
Miguel H. Otero *
A esta hora Nicolás Maduro Moros vigila a Diosdado Cabello, a Vladimir Padrino o a los hermanos Rodríguez. Pero no es el único que vigila: Cabello vigila a Maduro, a Padrino López y a los Rodríguez. Padrino López, por su parte, los vigila a todos y vigila a Johan Hernández Larez y Domingo Hernández Larez, hermanos, feroces y temidos generales: el primero, Comandante General del Ejército; el segundo, Comandante Estratégico Operacional de las Fuerzas Armadas. Hermanos que tienen bajo su mando las armas y los soldados de la narcodictadura.
Se espían unos a otros. Estudian los movimientos y palabras de cada quien. El estado de sospecha no termina en los nombres que he mencionado hasta aquí. Se extiende hacia los colaboradores y subordinados, civiles o militares. La sospecha se ha instalado en la atmósfera de despachos y oficinas. En el Sebin, en el DGCIM, en la Policía Nacional Bolivariana; en el grupo que opera bajo el comando de Alexander Granko Arteaga, todos sospechan de todos.
Pero no hay una sola pregunta. Son numerosas, interconectadas entre sí. Preguntas sobre la traición, sobre los preparativos para la huida, sobre la adecuación de escondites y guaridas. Varios se enfrentan con una engorrosa dificultad: dónde guardar maletas de dólares en efectivo, joyas, lingotes de oro, documentos de las propiedades adquiridas. Cómo desaparecer cuando estalle la crisis que todos ven venir, encerrados en la jaula madurista.
Pasa a esta hora en el alto mando de la narcodictadura, lo mismo que ocurrió en Irak en 2003: los jefazos militares y de la Guardia Revolucionaria de Saddam Hussein simularon preparar la resistencia, cuando en realidad, cada uno por su cuenta, preparaba su huida. Cuando las tropas estadounidenses entraron a Bagdad, encontraron una resistencia desorganizada y en desbandada. En los testimonios de los capturados se repetía: los jefes se habían esfumado antes de que se escuchara el primer disparo. Los juramentos revolucionarios resultaron mero palabrerío.
Todos quieren huir, asilarse de inmediato, y no pueden. Cada quien atrapado por la siniestra telaraña del madurismo. Atrapados por sus delitos, por su retórica, por sus expedientes, por las ataduras de unos mafiosos con otros, ataduras que no se rompen con facilidad. Nadie se atreve a dar el primer paso. Podrían liquidarlo. Están encerrados en una jaula de la que no pueden salir, en estas horas en las que el optimismo que decía, «Trump no hará nada», se ha fracturado, para dar paso a un agónico estado de incertidumbre: cuándo ocurrirá, cómo ocurrirá.
Atrapado en su jaula
Maduro está atrapado en su jaula de fieras, amarrado en su propio búnker, rodeado por guardaespaldas que vigilan sus movimientos, porque ha ido destruyendo cada una de las puertas de salida.
Abusó, hasta el agotamiento total, de la estrategia de usar mecanismos de diálogo con la única finalidad de ganar tiempo. El falso diálogo como argucia dilatoria. Lo agotó de forma tan extrema, que acabó por liquidar cualquier posibilidad de una instancia internacional que pudiese propiciar algún acuerdo. Aunque resulte asombroso, no hay en el escenario internacional ningún país con la debida legitimidad, ahora mismo, dispuesto a intermediar con un narcorégimen que ha mostrado, una y otra vez, su desprecio por cualquier acuerdo. Ha cerrado la puerta de un acuerdo internacional.
No solo ha mantenido sino que ha empeorado la práctica del secuestro, desaparición, encarcelamiento y tortura de ciudadanos inocentes e indefensos. Se ha negado a escuchar las peticiones, que tienen un carácter universal, de que libere a los presos políticos. No solo ha dado un portazo a esas solicitudes, sino que semana a semana aumenta el número de detenidos.
De forma simultánea, como jefe del Cartel de los Soles, Maduro no ha detenido las operaciones de envío de drogas a Estados Unidos y Europa. En los últimos meses, además, investigaciones policiales, confesiones de narcosocios capturados y testimonios de testigos, han aportado más pruebas y argumentos que demuestran los vínculos sistémicos entre el Estado venezolano y las redes de narcotráfico. Esta es otra puerta que se ha clausurado, entre otras razones, porque establecer acuerdos con una narcodictadura es cada vez menos viable desde la perspectiva legal.
El mayor y más sonoro portazo lo dio el 28 de julio de 2024 cuando asaltó el poder y estableció una dictadura sin disimulos ni eufemismos. Perdió importantes aliados, fue desconocido por decenas de países –estatuto que no ha cambiado–, adquirió la categoría de paria internacional, símbolo del dictador cruento e infame, capaz de cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder, es decir, capaz de lo inimaginable para continuar con las operaciones de narcotráfico en condiciones de impunidad. No les basta: quieren más y más millones de dólares.
Maduro ha cerrado todas sus puertas de salida y ha tirado las llaves al alcantarillado. Sus opciones se han reducido. Incluso la posibilidad del asilo político cada vez luce más improbable. Ha escogido el peor de los caminos: como el delincuente que, atrapado y rodeado, en vez de levantarse y rendirse, se lleva la mano a la cintura y desenfunda un arma
*Publicado en El Debate.com