaborar con la prevención difundiendo la verdad. Los medios, ensobrados, en procura de la pauta salvadora y del cargo soñado, colaboran en provocar indefensión.

Lo mismo que provoca saber que el autor del horrible crimen de una joven trabajadora de la salud en Playa Verde, tenía en su haber 4 o 5 muertes violentas más, y ahí andaba, libre (¿a prueba, quizás?) con licencia para matar. Y más indefensión provoca saber que esta no es una excepción, sino la regla: el más crudo zaffaronismo instalado en la (in)justicia uruguaya de la mano de -¡otra vez!- Jorge Díaz.

Otras indefensiones

No solamente con la anarquía en seguridad, se genera indefensión. También se genera, y de manera harto efectiva, cuando se nos muestra sin pudor alguno que nada es tuyo, no totalmente ni mientras vivas, sino en tanto el superior gobierno disponga otra cosa: el cambio en las reglas de juego como norma. Te sentirás indefenso cuando adviertas que el negocio que hiciste bajo determinadas reglas, ya no cuenta y si hay perjuicio, mala suerte. Seguro será en beneficio del colectivo.

Dejé, a propósito, para el final, el ejemplo que quizás sea el más paradigmático de cómo los copadores del Estado te han dejado desnudo, en medio del desierto y se llevaron la cantimplora. El caso del hackeo a los sistemas de diversos organismos del Estado. Particular relevancia y gravedad reviste el provocado al BHU con el secuestro por parte de los hackers de 700 mil datos y registros de clientes. Lo describe en detalle, el hacker @ADanielHill en su cuenta de X.

Este caso, si grave es por sí mismo por la sensibilidad del sector y datos capturados, lo es más aún por el comportamiento del Banco en una clásica -y previsible- maniobra de ocultamiento, diciendo a medias y una media verdad, que no buscó nunca proteger al cliente, ciudadano, traicionado en su buena fé, sino en primer lugar, protegerse a sí mismos, a sus cargos y la permanencia en ellos.

Admito que, dada la gravedad del caso, del que apenas hago una breve mención, haya pasado o esté pasando casi desapercibido, con lo cual la virtual indefensión casa con una suerte de anestesiamiento del ciudadano, cóctel perfecto para que desde el poder se cometan las peores tropelías.

La insoportable impunidad del Poder

Mientras se escribe esta columna, el Parlamento ha rendido armas. El Todopoderoso inquilino del Piso 11 ha conseguido venias para compensar complicidades varias, ha creado por lo menos tres Agencias más -bajo su mando en Presidencia- con lo cual ha dado un paso de gigante, cooptando colaboracionistas en la Opoficción para su proyecto de poder. Y, en cada nuevo paso, parecemos estar viviendo la pesadilla de “La Rebelión de Atlas” sin que haya, por lado alguno, un John Galt que venga a rescatarnos.

Como quiera que sea, sobra Estado donde no debiera, y falta allí donde no puede faltar.

Sobra y sobra en demasía, toda vez que gobierno tras gobierno, año tras año, se asumen más y más competencias, facultades, áreas de injerencia, controles de controladores que no controlan.

Y en cambio falta, se ausenta como aquél que tiene una ineludible obligación que cumplir; de donde no puede, no quiere o no sabe cómo hacerlo, y prefiere hacer la del avestruz, cabeza en tierra, en cobarde retirada. Tal renuncia, lo pone al borde mismo del Estado fallido, preludio casi siempre, de la anarquía y la violencia descontrolada.

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