por Jorge Martinez Jorge
“Con frecuencia, cuando una nación traiciona sus valores, traiciona también sus intereses” Amin Maalouf en “El naufragio de las civilizaciones”
“Así, si se encontrase hoy en día un extranjero que, pese a haber sido admitido a sentarse al banquete chino, no dudase sin embargo en criticar en nuestro nombre la actual situación de China, ¡lo llamaría una persona de veras honesta, una persona de veras admirable! Lu Xun citado por Simon Leys en “Sombras Chinescas”
“En política, más que en cualquier otro terreno, el comienzo de todo reside en la indignación moral” Milovan Djilas en “Conversaciones con Stalin”
Una alemana en Pekín
El pasado viernes 14, la Ministro de Relaciones Exteriores alemana, Annalena Baerbock, integrante de la Coalición del Gobierno Scholz en representación del Partido Verde, participó en una Conferencia de Prensa en Pekín junto a su colega chino Qin Gang, al finalizar su visita al “nuevo Imperio” asiático en el marco del llamado “Diálogo Estratégico” iniciado por ambos países en 2014.
En su intervención la diplomática alemana -en tono poco diplomático para los estándares chinos- le hizo saber al régimen de Xi Xinping que una eventual intervención militar en Taiwán configuraría “un escenario de horror”.
No conforme con ello, abordó la bestia negra para el totalitarismo chino y vetiti rem para cualquier extranjero que pise su suelo, mucho más si se trata de un funcionario de tan alto rango. Estamos hablando de la cuestión de los derechos humanos en China.
Con una indisimulable irritación, tan poco propia del carácter chino, el Canciller Gang le respondió que “lo que menos necesita China es una clase magistral de Occidente” y rechazó que haya “estándares únicos” al respecto en el mundo.
En una muestra de carácter poco habitual en funcionarios europeos de visita al Imperio rojo de Xinping, Baerbock le respondió que “sí existen esos estándares únicos en lo que afecta al respeto de los Derechos Humanos, que son comunes y están incluidos en la Carta de las Naciones Unidas como en la Convención de Derechos Humanos de la organización” de la que China es parte central no menor.
Entre misiles y retórica
Con el mundo mirando al cerco marítimo chino a la isla de Taiwán, y la creciente hostilidad de Norcorea (aliado chino) con Corea del Sur y Japón, invadiendo aguas territoriales de aquella y lanzando misiles hacia territorio del segundo, las batallas retóricas parecen pasar a segundo plano.
Con ello, cometemos un terrible error, repetido a lo largo de la historia: los hechos son hijos de las palabras. Por caso, el más reciente y paradigmático, el de la “operación especial” rusa sobre Ucrania, en la retórica del Putinismo consolidado como proyecto neoimperialista a partir de 2012, dejaba ver con meridiana claridad lo que luego haría con Crimea primero, y en el Donbás luego.
Sin embargo, a pesar de que dejaran tan claros sus propósitos, el mundo -y en particular la Alemania gobernada por Ángela Merkel- decidió, una vez más, recorrer el camino del nefasto “apaciguamiento” ideado por Arnold J. Toynbee como director del Centro de Estudios del Real Instituto de Asuntos Internacionales británico, más conocido como Chattam House, hace cien años atrás y que tan nefastos resultados nos depararía en manos de los Chamberlains de la época.
Es que, como sucedió con Rusia y Ucrania desde 2014, la historia parece querer repetirse también en lo atinente al añejo diferendo China comunista versus Taiwán, y que volvería a dar razón a lo que Churchill expresara a Lord Moyne en Septiembre de 1938, previo a la invasión nazi a Checoeslovaquia, diciéndole que “parece que estamos muy cerca de tener tristemente que decidir entre la guerra y el deshonor; tengo la sensación de que elegiremos el deshonor y de que poco después tendremos la guerra, en condiciones aún peores que las actuales”
Bien podría ser que el párrafo final de Churchill se ajustara a lo que sucede o podría suceder con Taiwán. Las condiciones de hoy son aún peores, no en el terreno militar -que también podría serlo- sino en el político, porque en las últimas dos décadas el crecimiento de China ha sido imparable, su colonialismo económico llega a niveles obscenos (por ahí anda Lula arrodillado frente al Yuan) y la parálisis -por decir lo menos- estadounidense no conoce antecedentes, todo lo cual configura un escenario en el que muy pocos estarían dispuestos a desafiar al Su Majestad Xi si decidiera dar el zarpazo sobre la piedra en su zapato que Taiwán sigue siendo.
Lo más grave, no es lo peor
Aunque el valiente llamado de atención de la ministra alemana debe ser destacado y ponderado en lo que significa, es muy probable que no represente, y llegado el caso, siquiera sea respaldado por el tibio gobierno de Scholz.
Siendo así, los hechos seguirán su curso y ya veremos dónde caen los siguientes misiles.
Aturdidos por el ruido de los sables, quiero ir al rescate del otro tema planteado por Baerbrock, el de los Derechos Humanos en tierra de silencio sepulcral. Sucede que la intrépida – ¿o inconsciente? – alemana ha nombrado la soga en casa del ahorcado.
Lejos, y no tanto, en el tiempo
Las palabras pueden ser varias armas a la vez. Tanto una bomba como la que detonó Baerbock en Pekín, como una mina que, enterrada y olvidada, un día alguien pisa y vuela por los aires.
Esto último podría significar desenterrar el tema derechos humanos en una potencia que, bajo dominio absoluto del Partido Comunista chino, viene llevando adelante un auténtico genocidio contra la población de etnia uigur , de religión musulmana que conforman casi la mitad de la población de la Provincia de Xingiang -cuya traducción del chino mandarín es “nueva frontera” lo cual nos da una idea de su origen- de unos 25 millones de habitantes, ubicada al norte de China limitando con Kazajistán, Kirguistán y Afganistán, donde viven otras minorías del mismo origen.
Ese genocidio tiene todos los horrores presentes en los que nos regaló el siglo XX, para recordarnos nuestra condición de humanos, demasiado humanos que somos: campos de concentración, reeducación, torturas, prohibición de cualquier práctica religiosa, prohibición de su propia lengua e imposición del chino mandarín obligatorio, “reeducación” en la historia de su pueblo, lavado de cerebros al más puro estilo maoísta.
Un espanto por donde se lo mire. Y con un agravante que resulta ser un viejo conocido: la negación, la complicidad del silencio.
El mismo silencio culpable, cuando no la directa complicidad del Occidente biempensante, que rodeó al delirio asesino del maoísmo y su “revolución cultural” o la posterior masacre de Tian’anmen.
Otra vez, como con el cobarde apaciguamiento respecto de los arrestos belicistas e imperialistas de la China comunista, el mundo ha decidido mirar hacia el costado, meter la cabeza bajo tierra como los avestruces, e ignorar esa vergüenza con tal de no perder negocios con la tiranía roja de Xinping.
Tanto pesa la billetera china (y el garrote tras ella), que ni siquiera los países islámicos, igual de ricos, pero envueltos en sus propios pecados, osan reclamar por ese pueblo musulmán masacrado y en vías de lenta extinción.
Como si ignorándolo, dejara de suceder. Tal y como aconteció con la Shoa del pueblo judío en Europa, el Holodomor stalinista en Ucrania, los Gulags soviéticos y un largo etcétera. La misma piedra y los mismos tropezones.
Tal parece que, como con la eventualidad de un conflicto armado abierto entre China y Taiwán, o las dos Coreas o Corea del Norte con Japón, o de todos contra todos, respecto del genocidio uigur el mundo decidirá el deshonor de ignorar la barbarie, sólo para que dentro de un tiempo otros monten sus escenas de falsa compasión y reclamen Nurembergs que no podrán ya, devolver la vida a nadie.
Tampoco la dignidad que, como la virginidad, se pierde una sola vez y para siempre.