
El Año Nuevo llega como un vendedor ambulante con carisma de feria, ofreciendo paquetes premium de “vida renovada” y “nuevas oportunidades” en 12 cuotas… de tiempo… Lo cierto es que de un día para el otro saltamos de un número a otro, y actuamos como si ese dígito recién salido del horno tuviera superpoderes administrativos para mejorar nuestra existencia. El 31 se evapora, aparece el 1, y de pronto toda la humanidad entra en un trance que ni los precios del súper logran arruinar.
Los gurús, motivadores y expertos autoproclamados de TikTok e Instagram, aseguran que el Año Nuevo es un “portal simbólico”. ¡Portal simbólico las pelotas! Es un cambio de página en el calendario, nada más, pero queda tan lindo creer que trae magia, que seguimos comprando la idea con la misma fe con la que compramos el pan dulce que nadie quiere comer.
La resaca del primero de enero tiene dos versiones: la alcohólica y la filosófica. La primera aparece cuando uno mezcla sangría, clericó, cerveza artesanal y ese brebaje fluorescente que aparece en toda reunión familiar y cuya fórmula probablemente fue descubierta por error. La segunda resaca surge cuando nos miramos al espejo y declaramos solemnemente: “Este año sí voy a cambiar”. Y el espejo responde con un silencio casi burlón…
Las promesas son un clásico. “Este año sí voy al gimnasio”. “Este año ahorro”. “Este año como sano”… Y ese entusiasmo dura mas o menos hasta el 2 de enero, cuando ves media pizza fría en la heladera y pensás: “¡Ma si, me la como, que me lo merezco por haber logrado sobrevivir otro año!”
Cada 31 hacemos un ritual ancestral: esperamos las doce, tiramos fuegos artificiales como si hubiésemos ganado el gordo de fin de año y nos abrazamos con la convicción de que algo empieza de cero. Después, el día 2 todo se acomoda: el jefe sigue siendo el mismo HDP, las cuentas no perdonan y el pantalón sigue negándose a entrarnos en la cintura. No es magia. Es continuidad con ilusión…
La religión universal de las listas
Ah, las listas de propósitos. Monumentos de entusiasmo. Las de 2023, 2024, 2025 y ahora 2026 forman un archivo histórico que un arqueólogo del futuro podría interpretar como evidencia de que la humanidad tenía una obsesión enfermiza por “leer más” y “hacer dieta”. La repetición es tan admirable que debería ser un deporte olímpico.
La psicología improvisada del Año Nuevo
Dicho esto, el Año Nuevo tiene un efecto psicológico real: una ilusión de frescura que dura exactamente hasta el tercer lunes del año, que no en vano, según han descubierto esos estudios al pedo que abundan hoy en día, es el «lunes más triste del año» y se conoce como “Blue Monday”. Este concepto se popularizó a través de una campaña de marketing y se asocia con factores como las deudas de las fiestas, la dificultad para cumplir los propósitos de Año Nuevo, el retorno a lo mismo de siempre tras las fiestas y constatar que la rutina y nuestra falta de dinero siguen igualitas al año pasado. Aunque muchos lo consideran más un truco publicitario que una realidad científica, para algunas personas la combinación de todos estos factores sí puede generar desánimo.
Y sin embargo… insistimos.
Seguimos brindando. Seguimos gritando “¡Feliz Año Nuevo!” como si estuviéramos espantando malos espíritus. Seguimos celebrando que seguimos existiendo, que no es poca cosa. Somos criaturas con un deseo constante de reiniciar la partida para ver si esta ronda sale mejor.
Feliz año… de verdad.
Celebramos porque admitir que nada cambia sería aburridísimo. Celebramos porque esta comedia llamada vida necesita sus pausas festivas. Brindamos porque sí. Porque podemos. Porque queremos. Y porque la esperanza es más porfiada que nosotros.
Así que sí, feliz almanaque nuevo.
Que el año te encuentre bailando aunque sea con el palo de la escoba, improvisando pasos imposibles y declarando la paz mundial entre vos y tu cuñada, a pesar de que es una bruja insoportable.
Que te encuentre riéndote de pavadas, abrazando fuerte, perdonando fácil y disfrutando cada momentito tonto que aparece como un regalo inesperado.
Que te encuentre celebrando sin motivo, queriendo sin filtro y valorando hasta el brindis con sidra en envase de plástico.
Y que, al final, recuerdes lo único que de verdad vale: no la fecha, no el número, no el portal simbólico… sino la alegría simple de seguir acá, rodeado de afectos y con la posibilidad de volver a intentarlo todo de nuevo.
Feliz 2026.