…hoy el Poder Ejecutivo en pleno ha protagonizado una embestida baguala contra el Judicial saltándose a la torera a la Constitución entera. La República, desde entonces, permanece en Terapia Intensiva y con pronóstico reservado.
Como en los dibujos animados donde el personaje corre a toda mecha hasta que frena, bajo una nube de polvo, al borde mismo de un insondable abismo con el cuerpo balanceándose entre la amenaza de irse a pique o recuperar la vertical y volver a pisar tierra firme, así la Argentina ha transitado esta última semana.
Se me dirá que en ese país donde la desmesura es la norma, la palabra crisis forma parte del ADN nacional, y que esta es una más del largo collar.
En las siguientes líneas pretendo mostrar (que no demostrar) por qué deberíamos verla como lo que verdaderamente es: una encrucijada que marcará décadas enteras. Me explicaré.
Como en el cuento de Andersen, un país entero asistió a la insólita diatriba, convertida de facto en Cadena Nacional, que durante una hora y media y desde su Despacho del Senado -otorgándole un carácter oficial de dudosa legalidad- profirió la Reina Cristina I de El Calafate. Sucede que, el día antes, un Fiscal Federal la señaló con el dedo y dijo lo que muchos ya sabían y callaban: la Reina iba desnuda. Su histórica e histérica deposición, no hizo otra cosa que confirmarlo.
Es que, durante nueve días y por más de setenta horas, el país entero asistió -para mayor mortificación de la Monarca- a la filípica que le propinó el Fiscal Luciani, mostrando más allá de cualquier duda razonable, que por más Cartier y Louis Vuitton que portara la Soberana, en realidad la estaba dejando en cueros, obscenamente desnuda, mortalmente corrupta.
A la calle y con la Marcha
Como la contundencia del alegato fue tal, que como los dineros robados podía pesarse al kilo en toneladas, la acusada dobló la apuesta, se subió al escalón más alto del Olimpo, y desde allí proclamó urbi et orbi que “la Historia ya me absolvió” y fue contra todo y contra todos. Corruptos todos, hasta su marido muerto si se cuadra.
Y tras cartón, otra vuelta de tuerca que obedece a su lógica falta de lógica: apeló a la feligresía. Los réprobos han osado cometer la herejía de acusar al Profeta haciendo escarnio de su palabra sagrada. Ahora, no queda otra alternativa que convocar a sus feligreses a vengar la afrenta encendiendo todas las piras a su alcance: denuncia de los medios hegemónicos, la conjura de los jueces, la persecución y sacrificio político, pero sobre todo las turbas en la calle dispuestas a ir por la sangre de herejes y apóstatas.
Como si la familia no fuera ya lo suficientemente numerosa, la abuela parió un exabrupto. Al día siguiente, motu proprio, el past-presidente resolvió sacrificarse en el altar de un canal del enemigo concediendo una entrevista en vivo, dispuesto a defender a su Reina y con ello, hombre esperanzado él, recobrar el favor de su amada. ¿Qué podría salir mal?
En resumen: hoy el Poder Ejecutivo en pleno ha protagonizado una embestida baguala contra el Judicial saltándose a la torera a la Constitución entera. La República, desde entonces, permanece en Terapia Intensiva y con pronóstico reservado.
Se supone que hasta ese momento imperaba un Estado de Derecho, en el marco de una República Constitucional, en donde la separación de poderes seguía siendo el pilar central sobre el que descansaba un sistema todavía democrático. Ahora, cabe dudarlo.
¿Habemus democracia?
Una democracia, y su marco Institucional la República, necesitan de, por lo menos, dos principios insoslayables: el principio de sucesión y el de legalidad. Por sí solos, no bastan como veremos más adelante. Pero sin ellos, no debería siquiera utilizarse la palabra.
El principio de sucesión, básicamente, consiste en que cuando el pueblo soberano elige a sus gobernantes, lo hace bajo el supuesto que tiene un tiempo claramente delimitado y un mecanismo legal que salvaguarda eventuales vacíos de poder. Ese principio, es el que la Reina Cristina se encargó de socavar desde el inicio mismo del período y llegó hasta el momento donde terminó revoleando ministros y nombrando los suyos propios. Un presidente que es depuesto, de manera implícita, y una vicepresidente que asume el poder sin siquiera mirar de reojo a la Constitución. Fue Golpe, aunque no se haya querido remover aguas.
El segundo principio es de la legalidad. Huelga decir que tal principio murió, de muerte violenta como el Fiscal Nisman, el día de la diatriba de la presidente en funciones contra la Justicia, ratificada al día siguiente por el past-presidente cuando le colocó al Artículo 109 de la Constitución una bala en la cabeza, igual que a Nisman.
Puestos en exigentes, hay un tercer principio que tampoco debería soslayarse y cuya ignorancia actual pinta de cuerpo entero el estado de cosas. Me refiero al principio de legitimidad, de origen y de ejercicio. El de origen no se discute. Pero este deja de tener sentido cuando se olvida el segundo. Es precisamente el principio de legitimidad de ejercicio, el más fácil de saltarse en sistemas con escasos contrapesos, el que ha venido siendo violado sistemáticamente, tanto por el Presidente como por la Vicepresidente, tanto por hacer lo que no les está dado hacer, como por dejar de hacer aquello que les es mandatado según su cargo y no otro.
Democracia o Populatría
En el título a la nota, decía que la Argentina está ante un abismo institucional y tiene ante sí solo dos alternativas: la democracia o una “populatría”, neologismo de factura propia que podría definirse como un sistema de fachada filo-democrática, claramente populista, con el aderezo de basarse en la idolatría a un líder, en este caso, Cristina a secas, elevada a la categoría de deidad pagana para quien los asuntos de los mortales comunes carecen de sentido y alcance. Es lo que subyace al cántico «si la tocan…», en el entendido que no, nadie, tiene derecho a tocarla, como nadie tiene derecho a dibujar una caricatura de Mahoma, bajo pena de sufrir las consecuencias.
La vuelta a la democracia requeriría una especie de carrera de postas con obstáculos, donde todos deberían seguir el mismo carril, bajo las mismas reglas y con idéntico objetivo, tratando de derribar la menor cantidad de los obstáculos puestos en la pista. Permítame ser escéptico viendo el plantel en las gateras.
La otra alternativa, es la ya descripta. La Italia de Mussolini, la Venezuela de Chávez.
O la Argentina de Cristina.