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Contraviento

El Evangelio Según San Pereira, el contorsionista ideológico

22 octubre, 2025

¡Qué tiempos estos! El aire que respiramos viene cargado de drama existencial, como si viviéramos dentro de una telenovela escrita por Kafka y dirigida por Netflix. En el centro de la escena, nuestro querido (y casi nunca coherente) Fernando Pereira, presidente del Frente Amplio, que logra transformar cada opinión ajena en una ofensa personal.

El Pecado Original: Opinar
La historia comienza cuando el Arzobispo de Montevideo, Daniel Sturla, comete el peor de los pecados modernos: tener opinión propia. Se atrevió ¡imaginen! a hablar sobre la ley de eutanasia, esa norma que toca fibras morales, religiosas y filosóficas en millones de personas.
Pero claro, ¿quién lo mandó? Su papel, según la liturgia del progresismo laico, es puramente decorativo: bendecir algún edificio, aparecer en las fiestas patrias y sonreír para la foto. ¡Nada de opinar sobre asuntos terrenales! Porque si su opinión no coincide con la del Frente Amplio, entonces ya no es un líder religioso, sino un agitador político que “ofende a los cristianos”.
(O, más precisamente, a los cristianos que votan al Frente y no quieren sentirse incómodos con su voto).

La Doble Rueda de la Moralidad
Lo más delicioso de este episodio es la selectividad moral del señor Pereira.
Cuando la Iglesia denuncia la pobreza, la desigualdad o la injusticia social, ahí sí: aplausos de pie. Es la voz de los sin voz, un faro de conciencia ética. El laicismo, en ese caso, se toma un café y se hace el distraído.
Pero si la Iglesia osa opinar sobre la defensa de la vida o sobre cuestiones bioéticas, entonces de pronto el Arzobispo se transforma en un peligroso activista electoral. ¡Qué metamorfosis! El mismo púlpito que ayer era símbolo de compromiso social, hoy es acusado de “campaña encubierta”.
Y Pereira, el cristiano autodeclarado, nos recuerda con solemnidad bíblica:
“Yo soy cristiano. Tengo derecho a morir de otra manera.”
Por supuesto, Fernando. Nadie te lo discute.
El problema es que, mientras tú exiges el derecho a morir como quieras, al Arzobispo no se le concede el derecho a opinar como le dicta su conciencia. Una teología selectiva: libertad para mí, silencio para ti.

La Ofensa Personal (según San Fernando)
Al final, el verdadero pecado de Sturla no fue opinar, sino opinar en contra.
Creyó ingenuamente que en un país laico todas las voces valen lo mismo. Pobrecito. No sabía que la laicidad, en Uruguay, se viste según el clima político: cuando la Iglesia coincide contigo, es “alianza ética”; cuando no, es “intromisión inadmisible”.
Qué noble, qué sacrificado, que un líder político deba sufrir el doloroso destino de ser corregido en público por una figura moral. Quizás, para la próxima, el Arzobispo debería enviar un memo a la sede del Frente Amplio para consultar si sus valores son oportunos para la coyuntura política. Así evitaremos que se sienta ofendido el cristiano que solo le gusta la libertad de elegir cuando esa libertad tiene la bendición (o al menos el silencio) de su fuerza política.

Segunda Estación: El Nobel de la Paz (según el Frente Amplio)
Pero tranquilos, que el viacrucis de la coherencia no termina ahí.
Nuestro mártir de la laicidad también quiso iluminar al mundo con su sabiduría diplomática. Resulta que el Premio Nobel de la Paz fue otorgado a María Corina Machado, opositora venezolana y eterna piedra en el zapato del régimen de Nicolás Maduro.
Y ahí saltó Pereira, indignado:
“El Comité del Nobel la pifió. Su discurso no es de constructora de paz.”
Traducido al idioma de la ironía:
“¿Cómo se atreven a premiar a alguien que critica a un gobierno amigo? ¡Eso es violencia ideológica!”
Porque, claro, la verdadera paz, la que el Frente celebra, no es la de los pueblos libres, sino la paz del silencio, la paz de los cementerios donde no se discute nada que moleste a Caracas.

Los Verdaderos Constructores de Paz
Para despejar dudas, Pereira explicó quiénes sí habrían merecido el Nobel:
“Lo pudieron merecer Tabaré o Pepe.”
¡Eureka! El Nobel no era para quienes arriesgan la vida en dictaduras, sino para quienes viajan por el mundo dando conferencias o prohíben el tabaco en lugares cerrados.
La paz, en la doctrina Pereira, se mide en simpatía partidaria: si eres de los nuestros, eres pacifista; si no, eres “problemático”.

Epílogo: La Coherencia como Acto de Fe
Así que aquí estamos, en el altar del doble estándar.
Pereira predica la libertad, pero solo cuando le conviene; defiende la laicidad, pero solo cuando no lo contradicen; celebra la paz, pero solo si no incomoda a los aliados.
Su moral es tan flexible que ya no es una escala de valores, sino una coreografía de contorsionismo ideológico.
Quizás, para evitar más confusiones, la próxima vez el Comité del Nobel debería ahorrarse el trámite y entregarle el premio directamente a la bandera del Frente Amplio.
Total, ahí sí que nadie se sentiría ofendido.

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