«La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa»
Carlos Marx. (18 Brumario de Luis Bonaparte)
Por Graziano Pascale
En la desesperación producto del pedido de condena a 12 años de cárcel, Cristina desenterró de apuro el cadáver de Perón, luego de enterrar aún más el de su marido acusándolo veladamente de corrupción, y dijo que el juicio llevado adelante por el Fiscal Luciani no era contra ella sino contra el peronismo.
La apelación a la liturgia peronista, balcón incluido, ocurre 77 años después del momento fundacional de esa corriente inspirada en el fascismo italiano, que acompaña desde entonces como una sombra a la política argentina. Pero, a diferencia de aquel movimiento que llevó a la cúspide del poder a un militar que explotó con gran astucia política el desamparo en el que se encontraban amplios sectores de la población incorporados a la actividad industrial, esta vez Cristina sólo busca frenar con marchas callejeras el normal funcionamiento de un Estado democrático, basado en la separación de poderes.
La épica de entonces, que amparó un régimen de persecución y adoctrinamiento, llegó a ser incluso faro de atracción de grupos guerilleros, a los que Perón -al igual que hizo con los sindicatos primero- supo hacer jugar a su favor en medio de su pulseada con los militares que lo desplazaron del poder en 1955.
Hoy, luego de 40 años de recobrada democracia, Cristina se refugia en aquel recuerdo, y en el poderoso aparato sindical que creció al amparo de Perón hasta convertirse en un poder de hecho en Argentina, a los únicos efectos de tratar de bloquear el funcionamiento libre del sistema judicial, garantía última de los derechos y libertades de los ciudadanos.
La historia vuelve, como decía Marx, transformada en farsa. Las luchas para conquistar derechos laborales ahora son grandes manipulaciones para amparar a una descomunal organización delictiva, que no vaciló en usar incluso la memoria de los desaparecidos para granjearse el apoyo que a veces suele ser reacio solamente al dinero.
Esa curiosa mezcla de un movimiento de corte fascista -que confunde Estado, gobierno, partido y sindicatos en una única entidad- con grupos marxistas. promotores de la «revolución social» para acabar con el capitalismo, se ha ramificado por todo el continente, bajo el mismo común denominador del uso de la obra pública para enriquecer a través de las coimas a la camarilla gobernante.
El «modelo K» guarda gran similitud con el utilizado por Lula y el PT en Brasil. La alianza de las principales empresas constructoras, que acordaron el reparto de grandes obras públicas dentro y fuera de Brasil, quedó probada en los tribunales de justicia, y decenas de políticos de varios partidos y empresarios fueron a parar a la cárcel por el pago y la recepción de coimas generadas por esas obras.
Por fin las grandes empresas capitalistas encontraron el método infalible para poder acceder a lucros gigantescos, liberándose de la carga pesada de la «libre competencia» y el juego de la oferta y la demanda: aliarse con los partidos autodenominados «de izquierda»y sus ramas sindicales para poder facturar sin ser molestados. Al fin de cuentas, el precio para superar ese escollo no salía de sus propios bolsillos, sino de los impuestos pagados por los ciudadanos.
En algunos países, como Brasil y Argentina, el último escollo que encontraron fue el de la justicia indpendiente, que pudo desbaratar y dejar al descubierto la sórdida trama tejia entre las sombras por estos empresarios, a menudo aliados con ex guerilleros, secuestradores y rapiñeros.
Escenarios frecuentes de golpes de estado y regímenes militares en el pasado, hoy la justicia independiente de nuestros dos vecinos permite abrigar alguna esperanza sobre la suerte de la democracia y el sistema republicano en esta parte del mundo. No todo está perdido.