

Leer un libro de Bill Gates luego de tantos años, me parecía raro. Ya había leído todos sus otros libros: 2 (hasta ese momento). Y el primero fue bastante bueno para divulgar sus ideas sobre la tecnología y el futuro. Quizás no previó algunas cosas tal cual como se dieron, lo cual debería ser bastante obvio. Pero se animó a escribir un libro sobre un tema que nadie sabía cómo avanzaría.
Siendo el fundador de Microsoft, una de las compañías tecnológicas más importantes de los últimos 40 años, fue extraño leerlo sobre un tema que es más que nada sobre ciencias de la Tierra. El cambio climático ya está ampliamente aceptado y que la actividad de la humanidad está siendo de incidencia, también.
En Uruguay, hace un año, cuando salió el libro, se armó un revuelo bárbaro: todo productor y comedor de carne vacuna se sintió tocado por los dichos de Bill Gates. Seguramente todo el mundo leyó los artículos de prensa escritos por los veganos. Pero para poder opinar, había que ir a las fuentes. Así que compré el libro (no sin antes esperar a que bajara un poco de precio) y me dispuse a leerlo. Cuando llegó el momento, fue increíble: Bill Gates escribe de la misma forma desde 1995 y leer este libro fue como leer Camino al futuro hace 25 años. En parte es muy bueno: es fácil de leer para todo público y agrega que, como buen libro que toca temas de ciencias, está bien referenciado.

El libro tiene una buena estructura y nos presenta la incidencia de cada área de actividad humana. Además de eso, nos trae números: cuánto cuesta y cuánto impacta cada cosa. Y no, el transporte automotor no es lo que más CO₂ (dióxido de carbono) produce. Hay muchas actividades con mayor incidencia. La que me sorprendió más es la del cemento. El Portland que todos usamos para pegar los ladrillos de nuestras casas, para construir pisos y planchadas, para revocar las paredes, pero también para construir edificios, calles y carreteras y para tanto más. Toda la construcción con hormigón en el mundo es uno de los productores más grandes de CO₂ en su conjunto. Y el cemento es lo que define nuestra civilización.
Pero vayamos a la incidencia de lo que le interesa al uruguayo carnívoro. Y acá viene el problema: eructos de vaca. Eso es lo que produce metano en la ganadería. El metano es otro de los gases de efecto invernadero. Y no, Bill Gates no dice que dejemos de comer carne o nos pegará con una regla en los dedos. Establece que idealmente sería lo mejor para el medioambiente, pero es imposible ir contra la cultura. Porque comer carne no solo es biológico, sino que además es cultura.
No podemos negar que tomamos vino aterciopelado, cafés con cuerpo y comemos carne jugosa. Y que, si el vino es muy ácido o el café está quemado, no solo significa que vamos a sentirlo feo, sino que puede ser una expresión de que el producto no sea adecuado para el consumo o no contenga los nutrientes esperados. Y con la carne pasa eso.
Lo que presenta Gates es que diferentes métodos productivos tienen diferente capacidad de producción de gases de efecto invernadero. Lo ideal sería que el alimento (forraje) que consume una genética específica de ganado capture la misma cantidad de CO₂ de la atmósfera de lo que el animal va a producir. En cada lugar del mundo se crían diferentes tipos de ganado. Los países más avanzados en genética ganadera pueden seleccionar características genéticas que sean óptimas en mantener este equilibrio. Lo que dice Gates específicamente es que en África y también en menor medida en Latinoamérica, las razas vacunas más criadas producen más metano que las razas usadas en Europa o EEUU. Lo que debe tener en cuenta el productor y el carnívoro uruguayo es que más del 90% de las razas criadas en Uruguay son de origen inglés y que nuestros productores en general invierten bastante en genética. Por lo tanto, y eso explica por qué las asociaciones rurales y el MGAP invitaron a Gates a comerse un asadito en Uruguay, estamos del lado correcto. Quizás tengamos que invertir más en estudios y certificaciones de neutralidad en carbono como hacen otras industrias y eso seguro no demore demasiado.
En definitiva, un libro que merece ser leído para abrir la mente a ese CO₂ que anda por todos lados y lo ignoramos. Una lectura rápida pero que nos deja no solo algo en qué pensar sino algo para hablar mientras cocinamos un buen asado a fuego lento.