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Contraviento

Tres Millones

21 septiembre, 2025

Ricardo Acosta Calvo

En Uruguay somos tres millones de técnicos.
Técnicos de fútbol, de básquetbol, de atletismo, de economía, de política y de cualquier cosa que se discuta en la mesa del mediodía.
La frase nació para explicar esa pasión desmedida que sentimos por la pelota, pero con el tiempo se extendió a todo: opinamos de todo, sabemos de todo y, sobre todo, estamos convencidos de que siempre tenemos la razón.
El Mundial de Atletismo volvió a recordárnoslo.
Julia Paternain se subió a un podio y, en vez de celebrar su esfuerzo, muchos salieron a cuestionar si era “verdaderamente uruguaya”. Como si la sangre o el pasaporte definieran el corazón. Como si haber elegido a Uruguay para representar fuera un detalle menor.
Lo curioso es que hasta hace un mes nadie sabía quién era Julia, pero apenas flameó la bandera celeste ya nos sentíamos expertos en su vida, en su historia y en las reglas de la doble nacionalidad. Tres millones de técnicos, tres millones de jueces.
Eso sí: la medalla de Julia encendió un foco que no estaba prendido. De golpe, el Mundial de Atletismo entró en la conversación cotidiana, y ahora miramos resultados y seguimos actuaciones que antes pasaban casi desapercibidas. Quizás esa sea otra de las virtudes del deporte: mostrarnos que hay uruguayos que trabajan en silencio y que, cuando llega el momento, pueden sorprendernos con logros impensados.
La política no escapa a esta lógica.
El Parlamento, que debería ser un espacio de acuerdos, hacia afuera se muestra solemne, pero hacia adentro funciona como una tribuna. Porque vivimos en un país donde la discusión rara vez se da para entender al otro, sino para reafirmar mi verdad.
La tribuna se volvió Parlamento, y el Parlamento tribuna.
Ese es el riesgo de esta uruguayez tan nuestra: la convicción de que no hay lugar para el matiz. O blanco o negro, o crack o paquete, o héroe o traidor. Nos cuesta reconocer que puede haber mérito en quien piensa distinto, que se puede aprender del otro sin renunciar a lo propio.
Quizás deberíamos mirar un poco más a esos atletas que entrenan en silencio, que no tienen tribunas llenas ni portadas aseguradas, pero igual dejan todo en cada competencia.
Ellos no discuten si la pista es perfecta o si las condiciones son justas: corren, saltan, tiran. Compiten con lo que tienen, sabiendo que a veces se gana y muchas veces se pierde, pero que siempre se aprende.
Tal vez ahí esté la enseñanza.
Menos técnicos de tribuna y más jugadores en la cancha.
Menos certezas absolutas y más humildad para reconocer lo que no sabemos.
Porque si seguimos convencidos de que ya lo entendemos todo, lo único que lograremos es repetir la misma jugada una y otra vez, sin darnos cuenta de que el partido de la vida , y de un país, es bastante más complejo que una discusión en la sobremesa.