
He llegado a entender que el Síndrome del Impostor no es una simple duda pasajera. Es una niebla espesa que te envuelve y te convence de que tus logros fueron un accidente, un error que tarde o temprano saldrá a la luz. En mi caso, esa niebla me acompañó durante años y contaminó muchos aspectos de mi vida laboral.
Vivo, o viví, con una contradicción dolorosa: mientras los demás me veían como alguien brillante, capaz y seguro, yo me sentía un farsante. Cada elogio era gasolina para mi ansiedad, no para mi confianza. En vez de sentir orgullo, pensaba: “el engaño está creciendo”.
Por dentro, mi voz interna era un juez implacable:
“Tuviste suerte”,
“Pronto se van a dar cuenta de que no sabés nada”,
“Hay gente mucho mejor que vos”.
Durante años, esa fue mi banda sonora mental.Las Cadenas Invisibles
Vivir con esa sensación constante de ser un fraude tuvo consecuencias reales. No solo me quitó oportunidades: me quitó disfrute, energía y hasta parte de mi identidad.
• Procrastinación y sobrepreparación.
El miedo a equivocarme me paralizaba. A veces postergaba tareas por temor a fallar; otras, me sobreexigía hasta el agotamiento, intentando compensar mi inseguridad con perfeccionismo. Cuando lograba algo, no sentía orgullo, sino alivio: “por suerte no se dieron cuenta”.
• Renuncia a oportunidades.
La más dolorosa fue casi haber dejado pasar la chance de escribir en Contraviento. Era algo que me entusiasmaba de verdad, pero el miedo a “no estar a la altura” pesó más. El impostor dentro de mí casi ganó esa batalla, convenciéndome de que mejor no arriesgarme a un fracaso público.
• Incapacidad para disfrutar los logros.
Cuando las cosas salían bien, no celebraba: me limitaba a respirar aliviado por no haber sido “descubierto”. El mérito siempre era de la suerte, del contexto o de otros. Nunca mío.
• Aislamiento.
Dejé de pedir ayuda porque me convencí de que un “experto” debía poder con todo solo. Error enorme. Nadie crece sin apoyo, pero el impostor me hizo creer que pedirlo era una confesión de incapacidad.
¿Por Qué Sentimos el Síndrome del Impostor?
Sentirse un impostor no es debilidad. Es una respuesta compleja, alimentada por muchas cosas que se mezclan y se van acumulando con el tiempo:
• La infancia y las etiquetas.
Si creciste en un entorno donde el amor o el reconocimiento dependían del rendimiento “el inteligente”, “la talentosa”, es probable que hayas aprendido a medir tu valor por tus resultados. Cuando fallás, se desmorona la identidad.
• Baja autoestima y perfeccionismo.
Quienes dudan de sí mismos tienden a subestimar lo que hacen bien y a exigir estándares imposibles. Es una receta perfecta para la autoexigencia crónica.
• Entornos competitivos.
Cuando el ambiente laboral o académico gira en torno a la comparación constante, el miedo al error se multiplica. Más aún si hay prejuicios de género o culturales.
• Miedo al fracaso.
En este contexto, fracasar no se vive como aprendizaje, sino como confirmación del peor miedo: “ya sabían que no servías”.
Cómo Empezar a Romper el Círculo (Esto lo busqué en Internet porque no sabía, no se todavía como salir de eso)
Superar el síndrome del impostor no es cuestión de repetir frases motivacionales. Implica un trabajo consciente, lento y muy personal. Pero se puede.
1. Separá los hechos de las historias.
Tu mente cuenta relatos, no siempre reales. Cuando dudes, buscá evidencias: proyectos que hiciste bien, reconocimientos, logros concretos. Escribilos. Tenerlos a mano sirve como antídoto contra la ficción del “fraude”.
2. Normalizá el error.
Errar no es fracasar: es aprender. Nadie es perfecto, y pretender serlo solo garantiza frustración. A veces, “suficientemente bueno” es más que suficiente.
3. Cambiá el diálogo interno.
Esa voz crítica no va a desaparecer, pero podés bajarle el volumen. Cuando diga “tuviste suerte”, respondé: “me esforcé y lo logré”. Y cuando alguien te felicite, decí simplemente “gracias”. No le restes valor a lo que hiciste bien.
4. Hablá del tema.
Compartilo con alguien de confianza. Te sorprendería saber cuántas personas que admirás se sienten igual. Hablarlo no te hace débil; te humaniza.
¿Fuerza de Voluntad o Ayuda Profesional?
La fuerza de voluntad es necesaria, sí, pero no siempre suficiente. Hay veces en que intentar salir solo del laberinto solo te cansa más.
La terapia ayuda cuando el síndrome te genera ansiedad, agotamiento o te lleva a sabotear oportunidades (como me pasó con Contraviento).
Un buen profesional puede ayudarte a:
• Identificar el origen de tus pensamientos automáticos.
• Cuestionar las creencias que los sostienen.
• Desarrollar autocompasión y herramientas concretas para gestionarlo.
No es debilidad pedir ayuda. Al contrario: reconocer que no podés con todo es una muestra enorme de fortaleza y lucidez.
En resumen: usá tu fuerza de voluntad para dar el primer paso, pero si la niebla se vuelve demasiado densa, buscá un faro. No es rendirse: es elegir avanzar con mejores herramientas.
Y si alguna vez el impostor vuelve a susurrarte al oído, recordale que un “fraude” no se cuestiona tanto a sí mismo. Solo alguien auténtico lo haría.