«Mirado en perspectiva, el 20º Congreso podría significar para Xi lo mismo que 2012 para Putin: la culminación de una década de afianzamiento en el poder, la eliminación de potenciales adversarios, y el inicio de una nueva etapa, en muchos sentidos, en modo maoísta»
“La historia contemporánea nos demuestra que basta con un enfermo mental, dos ideólogos y trescientos asesinos para tomar el poder y amordazar a millones de personas” Kazimiers Brands
Mientras en la Banda Oriental nos dedicamos día a día a construir intrascendencia, el mundo cruje por todas sus costuras y sigue a ritmo de vértigo, sin que por aquí nos enteremos de nada, como por ejemplo cuando, ahora mismo, en la segunda potencia mundial se está gestando un nuevo Imperio del que participa un 15% de la población mundial y la segunda mayor economía global, por no hablar del poderío militar-nuclear del susodicho imperio.
Todo lo concerniente a la China comunista, a los entretelones del poder, sigue un guion que pide atender más a las señales, que a los documentos o resoluciones concretas. Es, en tal sentido, una copia de la lógica instalada en la URSS de Stalin, y luego replicada por Mao Zedong en China.
Purgas y algo más
En ese sentido, son paradigmáticas las imágenes de un videíto de no más de dos minutos difundido por “ShapiroExposed.com” en Twitter, que muestra el momento en que sacan a fórceps al anterior presidente, el octogenario Hu Jintao, del Plenario desde su silla a la izquierda del nuevo emperador, quien permanece impertérrito mientras se cumple su orden.
La historia de las purgas en los partidos comunistas en el poder es tan larga como los regímenes totalitarios que han encabezado con mano de hierro. Lo que impacta, es que es la primera vez que una purga se transmite al mundo en vivo y directo.
Seríamos muy ingenuos, si pensáramos que todo ello, la purga, el momento, la filmación y el filtrado del video, no fuera parte de un “acting” que se repite, hasta en sus mínimos detalles cada cinco años. Tanto así que se produce justo cuando, luego de horas de sesión a puertas cerradas, se había abierto a la prensa, incluso los pocos medios extranjeros autorizados a tomar imágenes. Casi una invitación a no perderse el momento en que Hu Jintao deja de ser un ex todopoderoso para convertirse en un mensaje. EL mensaje.
El mismo mensaje que transmitía en cada Congreso el Camarada Stalin: en la URSS del PCUS las moscas no vuelan si no es con mi autorización. Es la razón de la anécdota de Jruschov leyendo su famoso «informe secreto» sobre los «errores» de Stalin y el culto a la personalidad, cuando alguien le interrumpe a viva voz, increpándole «y por qué nunca denunciaron nada de esto». Jruschov hizo silencio, recorrió el imponente salón con la mirada y luego de interminables segundos, exclamó «¿quién preguntó eso?». Otro interminable silencio. Nueva recorrida con la mirada. Nadie dijo yo. Fue entonces que dijo, remarcando cada palabra: «por eso mismo es que nadie habló». Desde ahora, las moscas chinas no volarán si no es con la anuencia de Xi Xinping.

La era Xi o el nacimiento del «Xinpismo»
La teatral expulsión de Hu vendría a configurar para Xi el último acto de su proyecto de poder, iniciado en 2012 apenas recibido el mando precisamente de este, y con la posterior feroz campaña anticorrupción desatada contra los más altos mandos vinculados con la administración de su predecesor. Campaña que se prolongó, e intensificó, hasta los meses anteriores al Congreso, donde terminó condenado a muerte, en suspenso por cadena perpetua, el ex Vice Ministro de Seguridad Sun Lijun. Antes que él, habían «caído» entre otros, el ex Ministro de Justicia Fu Zhenghua y varios otros dirigentes, que se señalaron como integrantes de «un círculo de dirigentes desleales» a Xinpìng.
Desde antes, se sabía que el 20º Congreso del PCCh no iba a ser un Congreso más. Ello porque era el primero luego de la Reforma Constitucional de 2018 que eliminó el máximo de dos períodos de cinco años para ejercer el liderazgo, lo que le abría la puerta a la reelección sucesiva de Xi Jinping y con ella la consolidación de un proyecto de acumulación de poder personal que viene avanzando desde hace una década.
Mirado en perspectiva, el 20º Congreso podría significar para Xi lo mismo que 2012 para Putin: la culminación de una década de afianzamiento en el poder, la eliminación de potenciales adversarios, y el inicio de una nueva etapa, en muchos sentidos, en modo maoísta. En cierto sentido, significaría un cierre del proceso iniciado en 1979 con Deng Xiaoping, el final de la «dirección colectiva» impulsada por éste, y una gradual vuelta al maoísmo político, especialmente en lo atinente al culto a la personalidad.
El después del 20º Congreso
No sería demasiado disparatado pensar que Xi es ya, el presidente chino que más poder ha acumulado desde Mao hasta hoy, y como lo acaba de demostrar, está dispuesto a usarlo donde sea posible y tanto como sea necesario.
En el siempre complicado frente interno, la economía aparece como una amenaza cierta, aunque el férreo control social le permite hacer frente a un eventual incremento del descontento popular. Desde que la China de Xi se convirtió en el mayor exportador de pandemias en lo que va del Siglo, y que mostró al mundo cómo estas pueden ser usadas como una formidable herramienta de control, parece poco probable que su mayor problema pueda provenir de allí.
El conflicto con las minorías nacionales, del que la brutal represión a los uigures en la fronteriza provincia de Xingiang es paradigmático, no parece ser tampoco una amenaza en lo inmediato. Antes bien, podría ser una oportunidad.
La hora del neo-imperialismo
Como se ha podido ver en los últimos tiempos, en especial desde el retorno de Rusia a sus viejas prácticas imperialistas, China se ha encontrado sentada a la misma mesa, no solamente con Putin sino también con Irán y Turquía, todos en distinta medida y con intereses muchas veces encontrados, pero todos con aspiraciones de revivir glorias pasadas. Sean estas reales, o producto del relato histórico que los propagandistas del neo-imperialismo ruso les han regalado para uso de cada uno.
Por muchos motivos, incluso personales ya que estuvo militarmente vinculado con el conflicto chino-taiwanés, la “unificación” como llaman al objetivo de incorporar a Taiwán a su territorio y control político es un objetivo central de Xi. Por si dudas había, acaba de volver a templar los tambores de guerra y ha remarcado, por si hiciera falta, que “no renuncia a la posibilidad del uso de la fuerza”.
Siendo la más importante y la de obvio mayor simbolismo, no es la única ambición territorial china, y quizás -sin bajar la retórica que amedrenta hacia el exterior y galvaniza al interior- el costo de ir a por ella, con EEUU involucrado en su defensa, tal vez sea demasiado alto.
El reclamo y anexión de hecho de las islas del Mar de China, la vieja disputa con Vietnam en el Mar de la China Meridional, la no menos añeja pelea con Japón en torno a las islas Sensaku, la del Himalaya. Tantas son que dan razón al aserto que dice que “si eres un país con cercanía a China tus probabilidades de conflicto se acercan a cien por ciento”.
Habrá que estar muy atento a las próximas movidas del gigante, pero está claro que el Emperador, para sentirse tal, necesitará actuar en consonancia con lo que es su razón de ser.
El tiempo dirá si de aquella mesa con la Rusia empantanada en Ucrania, Turquía e Irán, surge un nuevo Pacto Molotov-Ribbentrop para repartirse algún inestable vecino que la Historia pueda justificar como objetivo a reclamar, a semejanza de rusos y alemanes con Polonia, o si por el contrario el sonriente Xi esperará, con paciencia china, la caída del espía del Kremlin para desatar los “pactos injustos” impuestos por la Rusia zarista y recuperar ese territorio.
En todo caso, lo que allí suceda, será bastante más importante para esta pequeña Aldea que los humores de Pereira o el empaquetado de los cigarrillos.
Por lo menos, así lo veo yo.