
En Rivera/Livramento, la llamada “Frontera de la Paz”, donde Brasil y Uruguay se mezclan en una misma avenida, la economía separa lo que la geografía une.
Mientras Santana do Livramento vive un auge visible: grúas, nuevos edificios, barrios en expansión, Rivera permanece quieta, observando cómo el desarrollo cruza la calle y no vuelve.
Construir en Rivera cuesta hasta tres veces más, y esa desigualdad no se refleja solo en los precios: se mide también en personas.
Una frontera con dos velocidades
Según un informe del Observatorio Económico de la Universidad Católica (sede Salto), con datos de febrero de 2025, la brecha de costos entre ambas ciudades es determinante:
• Mano de obra: un albañil oficial en Rivera cuesta 261 % más que en Livramento.
• Cerámicos y azulejos: 285 % más caros.
• Pinturas: hasta 150 % más.
• Arena, cemento, yeso y masilla: diferencias del 20 % al 25 %.
En ese contexto, no sorprende que unos 12.000 riverenses ya hayan optado por mudarse a Livramento, buscando abaratar sus costos de vida mientras mantienen sus empleos o vínculos laborales en Uruguay, según datos de Medios Públicos.
El fenómeno ilustra el desequilibrio con claridad: Rivera se encarece, Livramento se llena.
El precio de la inacción
Las causas son económicas, pero las consecuencias son políticas.
Rivera paga el precio de una visión corta y dependiente, que redujo su economía al comercio de free shops y nunca promovió una industria local competitiva.
El resultado es una ciudad con una tasa de informalidad laboral cercana al 40 %, la más alta del país, y un mercado de trabajo débil que empuja a cientos de familias a vivir del otro lado de la frontera, donde todo, desde la vivienda hasta la comida, cuesta menos.
El Estado uruguayo, centralizado en Montevideo, nunca entendió la dinámica de frontera. Aplica reglas pensadas para la capital a una región binacional, donde la moneda, los precios y la realidad social funcionan de otro modo.
Rivera no compite contra el mundo: compite contra la vereda de enfrente, y pierde todos los días en todos los aspectos.
Economía de frontera, políticas del siglo pasado
A eso se suma el efecto del tipo de cambio.
Medidos en reales, los costos uruguayos son desorbitantes, lo que convierte a Rivera en un mal negocio para cualquier inversor. Mientras Livramento crece con costos moderados y mano de obra flexible, Rivera enfrenta rigideces salariales, impuestos altos y burocracia.
El Estado regula con celo, pero sin resultados: se protege un sistema que ya no produce desarrollo.
Lo que se podría hacer (si hubiera decisión política)
El informe de la Universidad Católica propone alternativas concretas, que podrían equilibrar la cancha si existiera voluntad de aplicarlas:
• Régimen aduanero diferencial: permitir la importación de materiales de construcción con beneficios fiscales.
• Incentivos municipales reales: reducir tributos a nuevas obras y fomentar la inversión local.
• Fomento industrial en el norte: desarrollar proveedores e industrias regionales para reducir dependencia de Montevideo.
• Integración binacional efectiva: extender los acuerdos de cooperación a la construcción y al empleo.
Sin embargo, la política nacional parece resignada al desequilibrio. Rivera vota poco, factura menos y reclama sin ser escuchada. El país celebra los free shops como éxito económico, mientras ignora el auge de crecimiento que se abre paso al otro lado de la calle.
El muro que Montevideo no ve
Hoy, lo que separa a Rivera de Livramento no es la plaza que las une, sino un muro invisible hecho de costos, impuestos y abandono institucional.
Mientras el lado brasileño crece, el uruguayo se vacía. Miles de riverenses cruzan cada día en busca de precios más bajos, trabajo o simplemente una oportunidad.
Y ese muro, más alto que cualquier frontera, solo caerá cuando Uruguay deje de mirar la frontera como un problema menor y empiece a verla como parte de su propio futuro.