Sobre esa inmutabilidad de un presidente dotado de todos los poderes ejecutivos, las oscilaciones, o aun bandazos, parlamentarios perdían relevancia. Si se añade el sistema de doble vuelta en la elección de los diputados, se obtenía, en la práctica, un sistema bipartidista en el que los bloqueos políticos parecían quedar definitivamente refrenados. Y así fue a lo largo del esplendor gaullista. Pero llegó 1968. De Gaulle salvó el envite revolucionario, pero al precio de erosionar irreversiblemente su prestigio. La imagen de un anciano de 78 años, escapándose en secreto de París para negociar con el General Massu la toma de la capital por sus blindados, dejó un regusto entre ridículo y amargo en la opinión pública, del cual el viejo héroe militar no se repuso. En 1969 y tras perder uno de sus amados llamamiento plebiscitarios, el General se jubiló en su aldea de Colombey. En donde vivió tan humildemente cuanto había vivido en la presidencia. ¡Qué tiempos aquellos en los que un Presidente de la República exigía tener dos contadores distintos en su teléfono de la Campos Elíseos, para poder pagar él personalmente sus llamadas privadas! Algunos años más tarde, cuando el escándalo de Giscard d’Estaing y los diamantes de Bocassa, muchos añoraron aquel estrafalario puritanismo castrense.
Nadie, después, pudo volver a llenar esa función regia que fue la de Charles De Gaulle; aunque algunos de los puntos más personalistas de la Constitución fueron ligeramente modificados. Pompidou era un hombre culto y sensato; también, insignificante. Giscard fue literalmente el contraejemplo de la primacía que De Gaulle daba a la honradez y a los grandes principios. Chirac era una fuerza bruta carente de cualificaciones intelectuales: acabó ante los tribunales. Sarkozy un aventurero de fortuna: acabó ante los tribunales. Hollande un hombre tan brillante como débil: dimitió. El único político que se asimilaba a De Gaulle, por la dureza de su formación política y por la enormidad de sus ambiciones, fue su más mortal enemigo: François Mitterrand. Habían pasado por la misma historia trágica de ocupación y guerra. Pero el abismo moral entre ambos era infranqueable. La esposa del General decía que para De Gaulle no había más esposa que Francia. Para Mitterrand no había otro amor que Mitterrand. Así dejó su país.
El siglo XX acaba con la V República fuera de juego. Ni Sarkozy ni Hollande lograron recomponerla. Macron, ahora, la entierra.
Hasta hace una semana, ese entierro tomaba la forma de una híspida «cohabitación» del actual Presidente con su mortal enemiga: Marine Le Pen. Era muy difícil imaginar cómo Macron iba a poder «cohabitar» con un partido tan hostil como el Rassemblement National. Ahora, la cosa se ha complicado.
Ni con el RN ni con nadie. Tampoco, con el real ganador de ayer: un manicomial Mélenchon, cuyo antisemitismo primario, cuya defensa del terrorismo islamista y cuyos disparates económicos sólo pueden anunciar lo peor; para Francia como para la Unión Europea. No hay posibilidad de formar un gobierno estable compatible con la presidencia francesa Es lo único que resulta con claridad de esta segunda vuelta electoral. El líder del Nuevo Frente Popular se ha esforzado en dejar claro eso desde el primer minuto de su primera intervención tras saberse los primeros resultados: El NFP no aceptará negociación ni acuerdo alguno con el grupo parlamentario de Macron. Se avendrá sólo a gobernar en solitario y con su exclusivo programa.
Y eso pone a la V República en un situación que no se había producido nunca. Que un presidente ejecutivo comparta su poder con un primer ministro hostil es ya difícil; pero se solventó, bien que mal, entre Mitterrand y Chirac, que se odiaban bastante. Que un presidente no pueda matemáticamente negociar con ninguna mayoría parlamentaria estable de ningún signo, es un acontecimiento histórico sin precedente. Después del cual, nadie en su sano juicio debería hablar de pervivencia de la V ª República.
A Macron, sólo le queda ahora optar entre cuatro alternativas, a cual peor: a) dimisión y elecciones presidenciales inmediatas, b) repetición de las elecciones legislativas tras la imposibilidad de que el parlamento vote un gobierno mayoritario, c) simultanea convocatoria de ambas elecciones…; o bien, d) inestabilidad permanente entre la presidencia de la República y un gobierno minoritario al capricho de un delirante. La opción d) es suicida.
¿Lo que viene? Podríamos llamarlo VI República. Por decir algo. Pero la verdad es que nadie sabe hoy su nombre.—
* Columnista de El Debate. Reproducido por el Port Para la Libertad