
Graziano Pascale
Aunque el presidente Orsi ya nos había anticipado que volvería a incurrir en sus «tropiezos discursivos», no deja de sorprender que ante la entrega del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, haya reaccionado con frialdad, y reiterado que lo mejor hubiera sido declarar desierto el premio.
Esta vez el «tropiezo» tomó otro cariz. Dejó de ser «discursivo» para convertirse en una gran pifia política, un error mayúsculo, cuya gravedad se irá haciendo cada vez más grande a medida que pasen los días, hasta el colapso final del régimen de Maduro.
Porque no hay nadie medianamente informado que puedas ignorar, por más empeño que ponga en ello, que el tiempo de Maduro en el poder está llegando a su fin.
En estas horas, junto a la presión que representa la presencia de la flota de la mayor potencia militar del mundo en el Caribe, figuras tan cercanas a Maduro como los presidentes Lula y Petro están haciendo gestiones de último minuto para convencer al dictador de tomar el camino del exilio.
Venezuela ha sido tierra de refugio para cientos de uruguayos que huían de la dictadura militar de los años 70. Antes, incluso, había acogido a otro número significativo de compatriotas que, atraídos por la bonanza petrolera, habían emigrado en busca de oportunidades que la crisis económica de su país en los años 60 le negaba.
Fue refugio también, aunque frustrado en el último minuto, de Elena Quinteros, quien ingresó a la Embajada de Venezuela en busca de asilo político, una acción que impidieron elementos de la dictadura tras forcejear con el Cónsul, quien intentó vanamente retenerla en la sede diplomáticamente. Esa brutal agresión motivó que el gobierno de Carlos Andrés Pérez decidiera romper relaciones con Uruguay.
Hoy, miles de venezolanos -una parte de los nueve millones desplazados por la dictadura- viven entre nosotros, y algunos ya tienen descendencia uruguaya.
Dejando de lado Argentina, no hay otro país hoy en el continente que tenga tantos lazos afectivos con Uruguay como Venezuela. Pero si eso no bastara, el interés nacional del Uruguay, que deberías guiar los pasos del gobierno, hoy está del lado de la oposición que encarna María Corina Machado. La distancia que Orsi ha tornado de esa verdadera heroína moderna, aclamada en las últimas horas en Oslo por la comunidad democrática de todo el mundo, es un error político y diplomático inexplicable.
El honor del Uruguay que se identifica con la libertad y los derechos humanos, ha sido defendido por el ex embajador ante la OEA, Washington Abdala, que sin asumir representación oficial alguna se convirtió en el embajador de la democracia uruguaya.
Todavía está a tiempo el presidente Orsi de modificar el rumbo que ha tomado. De momento quizás se lo impida un sector de su propia fuerza política, con estrechos vínculos con la la dictadura venezolana. Pero una vez que se produzca el cambio político en Caracas, tarde o temprano sus efectos también se sentirán en Montevideo.
Ni Orsi ni el Uruguay se pueden permitir un nuevo tropiezo.