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Tabaré Vazquez lo afirmó en forma meridianamente clara en el 2017. “Esto va inevitablemente a la quiebra. No queremos que quiebre el sistema de seguridad social”. Según el por entonces presidente, si dejábamos correr la situación, sin hacer nada al respecto, el destino estaba sellado. Mas allá de estas apreciaciones, su gobierno no generó ni siquiera un indicio de un posible proyecto estructural de reforma y, por el contrario, tomó decisiones que iban en el sentido contrario de la sostenibilidad del sistema como fue lo de los cincuentones. Diagnosticar la enfermedad y establecer el pronóstico es una cosa, y decirle al paciente cual es el remedio es otra.
Es que el tema es tiene sus aristas complejas. En primer lugar, sabemos que a nadie le gusta que le den malas noticias, por lo que ningún político estará demasiado motivado para enfrentarse al juicio popular diciendo cosas que no son muy bonitas. Por supuesto que hay políticos que lo han hecho y les ha salido bien. Pero gente como Churchill, que se paró frente a los ingleses para decirles sólo podía ofrecerles sangre, sudor y lágrimas, no hay muchos en el mundo y nadie quiere exponerse al enojo ciudadano.
Por otro lado, está el tema del largo plazo. Los problemas son esperables en el futuro y la gente tiende a ser cortoplacista. Por ejemplo, todos sabemos que si comemos demasiada azúcar es muy probable que suframos de diabetes en algún momento de la vida. Pero mientras somos jóvenes nos enojamos si alguien nos recuerda los riesgos que sobre la salud tienen las transgresiones culinarias de hoy. Al fin y al cabo, vamos tirando y los problemas que surjan en el futuro que lo arreglen los que vienen atrás.
En tercer lugar, es muy tentador atentar contra el sistema de seguridad social. Podríamos sospechar que no todos los jubilados actuales llegaron a su condición después de 30 años de trabajo. Vale recordar que en la reforma de 2007 se volvió a utilizar el uso de testigos, método poco confiable para armar una historia laboral
Al igual que Vazquez, también Astori y Mujica expresaron la necesidad de encarar una reforma de la seguridad social pero no se atrevieron a más. Es al actual gobierno de Lacalle Pou que le toca presentar a la ciudadanía un proyecto de reforma que de sostenibilidad al sistema. Claramente es una tarea ingrata y si quisiera, podría pasar la pelota al próximo gobierno. Pero la actitud del presidente es hacerse cargo y ha avanzado mucho en este sentido. Tendrá que convencer a la ciudadanía de la necesidad de los cambios y defender aquellos que considere relevantes. La oposición, por el contrario, tendrá su oportunidad y disfrutará de un escenario de ensueño en que podrá oponerse a cualquier cosa que pueda considerar “una pérdida de derechos”, podrá decir que enfrenta un gobierno que restringe beneficios, y cosas similares. En política, la demagogia paga. Será política menor, pero es la forma en que muchos hacen política en nuestro país.
Recuerdo que antes del 96 las mujeres podían jubilarse a los 55 años. En esa reforma se estableció que progresivamente esa edad pasara a 60 años. Hoy parece lo más natural del mundo, pero en aquella época ese aumento de edad fue utilizado para denostar el proyecto. Dentro de algunas décadas, cuando el promedio de la vida humana se haya extendido en el mismo sentido en que lo viene haciendo ahora, retirarse a las edades que se manejan en el actual proyecto será igual de aceptado. Pero quienes ahora proponen los cambios con responsabilidad, ya no va a estar en el gobierno en ese entonces.