Graziano Pascale
Aunque todas las encuestas coincidían, con leves matices sobre el margen de diferencia, que el ex intendente de Canelones Yamandú Orsi sería elegido ayer como nuevo presidente de la República, la contundencia de la victoria alcanzada sorprendió al país, y abre un necesario período de reflexión y análisis que, a modo de adelanto, inaugura esta columna.
La derrota de la Coalición Republicana, esa alianza política tejida a desgano por líderes aferrados a un tiempo que ya murió, es básicamente la victoria de un voto castigo propiciado en parte por quienes no supieron transformar en emoción un trabajo de cinco años, sorteando dificultades como pocos gobiernos debieron enfrentar en su mandato.
No resulta sencillo explicar la derrota de un gobierno que culmina su gestión con índices de aprobación del orden del 50 %, y que se mantuvieron constantes a lo largo de todo el período. El liderazgo indiscutido del presidente Lacalle Pou no encontró en el sucesor designado Álvaro Delgado el mejor heredero posible, y la catarata de «buenas noticias» y el alud de obras en todo el interior, no resultaron suficientes para contrarrestar el pobre desempeño en la campaña de quien asumió la tarea de llevar a la Coalición a la victoria.
La caída en la intención de voto del Partido Nacional en la primera vuelta con relación a la votación alcanzado en el 2019, hacía presumir un descontento en su electorado, que no pudo ser compensado por los otros partidos, en gran medida porque traducían un castigo que sólo podía capitalizar el Frente Amplio.
El esfuerzo por minimizar algunos errores graves en el manejo de un par de temas sobre la transparencia en la gestión (casos Astesiano y Marset), se unió a la tozudez de los líderes por no asumir que había llegado el momento de encarar una alianza formal bajo un lema único, que lejos de abolir los viejos partidos, los transformaba en la herramienta indispensable para retener el gobierno.
La necesidad de esa herramienta, y el castigo por no haber escuchado el justo reclamo, quedó en evidencia en la primera vuelta, cuando el 48% de los votos no se transformó en la mayoría en el Senado, que la Coalición Republicana hubiera obtenido de haber comparecido bajo un lema único.
La fórmula
La contundencia de la victoria en las internas del Partido Nacional de Álvaro Delgado lo dejó con las manos libres para elegir a quien habría de acompañarlo en la fórmula. Tras desechar el nombre de Laura Raffo, su rival en la puja interna, se decidió por la ex dirigente sindical de pasada militancia comunista Valeria Ripoll. Fue una decisión arriesgada y temeraria, además de inconsulta, que desechó otras posibilidades, empezando por aquella que hubiera servido para cerrar las heridas de una lucha interna que siempre desgasta y deja cicatrices.
Pero no sólo fue Laura Raffo quien quedó por el camino. La sorpresiva decisión abortó también la posibilidad de que el exitoso ex ministro de Salud Pública, Daniel Salinas, completara el tándem presidencial, como sugería una encuesta contratada internamente para evaluar el apoyo que una lista corta de nombres recogía entre los votantes blancos, y que era «vox pópuli» en los círculos más estrechos del nacionalismo.
Ripoll, por su parte, tampoco colmó las expectativas de un electorado en el que no gozaba de simpatías previas, y que no pudo suplir con un desempeño acorde a la tarea asumida. En lugar de penetrar en un electorado que siempre le fue esquivo al Partido Nacional, se concentró en el esfuerzo por ser aceptada por quienes hicieron oír sus silbidos la noche en la que fue proclamada. El fracaso en ambos objetivos no debe cargarse sobre los hombros de quien seguramente no estaba a la altura de la tarea, sino de quien se la confió, en una decisión que hasta hoy luce incomprensible.
Los socios
En los hechos, la Coalición Republicana como alianza política se fue deflecando a lo largo del quinquenio, en gran medida porque las expectativas de los socios no se fueron cumpliendo a medida que se consumía el tiempo. Aunque ya el momento luce lejano, es necesario recordar las fricciones iniciales en la conformación del gobierno, que dejaron heridas sobre todo en el vínculo con el Partido Colorado, que no vió colmadas sus aspiraciones en el segundo y tercer escalón de gobierno, las plataformas en las que Delgado se hizo fuerte para consolidar apoyos propios en la búsqueda de ser el sucesor de Lacalle Pou.
Tampoco fue fácil la relación con Cabildo Abierto, que no sólo era el instrumento de la vocación política de su fundador, el ex Comandante en Jefe del Ejército, Guido Manini Ríos, sino también la expresión electoral de la «familia militar», expuesta aún a las consecuencias penales de la gestión de los»derechos humanos» durante la dictadura.
El pobre desempeño de Cabildo Abierto en la primera vuelta era el reflejo de la insatisfacción de sus votantes -muchos de los cuales provenían del Frente Amplio- no solo por la crisis en el «tema viviendas», sino también por la falta de resultados en los reclamos para que se respetara la ley de caducidad y el voto de dos plebiscitos al respecto. Allí también hubo un «voto castigo», que no puede negarse, por más incómodo que resulte.
El futuro
Como socio mayor de la Coalición Republicana, el Partido Nacional deberá reflexionar profundamente sobre su propia esencia, ya que en algunos momentos funciona como una entidad única, y en otros lo hace como una federación de 19 entidades diversas, una circunstancia abonada además por la reforma del ’96, que separó las elecciones nacionales de las departamentales.
El avance del Frente Amplio en varios departamentos, especialmente los del litoral, y ahora también en San José, muestra a las claras que el Partido Nacional ha ido retrocediendo en su «hábitat natural», donde la épica saravista, y la más cercana del wilsonismo, han perdido el encanto que despertaban en otras generaciones.
Es obvio que al Partido Nacional le faltó una agenda propia, que convocara al mismo tiempo a la razón y a la emoción. Un viejo dirigente de Peñarol, en el marco de una elección cuyo rival podía mostrar muy buenos números en la gestión administrativa, decía: «los hinchas no andan gritando por las calles balance, balance, balance». En este caso, el «balance» sería el buen manejo de los asuntos de gobierno, pero de nada sirve si eso no enamora a través de una épica que transforme esa gestión en «una ola arrolladora de esperanza compartida», como decía Wilson.
Tratar de parecerse al rival no ha dado resultados. Es hora de profundizar en las propias convicciones, buscando llegar al corazón de quienes deben luego acompañarlas con su voto.