«Quizás la más grande y mejor lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia”
Adolf Hitler en «Mein Kampf»
Casa tomada
Para muchos uruguayos, convivir con vecinos como la Argentina, representa en muchos sentidos a los protagonistas de “Casa tomada”, ese genial relato del no menos genial Julio Cortázar.
Hay que ver que los Orientales (así, con mayúsculas, como a Borges le gustaba llamarnos) bien podríamos identificarnos con el narrador y su hermana Irene, encerrados en un par de habitaciones de lo que otrora fue una gran casa común, y sometidos de manera constante al murmullo, la gritería histérica y no pocas veces, lo que parecen signos evidentes de violencia extrema, de la numerosa prole que habita casi toda la otrora casa señorial, hoy devenida en gran villa miseria.
Que ahora se les haya ocurrido querer cobrar peaje a las embarcaciones paraguayas -así, el Paraguay convertido en una suerte de María Esther del cuento de marras- que se dirijan a Montevideo, se parece a ese okupa que, no contento con avanzar sobre la casa, pretende además cortarnos la luz y el agua.
A diferencia de “Casa Tomada” donde el narrador no sabe quiénes están al otro lado de la pared-frontera, nosotros sí lo sabemos, demasiado bien lo sabemos.
Lo del delirante peaje, como antes el muy peronista corte de los puentes -y no en sentido figurado precisamente- podría constituir meras anécdotas, si uno se propone ver la película entera y no se queda en las fotografías.
Vivir en el barrio del Mercosur, sin opción a mudanza
Durante los últimos treinta de los doscientos años de común historia, nuestros tumultuosos vecinos nos han tenido amarrados y bien atados al Tótem del Mercosur, monumento al inmovilismo que no permite avanzar ni a uno ni a otro, pero tampoco retroceder hasta la época en que el dichoso Tótem no había sido inventado.
Y si en algo se ha mostrado particularmente efectivo el monumento a la Roca Maldita que es el Mercosur, es en su capacidad de impedir, y como en la obra de Rubén Serrano, para librarte de las cadenas, te exige hasta la propia vida.
Podría ser una anécdota, si no fuera que quien tiene la llave del candado es un gobierno -que es siempre el mismo, aunque cambie de manos la llave- de mitómanos aquejados del Síndrome de Hubris colectivo, heredado del mitómano mayor, padre putativo de todos ellos. Me ahorro siquiera nombrarlo, porque los vecinos desde hace setenta años no pueden vivir con él y tampoco saben vivir sin él. Él.
El gobierno de un país que durante el último siglo y medio ha cambiado cinco veces de moneda, que la sumatoria de ello le ha quitado 13, si, TRECE ceros a su papel moneda, puro papel y nada de moneda. Papel pintado.
Un país sin moneda, donde la inflación alemana de 1929 pinta para moderada, pero quiere emitir una moneda común del Mercosur. Tan original el SUR como promesa de gran futuro dentro de las divisas estrella del mundo: una cripto-moneda en papel, hecha por Ciccone faltaba más.
Un gobierno en un país en que el presidente le pide al Parlamento, que no funciona sin orden de la VicePresidente, que le haga Juicio Político a la Corte Suprema de Justicia que debería confirmar la condena por corrupta a esa misma Vice, en tanto la oposición pedirá que se haga Juicio Político al Presidente, condenado por fiestero e incurso en el delito de desacato a la propia Corte, y también a la Vice condenada, que ni por condenada casualidad se baja de su banca senaturial.
Una Corte que lo mismo es adicta o enemiga, según cómo falle, con 4 miembros porque nadie se pone de acuerdo en nombrar un quinto integrante, pero que funcionaría mejor si tuviera veinticinco miembros en los que cada Gobernador pudiera nombrar a sus sobrinas, tíos o cuñados. Todo muy normalito.
Un país que okupa esa gran casa, grande como un Hotel en El Calafate y que podría ser tan rentable como ellos, y que teniéndolo todo, en veinte años sigue con el mismo PBI mientras los vecinos -nosotros- en una sola habitación, lo han multiplicado por dos.
El país que tiene a los Campeones mundiales de fútbol, a pesar de y no gracias a. Se sabe.
El tobogán argentino
Si se analizan los últimos veinte años -que, con variantes es una repetición de los últimos setenta- de la Argentina, y no se queda en la montaña rusa de su economía y se interna en lo más profundo de una sociedad, que nadie podría ofenderse si se la calificara de enferma, tendría motivos suficientes para preocuparse en serio.
En “El miedo a la libertad”, Erich Fromm analiza la sociedad alemana en el período entre guerras, que conformó el preludio del surgimiento del nazismo (como expresión del Nacional Socialismo del que nace) y ascensión de Hitler al poder, en un Capítulo denominado “La psicología del nazismo” y donde se adentra en el estudio de las condiciones psicológicas de los alemanes de esa época según su clase social.
En su estudio, aplicado a esa realidad que explicaría la demencia colectiva que significó el nazismo a posteriori, los conceptos de impulsos sádicos y masoquistas -despojados de las connotaciones sexuales que les asignó Freud- presentes en los individuos componentes de una sociedad que decide someterse en un acto de masoquismo a un liderazgo de rasgos sádicos hasta lo patológico.
Véase y analícese cualesquiera de los «actos» públicos de la Gran Titiritera y la compulsión aplaudidora de la claque rentada a su frente, y desmiéntame en la comparación.
La «Alemtina», mitad Argentina de hoy y mitad Alemania entre guerras
Hecha la salvedad de la diferencia de épocas, tras un siglo y una guerra descomunal, los principales fenómenos económicos que conformaron el caldo de cultivo de la aparición y fulgurante ascenso del nazismo parecen estar presentes en lo que, con las disculpas del caso, me animo a identificar como “Alemtina”, una mezcla de aquella Alemania y de esta Argentina.
No obstante, siendo tan evidentes como preocupantes dichas coincidencias en el campo económico, social, y hasta político, me animaría a decir, siguiendo la línea de razonamiento de Fromm, que solamente sería eso, un caldo de cultivo que facilitaría un camino, pero no lo explicaría, sino por esos factores de psicología social.
No se explica si no, esa enfermiza compulsión del argentino de someterse a cualquier clase de autoritario que golpee la mesa, o que exhiba impúdicamente su megalomanía y les llame a cumplir su destino manifiesto de gran nación, propio de un masoquismo que a cambio les quita la incertidumbre del no saber qué se es, quién o para qué, propio del individuo -y las sociedades que estos forman- librado a su libertad.
Tampoco se explicaría sin los impulsos sádicos de esos mismos megalómanos que no hesitan en humillar una y otra vez a quienes se arrodillan ante ellos, ni dudan en mostrar con total impudicia su desprecio por sus vasallos.
¿Quo vadis, Argentina?
¿Qué se puede esperar de tal estado de cosas?
Luego del desacato a la Corte, de la sugerencia de modificar el Consejo de la Magistratura por Decreto, de los intentos de acallar opositores molestos, de las operaciones de inteligencia ilegales, ¿qué falta? ¿El incendio del Reichstag?
¿Quo vadis, Argentina?
Un Führer, no parece solución. Seguir así, tampoco.
Ojalá la solución llegue, no sin dolor que siempre lo habrá, pero que permita no solo salvar la casa, adecentarla y volver alguna a vez a sus pasados esplendores, sin que para ello sea preciso demolerla, y con ella, nuestro modesto espacio común.
Y sí, el demente Hitler se equivocó en todo, menos en el aserto del acápite: nada aprendemos nunca de la Historia.