«Ellos, los apóstoles predicando su “nuevo” testamento, y en la vereda de enfrente, los enemigos del pueblo. Es en ese momento donde el odio adquiere carta de ciudadanía y legitimidad para ser practicado.»
«Tenemos miedo a no estar lo bastante alineados, no ser lo bastante obedientes, lo bastante serviles, y ser excomulgados, condenados al exilio moral con el que las democracias débiles y perezosas chantajean a los ciudadanos. Miedo, en una palabra, a ser libres. A arriesgarse, a tener valor». Oriana Fallaci
¿Te suenan conocidas estas palabras, querido lector?
Fueron dichas por esta formidable mujer -periodista, escritora, activista- en 2005, apenas un año antes de su fallecimiento, al publicar el libro que lleva por título “Las raíces del odio” y están referidas al islamismo que tanto conoció, investigó y sufrió. Son válidas no solo respecto de esta religión ni de las religiones en general, como veremos.
El odio religioso, aunque milenario y profundo al punto de ser causa o excusa de las peores masacres perpetradas en la Historia, no es, sin embargo, el único. Existe el odio fomentado por las ideologías totalitarias, esas hijas malnacidas del Siglo XIX y que regaron las tierras europeas de sangre durante el nefasto Siglo XX. Ideologías que son, al fin y al cabo, religiones también. Laicas, pero religiones, con dogmas inamovibles y fieles dispuestos a matar y morir por ellas.
El génesis
El marxismo, instrumentalizado por Lenin a partir de 1905, se convertiría en el paradigma, desde que el marxismo-leninismo define los conceptos de “enemigos de clase” y al odio como motor de la Revolución, y con él, al terror y el hambre como armas ineludibles en las guerras civiles que conducirán a la Dictadura del Proletariado.
De su deriva, los resultados relevan de prueba. Hambrunas, matanzas indiscriminadas, terror y Gran Terror, purgas y Gulags, fosas comunes y pueblos enteros masacrados, más de 100 millones de víctimas -que se dice pronto- bastan para que, puestos un cadáver junto al otro se cubra cinco veces la circunferencia de la Tierra.
El post marxismo-leninismo
Fracasado el leninismo, su odio y lucha de clases, habría de tener su momento una nueva vertiente. Especie de luteranismo del dogma leninista que, basado en Gramsci, pondría el énfasis en la lucha a muerte en todos los demás campos, en especial el cultural, anulando al individuo como tal y convirtiéndolo en parte de minorías enfrentadas a otras y abocadas a transformarse en víctimas de la pérfida historia. Hecho éste que les legitimaría para entronizar un victimismo enfermizo, capaz de justificar cualquier nueva expresión de violencia.
En el Uruguay de los primeros Sesenta
Un alto en el camino, estimado lector, para venir hasta el Uruguay, el de los primeros sesenta para ser más exactos.
Siendo niño, viviendo junto a mis padres en Treinta y Tres, recibíamos cada año, en oportunidad de su licencia como obrero textil, la visita de un tío montevideano, amante de los pájaros y su caza para enjaularles. Amé aquel tío bromista, que me enseñó práctica tan cruel como cazar un cardenal y ponerlo en una jaula, para de ahí en adelante ser responsable de ponerle alpiste, cambiar el agua, limpiar la jaula, y extasiarme con sus cantos.
Mi tío era obrero, como dije, y como tal en Montevideo y por esos años, comunista convencido. Muy convencido. Mis padres, doméstica y peón rural, de pueblo rata del interior arrocero, colorados por tradición.
Hasta donde me alcanza la memoria, no recuerdo una discusión política, más allá de alguna chanza como en tiempos también se hacían respecto del fútbol.
Luego, todo cambió
En mi adolescencia, con él ya fallecido, cultivamos una buena amistad con sus tres hijos, a pesar de la distancia física. Ya de grandes, cada uno tomó su camino, y en algún caso le llamó exilio, con o sin razón que no puedo juzgar.
Pasado el tiempo, perdido el contacto, vinieron las redes sociales en mi auxilio en el deseo de saber de ellos, y de retomar un contacto. Les ubiqué a los tres, dos de ellas viviendo en el exterior, y el restante apenas a cien kilómetros de mi propia casa. Un rápido paseo por sus publicaciones, me dejaron en claro el por qué de sus exilios y el tipo de herencia que mi tío les había dejado, a falta de otra más tangible.
Supongo que, porque ellos también hicieron lo mismo, el retomado contacto no pasó más allá de un saludo meramente protocolar, y una incierta promesa de un posible contacto futuro. Ellos estaban de aquel lado, y yo de éste, y en medio los años del terrorismo, y luego los de la dictadura, y ya nada volvió a ser posible. Fue cuando empezamos a confundir justicia con venganza, perdón con impunidad, a separar los buenos de los malos, y a tal ni un vaso de agua.
Otra vez los Sesenta y la irrupción del terrorismo
Vuelvo a los años sesenta, cuando en Montevideo el ulular en las calles no era de ambulancias sino de patrulleros y las explosiones no eran fuegos artificiales sino la bomba y el molotov. Hasta entonces los comunistas de inspiración soviética, reivindicaban la lucha de clases y demás liturgia leninista, pero apostaban a la vía electoral y a la lucha sindical en el camino de “acumular fuerzas”.
Pero entonces irrumpió el MLN-Tupamaros, dispuesto a desarrollar una guerrilla a como diera lugar.
Más amigos del slogan que de la ideología, de las finanzas bautizadas expropiaciones, venían, sin embargo, a introducir un cambio conceptual no menor: todo lo que la izquierda había reivindicado durante décadas por medios pacíficos, ahora era lícito -y no sólo ello, obligatorio y excluyente- recurrir a la violencia redentora. Contra la oligarquía, la rosca financiera, el gran capital, los terratenientes y los parásitos, todo valía. Ellos, los apóstoles predicando su “nuevo” testamento, y en la vereda de enfrente, los enemigos del pueblo.
Es en ese momento donde el odio adquiere carta de ciudadanía y legitimidad para ser practicado.
Como en materia de fuerza militar andaban flojos de papeles, perdieron hasta las chancletas en la retirada. No obstante, como la historia suele ser generosa en paradojas, con unos años de cárcel unos, de exilio los más, y de cuartel y Casino de Oficiales los elegidos, terminaron siendo las víctimas, y por tanto ganadores morales, pasibles de ser amnistiados sin arrepentimiento ni perdón, y desde entonces, la prolija y minuciosa reescritura de la Historia al mejor estilo orwelliano.
El camino al poder y la ingesta de sapos
Tras los veinte años que duró la Restauración, en un frente común la izquierda política, la revolucionaria reconvertida en lo mismo, y su vertiente sindical, se aplicaron a tragar cuantos sapos fueren necesarios para, al fin, acceder al poder. Que lo hicieron.
A partir de entonces, todo cambió. Los adversarios pasaron a ser enemigos, los méritos de la tropa propia incuestionables y los de la de enfrente por lo menos sospechosos, en plan ciudadanos Clase A, B y C, vaya paradoja. Y con el copamiento del Estado, la llegada de aquellos “gurises con la ñata eternamente pegada al vidrio” al otro lado del mostrador, a ser no sólo parte sino dueño de la fiesta. Festejen uruguayos, festejen.
Como parte del plan, había que profundizar la distancia, todavía sin nombre. El fútbol debía ser campo de batalla donde ahondar diferencias. El carnaval, desde luego, propiedad del “campo popular”, feliz expresión que puso de un lado al pueblo y del otro el antipueblo, la oligarquía, los chetos, lo que fuere distinto. Y luego la raza, y las preferencias sexuales, y el lugar de residencia, y el pasado de cada uno, y así hasta hoy.
Las trampas de la soberbia y un revolcón no asumido
Pasados 15 años de perpetua felicidad, un error de cálculo y un pueblo siempre proclive al carnerismo y la traición, los sacó del Gobierno, y peor que eso, de los cargos, las tarjetas y los coches con chofer.
¿Pero cómo? Al desconcierto, le siguió el rencor. Un perdedor golpeándose el pecho a lo King Kong era todo lo que se precisaba. Un estribillo de carnaval anunciando que “estaremos a la talla” y convocando a “la resistencia” y un caceroleo tempranero eran las señales que la apuesta debía ser doblada.
El asalto facho al Palacio de Invierno era casi una tara histórica que debía ser prontamente reparada. Pena que la bosta de la democracia “formal” obligaría a esperar cinco años, si es que no se conseguía voltear antes al muñeco de torta. Algo así, intentó ser la embestida baguala contra la LUC iniciada por un pitceeneté cada vez más exasperado con la falta de liderazgo del Frente Amplio convertido en mera fuerza electoral.
NO es NO
La derrota del Referéndum, lejos de aplacar los ánimos, convenció al frente sindical que debía tomar las riendas políticas de la izquierda, y con un Frente contra las cuerdas, fueron a por el Operativo Copamiento. Pusieron al frente del Frente, a su propio muñeco de torta.
Lo que parecía un mero cambio de nombres -intrascendentes todos ellos mientras el Frente fue una confederación de caciques- en realidad configuró el más profundo cambio cualitativo de la política nacional de, por lo menos, los últimos cincuenta años: pasar de la transversalidad de la fuerza política -donde los individuos se reúnen en torno a ideas y principios- a la horizontalidad de la fuerza sindical- donde la gente se reúne en torno a intereses comunes. Con ello se pasa de la lógica de la negociación, propia de la actividad política como sustituto de la guerra, a una lógica de la imposición de la fuerza medida en la calle, la fábrica y el centro de estudios.
Hay, además, otro elemento decisivo en ese cambio cualitativo, que es el principio de legitimidad: se pasa de una dirigencia política con legitimidad electoral, a una sindical donde la opacidad en la representatividad es la regla común.
De tales árboles, tales frutos
Así las cosas, le cuestión está planteada en términos bélicos. Y en ese marco, con las Redes Sociales como elemento difusor, aparecen “la grieta” y el “discurso de odio” como si se tratara del tan buscado petróleo, brotando de las profundidades insondables de la sociedad. Como si sus descubridores nada tuvieran que ver con ello. Como si la “grieta” fuera tan evitable como “las muertes evitables”. Como si el “discurso de odio” fuera producto de la ingesta de pasto de los niños.
No, mi querido lector. Es parte del proyecto. Mezcla de doble-pensar y neo-lengua de Orwell, lo que usted escucha y lee probablemente signifique todo lo contrario. Porque si no me cree a mí, que está en todo su derecho, puede hacerlo con los hechos.
Negociemos, Inodoro
De pronto, el ahora presidente de la oposición abandona su eterno enfurruñamiento para invitar “a bajar la pelota” y adoptar un “diálogo civilizado”. Esto, apenas un rato después de despedir en Carrasco al españolísimo ex vicepresidente de Su Sanchidad Pedro del Peso, el inefable Pablo Iglesias, el indignado, el que hizo y hace del puño y la mentira, las armas políticas por excelencia. Traído por el ahora presidente de la oposición para decir precisamente eso. Vaya y Googlee, si no me cree.
Para convencernos aún más de sus propósitos de amor y paz, junto con se traje de dialoguista, el ahora presidente de la oposición les da rienda suelta a sus tenientes y soldados a que salgan en manada a descalificar y escrachar, denunciar y perseguir, dentro y fuera del país, haciendo de las Redes el altar de una nueva inquisición, donde sacarse una foto con el cheto surfista es motivo de cancelación para una modesta fabricante de alfajores.
Mi tío, el comunista, políticamente incorrecto en su caza de pájaros, no habría aprobado semejante locura.