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Contraviento

La púbica felicidad.

30 septiembre, 2025

Mientras miles desfilan por las calles de Montevideo bajo la consigna «Si hay derechos, que se note», uno no puede evitar preguntarse: ¿Qué derechos “no se notan”? ¿Se nota algo más allá del oportunismo político? La Marcha por la Diversidad, que alguna vez fue una lucha genuina por la igualdad –recordemos sus orígenes en 1992, conmemorando Stonewall con dignidad–, se ha convertido en un desfile anual de consignas refritas, recicladas y marcadas por la izquierda uruguaya. «Estado ausente» en 2021, «Basta de impunidad y saqueo» en 2023, y ahora está llamada velada a que el gobierno actual «cumpla». ¿Cumpla con qué? ¿Con el guión del Frente Amplio, que parece haber comprado los derechos de autor del arcoíris?

Es irónico: un movimiento que clama por inclusión excluye a cualquiera que no baile al ritmo de sus aliados partidarios. 

Como homosexual que ha elegido no participar en estas procesiones politizadas, lo digo claro: no todos nos vendemos al bajo precio de un slogan y un par de leyes que pierden eficacia cuando la muletilla para marcar al que no les rinde pleitesía es “gracias al frente te podes casar…”. La marcha ya no es sobre nosotros; es un megáfono para narrativas que poco tienen que ver con el respeto o la inclusión, y todo con desgastar al gobierno de turno cuando no es de izquierda. Estamos ante un evento que atrae multitudes, sí, pero que perpetúa estereotipos con su exhibicionismo desbordado, generando más rechazo que empatía en una sociedad que ya nos acepta en todos los aspectos conocidos. 

Yendo con respeto, todas las puertas se abren, y se los digo yo que sé moverme en varios andariveles de la sociedad.

Hablando de rechazos, ¿cómo no mencionar los bochornos de este año en Torre Ejecutiva? Ahí tenemos a Collette Spinetti, la secretaria de Derechos Humanos – expulsada de su sector PAIS por «diferencias políticas» y un supuesto mal manejo de fondos–, organizando un evento oficial con performances drag que incluyeron a Negrashka Fox meneando “les caderes” en un auditorio presidencial. ¿Arte? Por favor. Fue un espectáculo pagado con dinero público –aunque «simbólico», según Spinetti–, que desató críticas merecidas de varios miembros de la sociedad y con toda la razón. Fue un espectáculo vergonzoso, innecesario y estigmatizante.

Su expulsión de PAIS, coincidiendo con este escándalo, tiene un evidente tufo a oportunismo, en lugar de malestar por gastos «excesivos» y falta del obligatorio aporte económico a su sector, que al final del día se destina a las arcas del Frente Amplio. Por encima de eso hay algo que se le quiere sacar el foco: la contratación de su expareja como adjunto de ese organismo gubernamental. Ese fue, es y será otro bochorno, contratar directamente a una persona que no se encuentra calificada para ese cargo, por el único mérito de haber mantenido una relación sentimental, es una afrenta a todos los uruguayos.

Spinetti, en su defensa, habla de romper estereotipos, pero ¿en la sede de Presidencia de la República? Eso no rompe nada; solo refuerza la idea de que la diversidad es sinónimo de exceso y provocación, financiada por el Estado para complacer a un nicho ideológico.

Agreguemos otra capa de incoherencia woke que vimos en la Marcha afín a esta sopa ideológica: ondear banderas palestinas junto al arcoíris ¿En serio? En los territorios palestinos, bajo la Autoridad Palestina o Hamás, la homosexualidad es perseguida con saña: prohibiciones sistemáticas a la homosexualidad, ni que hablar de cualquiuer evento con trazas de “Pride” y castigos que van desde el ostracismo hasta la muerte, son el fruto de una sociedad donde el Islam dominante ve a los homosexuales como «desviados». Mientras tanto, Israel –tan demonizado por estos activistas– es un oasis en Oriente Medio para los homosexuales, con derechos protegidos volviéndose un refugio para quienes huyen de la opresión vecina.

¿Defender la diversidad mientras apoyan regímenes que la aplastan? Eso no es solidaridad; es hipocresía performativa, usando el arcoiris como escudo para agendas anti israelíes que nada aportan al movimiento y solo lo hace más funcional al show de la izquierda local. Si tanto les preocupa la «impunidad», ¿por qué no denuncian la de los opresores homofóbicos en Gaza o Cisjordania? En vez de eso piden a viva voz la ruptura de relaciones diplomáticas de Uruguay con Israel, lo incluyeron en su consigna con total desparpajo y sin el mínimo tapujo.

Si el movimiento se dignara a salir de su burbuja partidaria hay lugar para construir. En lugar de consignas vacías, ¿por qué no enfocarnos en problemas urgentes que afectan a nuestra comunidad? Tomemos la violencia en parejas homosexuales, un tema invisible y subreportado. En Uruguay, mientras las denuncias por violencia de género o casos más graves reciben publicidad, al confirmar la narrativa electoral del tema “género”, la violencia en parejas gays o lésbicas queda en las sombras. Este “segundo armario” existe, es una realidad, es palpable, pero no rinde electoralmente, por eso no recibe atención ni siquiera mediática. En nuestro país, se conocen datos de la violencia hacia mujeres, pero para parejas homosexuales faltan estadísticas específicas, lo que perpetúa la invisibilidad. 

¿Por qué no usar la marcha para campañas de concientización sobre ITS, consumo de drogas o prostitución? Eso sí generaría empatía y cambio real, no un desfile que termina en fotos para redes y un burdo intento de captar votos para la izquierda.

Como homosexual, me duele ver cómo la marcha y sus espectáculos ridiculizan la lucha y el legado por obtener un minimo de trato respetuoso que nos merecemos, sin ser juzgados por nuestra intimidad. Justamente lo que suceda entre dos personas adultas no debería quitarle el sueño a nadie, pero el orgullo de ser quien soy no pasa por shows pagos con “valor simbólico” en Torre Ejecutiva. En algún momento espero que tomen conciencia y se hagan eco de la letra de la canción Santa Marta de Larbanois Carrero: no todo está en venta, no todo es mercado. Árbol sin raíces no aguanta parado ningún temporal.”

En Uruguay, donde la homosexualidad nunca enfrentó penas legales explícitas todos conocemos casos de gays y lesbianas que lograron ser exitosos en distintos ámbitos sociales y profesionales por mérito propio y esfuerzo constante, sin necesidad de victimismo ni exhibicionismo. Pero estos desfiles de sexualidad semi explícita en la calle, la marcada orientación ideológica y la necesidad de una innecesaria inclusión forzada, en conjunto con jugarretas del estilo Colette alimentan un rechazo que no existía, convirtiendo nuestra dignidad en un chiste para quienes ya nos miraban con recelo.

Mi intimidad es mía, intransferible, y no necesita aplausos públicos ni banderas para validarse. Tampoco merece condena o señalamientos. Mucho menos ser parte de un miserable mercantilismo ideológico.

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