..hoy mismo, en la España que inició el ciclo, avanza lanza en mano un sicópata llegado al poder por una moción de Censura, que pactó -y desde entonces funge de rehén- con los BILDU y ERC, convirtiéndose en furgón de cola de un Pablo Iglesias que sigue repartiendo las cartas desde las sombras.
Todos, sin excepción, le pegaron una patada donde la espalda cambia de nombre a Montesquieu, y pretenden convertirse en monarcas electivos, a los que los súbditos deberían renovar periódicamente su contrato, por las buenas o por las malas también…»
“Los hombres normales no saben que todo es posible” David Rousset
Expliquémonos
En un medio de comunicación escrito, dirigido al público en general, la función principal de las llamadas “columnas de opinión” debería ser, de manera primordial, aunque no única, la del análisis -partiendo de la coyuntura- de las cuestiones que afectan o afectarán de manera permanente a la sociedad, tratando de prever el futuro valiéndose de la gran maestra que es la Historia.
A punto de partida de esta definición, una columna debería constituir una invitación a la lectura reflexiva, destinada a descubrir las notas musicales tras el ruido diario, y a generar en el lector sus propias reflexiones.
Suena aburrido, y quizás lo sea, pero necesario cuando ese ruido ensordece y provoca que el ciudadano permanezca ajeno a lo esencial distraído por la maraña de fuegos artificiales que produce lo que Vargas Llosa llamó “la civilización del espectáculo”.
Esa será la propuesta de una serie de notas que iniciamos con ésta, destinadas a analizar “los nuevos imperialismos, el eurasianismo panruso, el nazi-islamismo y el neosemitismo, los nacional-populismos, el neofascismo cultural y las nuevas inquisiciones, ideologías y teologías, la cooptación de los organismos supranacionales, la legitimación de las autocracias y el ocaso de las democracias liberales a manos del globalismo y la conversión del voto-elector en voto-legitimador”.
Lo que todos los “titulares” enunciados tienen en común, refieren al poder y la sociedad, el Estado y los límites, los territorios y las naciones, las reglas de juego y el respeto a ellas. A su vez, lo que tienen en común todas estas cuestiones, es que se originan en un proceso histórico que lleva poco menos de tres siglos y que dice relación con la caída de los “ancien régimen” y la desaparición de las clases nobles y las aristocracias como soporte de las monarquías absolutistas.
El proceso que en Europa llevó del absolutismo y los grandes imperios, a las nuevas formas de totalitarismo, cubre todo el Siglo XVIII y desemboca en la Gran Guerra de 1914 y su secuela, la Segunda Guerra mundial.
En América en cambio, tras la independencia de los EEUU del Imperio Británico y la adopción de un régimen democrático, las posteriores caídas de los imperios español y portugués llevaron a la constitución de una constelación de estados nacionales que, con sus más y sus menos, adoptaron formas de gobierno de “inspiración” democrática, bajo la influencia primordial de los principios de los Padres Fundadores de los iú-eséi y de la cataclísmica Revolución Francesa.
La coyuntura democrática
Tras dos siglos de vida más o menos democrática, con Constituciones rimbombantes y pretenciosas no siempre respetadas y no pocas veces usadas como coartadas, algunos principios podrían considerarse de uso común y casi obligatorios, aunque más no sea para guardar las formas.
El principal de ellos es el del voto popular, de manera periódica, y en principio, instrumento de elección de gobiernos legítimos y con fecha de vencimiento. Es lo que Timothy Snyder llama el “principio de sucesión”, algo así como “votamos a tal o cual para que esté tanto tiempo, luego hay que repetir el rito”, complementado con la guarda de unas formas democráticas -generalmente garantizadas por unos “observadores” internacionales pretendidamente “imparciales”- de respeto de la voluntad del elector, la libre competencia y en general, lo que suele llamarse “garantías democráticas” que cumplirían con el segundo principio, identificado por dicho autor, como el de “legalidad”.
Desbrozando el camino de las palabras
Antes de pretender dar una mirada objetiva sobre el estado de cosas, es menester desbrozar el camino poniendo en claro algunos conceptos que, de no tenerlos en cuenta, nos llevarán, irremediablemente, a conclusiones equivocadas.
Uno y primordial, tiene que ver con la resurrección, consolidación y extensión de las autocracias, entendidas éstas como los regímenes donde la única y última Ley es la palabra del autócrata, infalible y en posición de mentir o simplemente negar la realidad porque, pues porque para eso fue elegido. (Autocracia -del griego autokráteia- forma de gobierno en la cual la voluntad de una sola persona es la suprema Ley.)
El ejercicio del poder, puro y duro, sin contrapesos ni molestos controles, que inexorablemente buscará mayor poder.
El segundo tiene que ver con la subversión de la palabra. Las sociedades sujetas a estas autocracias y aquellas que recurrentemente se encuentran bajo acoso de los proyectos mesiánicos y autoritarios, comienzan todos con su trabajo de zapa subvirtiendo la cultura y los medios, y con ellos el idioma. Al igual que sucedía en el “1984” de Orwell, las mismas palabras adquieren nuevos significados y las más de las veces, significan exactamente lo contrario de lo que antes designaban.
Con la subversión del lenguaje, para que la guerra sea la paz, y la proscripción de otras -como acaba de suceder en Rusia con la palabra “guerra” y en Inglaterra con “Navidad”- se elimina toda posibilidad de un debate democrático serio y sano, limitándose a un intercambio, cada vez más violento y más primario en su contenido intelectual, que solamente consolida el fin buscado: la de la imposible construcción democrática, y una ciudadanía convertida en simple masa consumidora que se obliga a creer la palabra sagrada del autócrata que, aún cuando su tropa de subordinados aguante estoicamente una lluvia torrencial, desde el estrado perorará sobre las bondades del sol que ilumina los cielos de la Patria.
Del voto elector al voto legitimador: las “votocracias”
Un tercer elemento dice relación con la validez y confiabilidad del acto electoral, no solamente del voto en sí y las garantías para que este sea ejercido con libertad y seguridad, sino de lo que sigue que es el recuento de los sufragios, habida cuenta que cada vez se hace más cierto aquello de Stalin que “no importan los votos, sino quiénes –y cómo, agrego yo- los cuentan”.
Desde que, al despertar del presente siglo, junto con la llegada de Vladimir Putin al Kremlin y la puesta en marcha, lenta pero consistentemente, de su proyecto restauracionista de una URSS sin Partido Comunista, hubo personajes centrales en la generación de ideas. Son ellas, las ideas, las que a la postre desencadenan los hechos que reclamaban una particular atención que el Occidente liberal, capitalista y posmoderno. Atención que, borrachos de triunfalismo con «el fin de la Historia post Muro» no prestó nunca, en tanto y en cuanto se siguieran haciendo negocios con ellos.
Uno de esos personajes centrales fue Vladislav Surkov, viceministro y más cercano consejero del Tío Vlad. Un hombre que, como Putin mismo, ha vivido envuelto en el misterio, hasta de su verdadero nombre y origen.
Surkov fue el arquitecto de conceptos como la “democracia tutelada”, o la “democracia soberana”, en donde lo importante es que hubiera unas elecciones periódicas para renovar el mandato del autócrata, con partidos de oposición “de papel” y la totalidad de los medios e instituciones en manos de una única persona: Putin.
El ahora, visto desde la primavera de los Ochenta
Resulta por demás interesante analizar lo que está sucediendo ahora mismo en varios países de Iberoamérica y nuestra pariente más cercana, España.
Iberoamérica, ajena durante medio siglo de los devastadores conflictos armados europeos, navegó en medio de frágiles y efímeras democracias, alternadas con eternas e implacables dictaduras que, al viejo estilo, siquiera se preocupaban de guardar las formas. Un caudillo, un ejército, una élite económica y religiosa de apoyo, y ustedes tan tranquilos: yo les doy seguridad y la paz de los sepulcros.
Muchas de ellas previas, y otras tantas, simultáneas a la verdadera 3ª Guerra Mundial, la Guerra Fría, que durante algunas décadas -para un bando o para el otro- les sirvió de soporte.
En España, muerto y bien muerto el Caudillo por la Gracia de Dios, luego de una transición que sigue siendo objeto de estudio, parió una democracia moderna bajo el paraguas del reinado de los Borbones.
Favorecidos por los vientos españoles, diversos países ex Colonias, recuperaron o restauraron sus democracias, con sus distintos énfasis y en algunos casos -Chile como paradigma- con condicionamientos supervivientes del régimen dictatorial, pero con denominadores comunes: voto universal, elecciones periódicas, Constituciones guardianas de Deberes, Derechos y Garantías, militares vueltos a los cuarteles, Parlamentos con oposiciones más o menos representadas, prensa libre o un intento de ello, y lo más importante, separación de Poderes que le garantizaba – o pretendía hacerlo- la independencia de la Justicia del poder de turno. América recuperaba a Montesquieu.
La primavera, cuando la hubo, duró dos décadas, más menos.
Populismo Siglo XXI, un virus pandémico sin vacuna conocida
Llegado el nuevo siglo, con el terrorismo islámico como el “eje del mal” tras el cual EEUU volvería a olvidarse de su propio patio, y una nueva oleada de crisis económicas y sociales que nos hicieron retroceder décadas. Con ello, la llegada del oscuro espía al poder en Rusia que, una década después comenzaría a cambiar el mapa de la Federación Rusa, el de sus vecinos (Georgia, Abjasia, Osetia, Crimea) y al mismo tiempo, los propios equilibrios políticos y garantías electorales en la UE primero y los mismísimos USA después.
En simultáneo, se extiende desde hace veinte años por América Latina, como una mancha de aceite el virus del populismo autoritario, encarnado en primer lugar por Chávez y su “Socialismo del Siglo XXI” dispuesto a exportarlo -Foro de San Pablo y una riada de petrodólares- al resto de América.
Al final, el neopopulismo izquierdoide venía, y viene, por todo
Aquí es donde llegamos a lo de hoy. Con el México de AMLO y sus secuaces Colombia, Bolivia y Argentina, saliendo en defensa del caricaturesco golpista Castillo, con el extravagante argumento que “un presidente electo por voluntad popular no puede ser destituido por nadie”. Nadie, ¿se entiende? Aunque la Constitución diga otra cosa.
O la misma barra defendiendo a la condenada Cristina Elisabet Fernández, rea de malversación de fondos públicos en reiteración real y por obscenas cifras que cuesta siquiera imaginar sino fuera que vimos los bolsos. Lawfare, dicen. De vuelta, ningún poder puede siquiera tocarla porque “fue electa por voluntad popular”. Mucho menos por una Corte Suprema de Justicia y unos jueces a la que no eligió nadie (¡) aunque los haya nombrado ella misma.
Hoy mismo, en la España que inició el ciclo, avanza lanza en mano un sicópata llegado al poder por una moción de Censura, que pactó -y desde entonces funge de rehén- con los BILDU y ERC, convirtiéndose en furgón de cola de un Pablo Iglesias que sigue repartiendo las cartas desde las sombras.
Todos, sin excepción, le pegaron una patada donde la espalda cambia de nombre a Montesquieu, y pretenden convertirse en monarcas electivos, a los que los súbditos deberían renovar periódicamente su contrato, por las buenas o por las malas también.
El pronóstico augura vientos y fuertes tormentas, capaces de derribar los más sólidos edificios. Pero eso será material para una segunda columna.