“Al gobernar aprendí a pasar de la ética de los principios a la ética de las responsabilidades.” Felipe González.
Gasparré en Contraviento
Esta semana, desembarcó como columnista de nuestro Portal “Contraviento”, el prestigioso analista político y económico argentino (y un poco uruguayo también) Dardo Gasparré, colaborador habitual de La Prensa y hasta hace poco, cuando todavía “El Observador” era un diario propiedad de un uruguayo, también columnista de ese medio. Como tal, ha demostrado ser un profundo conocedor de la realidad uruguaya y una voz a la que hay que prestar oído.
Para Contraviento constituye una distinción y un significativo aporte.
De Reformas y errores
De que ello sería así, se encargó de probarlo en su primera Columna titulada “La Reforma Jubilatoria: un error histórico” que tuvo, desde su publicación, una significativa repercusión.
En la nota, no sólo aborda los distintos aspectos de viabilidad económica del Proyecto, su sustentabilidad y viabilidad financiera -o falta de ella-, lo que reforma y lo que NO reforma o reforma mal, sino que centra su análisis en un aspecto necesariamente controversial: el de la inoportunidad política y los costos político-electorales que inevitablemente acarrearía su aprobación. Todo esto, además, para una Reforma que nacería renga y con grandes posibilidades de ser torpedeada y hasta derogada a corto plazo.
En corto, lo que Gasparré sostiene es que, una Reforma que en lo sustancial no soluciona el fondo del problema, terminará costándole la próxima elección a la Coalición de gobierno y le servirá en bandeja de plata el regreso al poder de un FA, otro FA que el que los uruguayos conocieron de 2005 a 2020, alineado con el Grupo de Puebla y dispuesto a “ir por todo”, versión criolla del “volveremos mejores” del Kirchnerismo post-Macri.
Otro aporte
A posteriori, nuestro con-twittero @angelito_tata haciendo caudal de su versación en la materia, va más a fondo sobre el aspecto previsional y lo que, en otras palabras, constituiría una reforma “fallida” ex ante, porque desde el principio, sigue basándose -en el aspecto previsional- en un sistema de “reparto intergeneracional” demostrado inviable no sólo aquí, sino en el mundo, al que además hay que agregarle el colador de las distintas “solidaridades intra-generacionales” y la inveterada munificencia del sistema político al momento de compensar hasta a los enemigos de la democracia en cabeza de los futuros jubilados.
Compartiendo ampliamente lo esencial de ambas columnas, quiero en este espacio, realizar una breve reflexión sobre lo que entiendo “subyace” o “sobrevuela” al Proyecto, parte del Acuerdo constitutivo de la Coalición de Gobierno, en cuanto a la necesidad imperiosa de acometer una reforma de un sistema que va, inexorablemente, hacia la implosión y que compromete la viabilidad del desarrollo económico del país, toda vez que es generador de buena parte del crónico déficit fiscal uruguayo.
De éticas, responsabilidades y oportunidades
Tiene que ver con la eterna disyuntiva, especialmente en el ámbito político, entre la “ética de la responsabilidad” y la “ética de la oportunidad”, planteada como suele hacerse, como dicotómicas.
En el acápite de la nota hacíamos referencia a esa famosa frase del entonces presidente del gobierno español Felipe González, quien decía que “había aprendido -obligado por las circunstancias, digo yo- a pasar de la ética de los principios a la ética de las responsabilidades”, en una España postfranquista que requería una gran dosis de esto último, expresada en un pragmatismo que los principios muchas veces no entienden.
Desde el inicio mismo de su nota, Gasparré plantea tal dicotomía cuando dice que “El presidente Lacalle Pou, convencido de que está haciendo lo que más conviene a Uruguay, avanza con el proyecto de la reforma jubilatoria, uno de los mayores errores políticos imaginables, cuyo costo no sólo pagarán él y la Coalición multicolor, sino todo el país.”.
Ambas cosas son ciertas.
El presidente avanza con la Reforma, convencido que es necesaria, que en muchos sentidos es impostergable, y que constituye un compromiso de campaña, y en cuanto tal, de necesario cumplimiento. La ética de la Responsabilidad.
Que constituye “uno de los mayores errores políticos imaginables” en términos de costos -costo electoral, se entiende del contexto de la nota- que pagarán todos, con excepción de la oposición político-sindical. Aquí, la ética de la oportunidad.
En su nota ya aludida, @angelito_tata plantea que, en cuanto la proyectada reforma, reforma poco y mal, y para peor ofrece todos los flancos para que sea tiroteada desde todos los ángulos, quizás lo más atinado -y por tanto, oportuno– sería que, sin renunciar a la vocación reformista, que o bien la hace el sistema político antes o la hará la realidad económica y financiera un poco más tarde, se traslade al próximo período de gobierno.
Tal planteo, se basa en la perspectiva que un gobierno de Coalición que ha funcionado razonablemente bien, que tendrá índices económicos nada desdeñables para mostrar y algunas reformas y avances en el sentido que su electorado reclamaba, tendría muy apreciables chances de retener el gobierno. En cambio, con el costo político de una reforma -renga, y difícilmente popular- la ecuación favorecería a los cultores de la ética del oportunismo.
Una y otra aplicadas a la política
Es aquí donde quiero detenerme. El carácter antagónico de ambas dimensiones éticas aplicadas a la actividad política, parte de dos aspectos que atañen a una y otra, y que quizás no se tienen en cuenta.
En lo que respecta a la ética de la responsabilidad, la de “los principios” en palabras de Felipe González, se suele abordar como un marco de pensamiento rígido e inamovible, a riesgo de desvirtuar su esencia misma. Ello no puede ser así, en cuanto se aplica a la política, entendida ésta “como el arte de lo posible”, es decir, que aquellos principios y responsabilidades deben actuar siempre como referencia y propósito, pero ello no podría implicar nunca que toda iniciativa o posición que afecte a la sociedad toda, deba supeditarse a ellos.
Si así fuere, en lugar de una ética, terminaría convirtiéndose en un dogma, que no lo es.
El segundo aspecto, tiene que ver con la oportunidad, y un pariente cercano de ella, llamado oportunismo. Siendo parientes, nada más lejos uno de la otra.
Aún guiándose por el marco de la responsabilidad, no sería menos necesaria a la política, una referencia permanente a la oportunidad de tal o cual iniciativa, entendida ésta como la valoración más objetiva posible de la cuenta de pérdidas y ganancias, riesgos y amenazas, que una decisión puramente apegada a promesas o principios, ignore la realidad del momento. Enfocada desde esta perspectiva, la oportunidad no sólo es aconsejable, éticamente irreprochable, sino, además, oportuna.
Otra cosa, bien distinta, es el oportunismo, este sí entendido como una actitud permanente de basar decisiones y posturas políticas y sus acciones consecuentes, pensando exclusivamente en el retorno esperado de esas actitudes.
Es la actitud de la rana en el pozo, esperando el golpe del balde. La de la oposición, por la oposición misma, si con ello se consigue hacerle pagar un costo al otro, aun cuando los perjuicios luego terminen siendo socializados. Resulta de anteponer el interés particular o de grupo, en lugar del interés general. Porque el pariente bastardo de la oportunidad, el oportunismo «es la actitud que consiste en aprovechar al máximo las circunstancias para obtener el mayor beneficio posible, sin tener en cuenta principios ni convicciones».
De unos y otros, ejemplos hay
La política uruguaya, en términos generales, supo discurrir su accionar, dentro de este marco ético, y sin llegar al dramatismo del suicidio de Baltasar Brum noventa años atrás, tiene ejemplos bien recientes, donde la tensión entre una y otra ética, quedaron bien expuestos.
Ahora mismo recuerdo un caso que puede considerarse paradigmático. En la campaña presidencial de 1989, proclamado Jorge Batlle como candidato del Partido Colorado, centró buena parte de su campaña en su propuesta de venta de las reservas de oro para pagar una deuda externa que, por entonces, rondaba los 4500 millones de dólares y que, según él, su servicio era responsable del 75% de la inflación que en esa época se situaba en un insostenible 70% anual.
Tanto desde dentro, como fuera del partido de gobierno, se entendía que si bien, podía ser una propuesta razonable económicamente -que atendía al bien superior- era políticamente inoportuna, rayando el suicidio político, como efectivamente fue.
¿Había que hacerlo? Sí. ¿Había que decirlo? No.
Un poco más acá en el tiempo, hubo otro caso convertido en paradigma, pero de lo contrario: el oportunismo elevado a la ética de la oportunidad, para pescar votos haciendo pagar los costos al oponente. Fue el penoso episodio del Hospital Filtro, cuando el MLN -y el Frente Amplio arrastrado por éste- armaron la asonada para evitar la extradición de tres etarras decretada por la Justicia uruguaya. Ese episodio costó dos vidas, y al entonces gobernante Partido Nacional un costo del que, en la siguiente elección no podría recuperarse.
¿Era éticamente responsable el desacato a una orden judicial? No. ¿Era oportuno políticamente? Sí, tristemente sí.
¿Y ahora?
Tal vez, entonces, Lacalle Pou, cuyo padre supo pagar esos costos, esté transitando ese camino.
Por tanto, quizás sea el momento de plantearse cuál es el bien superior hoy día, y qué resulta éticamente correcto, pero también políticamente oportuno.
Lo que está en juego no es solamente el futuro político del presidente, ni de su partido y aún de la Coalición misma: es el de toda la sociedad, aun de la parte de la sociedad que busca echar el barco a pique, aunque se hundan con él.
Ojalá no sean necesarios los botes salvavidas. Es solamente la esperanza que así sea, y no un pronóstico, porque como decía Vlacav Havel «la esperanza no es la ciencia del pronóstico».