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Contraviento

«El niño que heredó el silencio», novela de Pablo Vierci

9 agosto, 2025

Vierci, el hombre que se ganó los aplausos

 

El pasado lunes 4 ingresó al mercado literario uruguayo, la novela “El niño que heredó el silencio”, la decimotercera obra del escritor uruguayo Pablo Vierci, polifacético autor quien, tras más de 4 décadas de producción literaria que incluye novelas, cuentos, novela histórica, historia novelada, ensayo y humor, además de guionar 4 largometrajes para el cine, vuelve a sus raíces: la narrativa.

Ganador por 2 veces del segundo Premio Nacional de Literatura y también por 2 veces el Libro de Oro de la Cámara Uruguaya del Libro, Vierci -habitual colaborador de esta casa, que la vió nacer y en cuyas páginas tanto se le extraña- no necesita mucha presentación.

Mucho menos la necesita luego del resonante éxito de su novela “La sociedad de la nieve” llevada al cine, donde obtuvo 2 nominaciones al Oscar y un éxito de público sin precedentes, sobre todo en jóvenes y muy jóvenes donde en materia de fanáticos dejó corto al propio Harry Potter.

Hombre de bajo perfil, siempre afable y entrañable para sus amigos, el éxito en su propia tierra no le vino como regalo del cielo, sino como recompensa a su tenacidad y convencimiento en la valía de su obra. Porque, además, Vierci no integra la capilla oficial, esa que obtiene y otorga ferias y promociones, críticas y premios, traducciones y recepciones, generalmente al calor del poder de turno.

El niño que heredó el silencio

Los lectores solemos caer con demasiada facilidad en reduccionismos y etiquetados y, respecto de los autores, la tentación es grande.

Una de estas categorizaciones bien podría ser la de que hay, básicamente, dos clases de escritores: la de los que su obra se circunscribe a un género determinado y llevado al extremo, un tema solo, en torno al que gira su producción. Un Faulkner nunca salido de su Condado de Yoknapatawpha.

Y una segunda categoría, la de los escritores que parecen dominar todas las voces, tanto en la novela como el relato, el ensayo como la biografía, la historia como la filosofía, y allí donde se exprese el lector puede encontrarse su voz. El arquetipo de este tipo de autores sería un Stefan Zweig, hombre de las mil voces y un talento único, inimitable.

Dicho esto, porque creo que Vierci es, sin dudas, un autor de este tipo, dueño de una versatilidad que no le hace perder calidad ni identidad, cualquiera sea el género abordado. No obstante, tras haber recorrido en extenso su obra, es la novela donde el sastre ha hecho el traje a medida. Y ésta en particular, lo tiene todo.

El silencio como herencia no querida

 

Ambientada en un Montevideo sesentista, donde resuenan los ecos de la violencia desatada y partida al medio por una Avenida Italia, símbolo de la posición social, un exitoso empresario que habita el lujoso sur de ese parteaguas, viaja en tiempo y espacio, a los lejanos sesenta donde dejó la niñez, rodeado de la sordidez que suele acompañar a la pobreza cuando esta se transforma en marginalidad, tanto como acompaña a la riqueza desmedida cuando esta se convierte en instrumento de poder.

Es ese niño que creía haber dejado atrás un pasado demasiado doloroso como para volver siquiera la vista atrás, aún cuando en los renglones no escritos de aquella historia que es la suya propia habite el hueco que lleva en su corazón.

Excelentemente construida, narrada con una cadencia perfecta, el relato atrapa desde la página inicial y no te suelta la mano hasta la última página, donde la tuerca soporta una vuelta más.

Estamos, a juicio de este modesto escriba cuyo único mérito estriba en haber pasado la mitad de su vida con un libro frente a sus ojos, ante una obra mayor. La mejor novela (si convenimos que “La sociedad de la nieve” es otra cosa) escrita por Vierci, propia de la madurez del autor y donde la historia se brinda, como un fértil útero materno, para que el escritor siembre las semillas de la sabiduría que le deparara el largo camino recorrido.

Bienvenido Pablo. Estás en tu casa, y tu obra es un regalo para un país lector que, espero así sea, sabrá aquilatar su valor.

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