Por Jorge Martínez Jorge
Cuando hacía varios días que el columnista de Contraviento.uy que soy, luchaba a brazo partido con un proyecto de columna titulada “Es guerra, es mundial, y es cultural” buscando se aviniera al formato y extensión de tal, y no al de esbozo de ensayo que parece querer ser, llega a mis manos este Ensayo, con mayúsculas, La Guerra contra Occidente (el subrayado contra es mío) del periodista, ensayista, editor y activista cultural británico, Editor de The Spectator y fundador del llamado Centro para la Cohesión Social, Douglas Murray.
El Ensayo
En menos de cuatrocientas páginas, muy bien escritas, con una prosa amena y atrapante, no exenta de la ironía que requiere el abordaje del absurdo de teorías delirantes vestidas con ropajes de cátedra universitaria, Murray le realiza un estudio anatómico y patológico completo a un paciente que presenta síntomas con pronóstico reservado, por decir lo menos.
Lo que Murray nos dice, que podríamos sintetizar en un párrafo diciendo que lo que hoy le sucede al Occidente malherido y balbuceante que vivimos, es producto de un “fenomenal bullying” –expresión que al lector uruguayo le resultará conocida– realizado desde hace -pongámosle- un siglo, tanto por parte de sus grandes enemigos externos, caso de la cultura China como de la árabo-islámica, sino también y fundamentalmente, desde su propio interior.
El autor sostiene que Occidente enfrenta una guerra cultural e ideológica -también económica, agrego yo- que buscó -y lo está consiguiendo, qué duda cabe- socavar los valores y fundamentos de nuestra propia civilización.
Dividido en 4 partes (Raza, Historia, Religión y Cultura) Murray explica cómo, a partir del trabajo de intelectuales, en su mayoría estadounidenses, no pocos hijos o nietos de inmigrantes y de otras culturas, a partir de los mismos campus universitarios solventados no pocas veces por dinero chino o árabe, fueron instalando un relativismo que fue impregnando todo el sistema de valores heredados de nuestra tradición judeocristiana y de la Ilustración.
El largo camino hacia la implosión
Con el foco puesto en las dos bestias negras preferidas de los dos jinetes del Apocalipsis, el Capitalismo y el Imperialismo, que lo son y explican todo, lo presente y pasado, lo hecho y lo no hecho, a saber, el Colonialismo y, horror de horrores, el maldito Racismo, multiforme, hydra de múltiples cabezas, capaz de mutar y hasta de vestirse de su antítesis el antirracismo, una horda de mineros de la ideología, hallan una veta más grande y generosa que la que descubrieron los pioneros con el petróleo, que ya es decir algo.
Convertidos en sinónimos ambos, tanto el capitalismo como el imperialismo, de la misma manera se instala que colonialismo y racismo son una misma y única cosa, a partir de la cual, también es posible inferir que capitalismo-imperialismo-colonialismo-racismo constituyen un mismo eje, cuatro lados de un cuadrado indisoluble, que nace, cómo no, de la madre de las bestias: el supremacismo blanco.
A punto de partida de la instalación de ese relativismo transversal a toda la historia de Occidente, los muyahidines de las ideas se dedicaron con singular éxito a demoler lo que todavía, muchos occidentales ilusos e inocentes creíamos logros y conquistas de una civilización generosa en frutos, haciéndonos culpables de crímenes injustificables e imprescriptibles que deberían ser expiados retrospectivamente.
La cereza de la torta de lo que hoy se conoce como la cultura woke la vino a poner la nunca bien ponderada “Teoría crítica de la Raza”, Santo Grial que constituye un arcano de tan difícil explicación que a veces no lo pueden hacer sus propios creadores, pero que sirve tanto para un roto como para un descosido, o sea, para todo, siempre que, de maldades occidentales, hechas o presuntas, se trate.
El wokismo huye hacia adelante
Sólo en este punto en el que todo y todos, presentes o pasados, simbólicos o reales, son pasibles de ser calificados de racistas, y por tanto objeto de inmediata y preventiva “cancelación” se puede explicar que la muerte violenta de un tal George Floyd haya provocado -y provoque aún- una reacción a nivel planetario quizás mayor a la que hace un siglo produjo el pistoletazo contra el Archiduque Francisco Fernando y que, dice, detonó la Gran Guerra.
Con enorme lucidez, y no menor valentía dadas las circunstancias donde las hogueras de la inquisición woke funcionan todo el día todo el año, Murray advierte que Occidente debe reaccionar para defender la vigencia de sus valores y legados, tanto como su derecho a reivindicar el orgullo por una civilización de la que se han valido, y valen aún, hasta sus propios enemigos.
Desde mi modesto punto de vista, una obra de imprescindible lectura.