«El clima está loco», diría mi abuela. Y sí, se viene la hecatombe climática, la debacle total, fenómenos que nunca vimos ya no son cosas del futuro, las vivimos todo los días. Si se animan, en este artículo voy a explicar brevemente y en lenguaje sencillo, cómo debemos afrontar el ahora y el futuro. Como todo, tiene varias aristas, y lo primero es entender que mucha gente pone demasiado foco en algunas sin considerar o despreciando las demás.
En la escuela aprendimos la diferencia entre Clima y Tiempo. El tiempo es el estado actual de la actividad atmosférica, o algo a muy corto plazo, mientras que el clima es algo que no cambia. Lo que no nos enseñaron en la escuela es que el clima cambia, pero no lo hacía a escala humana. Todos sabemos que algunas zonas del mundo son deséritcas y que hay situaciones como las crecidas del Nilo y los monzones (las grandes lluvias del Asia tropical) que se conocen desde hace milenios. Basta leer el Antiguo Testamento o la Torá para darnos cuentas que hace más de 2.000 años, y quizás más de 4.000, muchos fenómenos ya eran ampliamente conocidos. Por eso nos decían que el clima no cambiaba. Pero no cambiaba a escala humana de tiempo. Una persona podía nacer, vivir y morir. No importaba si vivía 30 o 90 años, que el clima de la zona donde vivía, a la larga seguía siendo el mismo. Quizás un año llovía más y al otro había una sequía un poco más larga, pero luego todo volvía a la normalidad.
Los registros fósiles sí nos hablan de cambio climático. No hace mucho, a escala geológica -no a escala humana- terminó el último período glacial. Esto fue hace apenas 12.000 años y tuvo una duración de cerca de 100 mil años. 60 mil años antes que eso, aparece el homo sapiens, nuestra especie, como una de las evoluciones del homo hábilis, que existió desde hace casi 2 millones de años. Pero como los homo sapiens no inventamos la escritura hasta hace 6000 años, toda esa prehistoria no quedó escrita y por tanto, nadie pudo saber que hace no mucho tiempo el mundo era ampliamente de hielo.
Lo que pasa actualmente, que muchos le llaman cambio climático o calentamiento global, es que la actividad humana está influenciando el clima global de forma notoria. De una forma que sí es identificable a escala humana. Todos (los mayores de 40) recordamos que de chicos íbamos a la playa y no usábamos protector solar, y ahora si vamos a la playa sin protector solar, apenas unos minutos nos hace un daño a la piel que es notorio y muy doloroso. Como ahora sí tenemos escritura, bibliotecas y sistemas de almacenamiento y análisis de información, podemos hacer un seguimiento del clima. En el caso del problema de la radiación solar, se descubrió en 1974 que los CFC (cloroflúorcarbonos), componentes principales de aerosoles y gases de refrigeración, se elevaban a la atmósfera y producían la destrucción de la capa de ozono, que protege a nuestro planeta del exceso de radiación ultravioleta. Tuvimos la suerte de que en 1987 se firmó el Protocolo de Montreal donde se proponía una ruta para que la industria global cambiara la formulación de esos productos para que no usaran CFC. Funcionó. Hoy, la capa de ozono está en un lento pero notorio proceso de recuperación. Mediciones de 2017 (30 años después del P. de Montreal) ya dan cuenta de una franca recuperación y se estima que para 2050 estará en sus valores previos a la era industrial.
La temperatura de los océanos es clave
El segundo caso, que es más complejo, es el del aumento de temperatura. Como veíamos con las glaciaciones, la temperatura global cambia constantemente, solo que en ciclos de 500 mil años. Desde la aparición de la especie homo hábilis, anterior a nuestra especie, se han producido 5 ciclos de período glacial-interglacial. Pero la actividad humana actual está impactando en ese ciclo y se convierte en un problema para la supervivencia de nosotros mismos. Si el cambio de esa diferencia de 3 a 6 grados durara medio millón de años, nuestra especie, desde el punto de vista biológico, podría llegar a adaptarse. Pero si el cambio se está produciendo en 300 años, la biología y la evolución no hacen magia. Al contrario, nuestros sistemas médicos están luchando en contra de la biología y haciendo vivir y permitiendo reproducirse a conjuntos de genes que no son aptos para la vida en las actuales condiciones naturales. Sí, es duro decirlo así y usted está poniendo el grito en el cielo al leer esto, pero contra la biología, no se puede. El mejoramiento genético artificial de la especia humana, será otro artículo.
El clima de la Tierra, ese equilibrio cíclico, para simplificar, de 500 mil años, está regulado por las cosas grandes que tienen mucho impacto (y también muchas cosas pequeñas que hay en gran cantidad). El principal regulador interno son los océanos. También puede impactar la actividad solar, y estamos justamente en el año de máxima actividad de los últimos veinte y 2024 puede ser aún peor. Si se desregulan los océanos, se desarma todo el entramado de dinámica atmosférica y eso generará eventos impredecibles y situaciones extremas en impacto y alcance. En la gráfica que se muestra a continuación, tenemos la temperatura propmedio de la superficie del agua (eje vertical) a través de los años (color), todos los días de ese año (eje horizontal). Se destacan algunos años específicos: 1997, 2015, 2016 y 2023.
Lo que podemos apreciar es que cuanto más al pasado, o sea, los grises más claros, la temperatura promedio superficial de los océanos era más baja. Y cuanto más al presente, los grises se hacen más oscuros. Eso demuestra una tendencia a que la temperatura de los océanos aumentó en los últimos años. Y si miramos los más destacados, podemos ver que en rosado, 1997 está dentro de los promedios bajos, ya más cerca hacia nuestros días, 2015 está bastante alto, 2016 aparece más alto a principio de año y más bajo hacia fin de año, comparado con el año anterior. Pero 2023, se va muy arriba. En lenguaje coloquial, diríamos «despegado».
A más temperatura superficial, mayor evaporación de agua. Al haber mayor evaporación, eso alimenta más sistemas de tormenta que podrían dar lluvias y nevadas más copiosos. Y las diferencias más grandes de temperatura entre una y otra zona del océano, producen vientos cada vez más fuertes. Pero lo más loco de todo, es la razón, por la cual aparentemente, se dió ese salto desde 2020. Prepárense a leer lo más loco.
En 2020 entró en efecto una regulación que limita la cantidad de azufre que los barcos pueden emitir. Ese azufre que antes emitían, debido a que los barcos como combustible usan fuel oil, que es el combustible de menor calidad y más contaminante, mantenía los océanos en una temperatura más baja que la que tendrían si esos barcos no surcaran el globo de un lado al otro, ya que las emisiones de azufre capturan luz solar que no llega al océano. La zona destacada en la próxima imagen muestra las regiones de mayor tránsito marítimo y los colores del amarillo al rojo son la emisión de azufre de forma creciente. O sea, que desde 2020, al no haber emisiones de azufre, la temperatura promedio del océano aumenta más rápido que cuando había azufre.
El invento mató al inventor. Las mismas regulaciones que podemos estar poniendo para proteger la habitabilidad del planeta, pueden aumentar el riesgo por razones que no fueron previstas. Porque el clima es muy complejo. Tan complejo que cualquier cambio ya no es inocente. Eso nos lleva a un punto importante que está en el día a día: lo impredecible.
Lo impredecible del clima
El problema de lo impredecible es muy grande y afecta a gobiernos, a corporaciones, a cientificos, y a personas de cualquier credo y lugar del planeta. Para las cosas que no se pueden predecir, nadie sabe como prepararse. Siempre tendemos a culpar de nuestros males a alguien con más poder o autoridad. Pero tener poder o autoridad no es razón para poder predecir eventos impredecibles, justamente. El no poder predecir, lleva a que cualquiera de nosotros nos olvidemos del tema, y cuando eso sucede, nos sorprende sin estar preparados.
Lo otro, es cuando los cambios extremos son graduales y no puntuales. Hay fenómenos que no son graduales, como un ciclón o un terremoto. Pero en el tiempo, puede darse un aumento de la cantidad de ciclones, lluvias o sequías. Los cambios graduales hacen que nos vayamos adaptando, acostumbrando a que sucedan. Hacen también que nos parezca que no hubo cambio. Si sumamos la gradualidad, los múltiples elementos a evaluar, y los factores externos que no conocemos, tenemos demasiadas variables que dificultan la predicción.
Algunas personas, organizaciones y gobiernos pueden prepararse para lo predecible, y agregar incluso un margen de error admitido. Muchos lo hacen pero cuentan con un umbral de gasto. Ese umbral determina que uno sólo se prepara para lo más predecible o lo que puede justificar porque puede cuantificar. Porque puede ponerle un precio y meterlo en un presupuesto. Pero si llega ese evento o momento que sobrepasa nuestro umbral, nos pasa que nos quedamos sin plata a fin de mes, o un ciclón arrasa una ciudad del interior, o no llueve cuando tenía que llover.
En esos eventos también entra en juego el alcance, o sea, la cantidad de personas afectadas y el impacto, o sea, qué se pierde por el evento. Eso nos va a dar un costo total del evento y que si lo hubiéramos previsto, podríamos haberlo invertido en evitarlo. Pero hay otro aspecto más: qué pasa si nos preparamos para un evento que nunca llega. Van a decir que gastaron en algo que nunca pasó. El decisor se llevará todas las críticas. Recuerden que en EEUU y Europa hay gente con búnkeres nucleares privados esperando una guerra nuclear que nunca llegó.
Para cerrar, no hay un consejo de cómo prepararnos ni tampoco una previsión de qué va a suceder. Solo un último corolario: que tratemos de prepararnos para lo imprevisible hasta donde nuestras capacidades lo permitan, y de que entendamos de que todos más o menos tenemos la misma capacidad de predecir el futuro, sobretodo, en temas de clima. Que ni siquiera los reguladores de las emisiones de azufre del transporte marítimo pudieron prever.