
Por Lic. Silvana Giachero, Psicóloga Forense
En los últimos meses, Uruguay ha sido sacudido por una serie de filicidios y muertes en contextos parentales. Sin embargo, mientras los hechos revelan un fenómeno complejo, la reacción mediática y política insiste en reducirlos a un seudo concepto cuando es el padre quien asesina :la violencia vicaria.
Lo que muestran los hechos (2025)
•Junio: Bebé de 9 meses asesinada a golpes por su madre.
•Junio: Oriana, entregada a su padre adicto, abandonada en una pensión y luego encontrada muerta.
•Agosto: Luna, asesinada por su padre.
•Agosto: Mujer policía se suicida arrojándose con su bebé de 2 meses en brazos.
•Setiembre: Dos niños secuestrados y asesinados por su padre.
Estos hechos muestran con crudeza que el filicidio no es exclusivo de un género ni responde a un único patrón. Las motivaciones son múltiples , complejas y van desde trastornos psiquiátricos hasta contextos de violencia crónica y desesperación ( Acting )
La realidad científica: filicidio
La criminología y la psiquiatría forense utilizan el término filicidio para describir el asesinato de un hijo por parte de su madre o padre.
•Es una categoría reconocida en la literatura científica.
•Permite clasificar casos y estudiar sus causas.
•No discrimina por género: nombra el hecho y abre la puerta a la prevención.
Medidas cautelares: cuando la protección se transforma en daño
Las medidas de protección cumplen un rol legítimo cuando existe un riesgo probado. Pero en la práctica, muchas veces se dictan de manera automática y sin revisión, o cuando se aplican a la madre y esta lo extiende por su cuenta a los hijos impidiendo el vínculo con su padre , lo que genera:
•Padres impedidos de ver a sus hijos durante meses o años, aun sin pruebas de riesgo.
•Ausencia de protocolos claros de revinculación progresiva.
•Niños privados de un vínculo esencial para su desarrollo.
El resultado es que medidas pensadas para proteger terminan siendo instrumentos de obstrucción, o mal aplicados , lesionando el derecho de los niños a mantener contacto con ambos progenitores (Convención sobre los Derechos del Niño, art. 9).
En este contexto, no es extraño que algunos progenitores caigan en la desesperación, lo que a veces desemboca en conductas extremas. Esto no justifica los actos, pero obliga a analizar las condiciones que los favorecen. Y aquí aparece un problema adicional: cuando desde la academia se intenta explicar que estos casos son complejos y que intervienen múltiples variables, la reacción inmediata suele ser el linchamiento simbólico y la cancelación de quien busca mostrar esa complejidad.
Y esto genera más odio
La narrativa ideológica: “violencia vicaria”
En lugar de analizar esta complejidad, el debate público queda colonizado por un término sin validación científica: la violencia vicaria.
1.No tiene base empírica: no figura en manuales diagnósticos ni en clasificaciones jurídicas internacionales.(DSM-5, CIE-11).
2.Es asimétrica: cuando el autor es el padre, se lo etiqueta como “violencia vicaria”; cuando la autora es la madre, se habla de “tragedia personal” o “contexto de vulnerabilidad”.
3.Funciona como propaganda: transforma el dolor de los niños en una bandera política de confrontación de género.
•No está respaldada por investigaciones empíricas sistemáticas.
•Ha sido cuestionada por múltiples académicos y peritos forenses como una categoría ideológica, no científica.
El término correcto y científicamente reconocido es filicidio. Nombrar las cosas por su nombre es el único camino para comprenderlas y prevenirlas.
Este es el resultado de meses de investigación de la literatura escrita ( muy poca ) sobre VV y denunciada por su falta de sustento académico , su falta de evidencia empírica y denunciada integridad académica.
Lo que está en juego
Los niños terminan atrapados en un sistema que:
•Prioriza relatos ideológicos sobre datos.
•Usa medidas cautelares como herramientas de exclusión más que de protección.
•Les arrebata vínculos fundamentales y los expone a disputas adultas.
Conclusión
La discusión no está en inventar categorías como la violencia vicaria, sino en revisar cómo se dictan y aplican las medidas cautelares, y en garantizar que las decisiones judiciales respondan al interés superior del niño y no a relatos políticos.
Cada vez que una medida de protección se utiliza para separar a un niño de su padre o madre sin pruebas sólidas de riesgo, el Estado no protege: daña. Ese daño, profundo y silencioso, es mucho más difícil de reparar que cualquier medida judicial.