
Escribe Alfredo Bruno
“Era en abril” cantaba por entonces Baglietto, y fue justamente en ese mes que se comenzó a hablar del tema, la eventual autorización oficial a realizar un gran acto el 1 de mayo, por el Día de los Trabajadores.
Como todo en la época, la versión tuvo marchas y contramarchas, confirmaciones y desmentidos, hasta que finalmente se confirmó más allá de toda duda, lo que por cierto no aquietó igualmente los rumores y las preocupaciones, en tanto por entonces cualquier actividad que pudiera ser interpretada de alguna manera como contraria al régimen encerraba siempre un cierto grado de riesgo, de peligro.
En efecto, poco tiempo antes algunas acciones enmarcadas en los esbozos de una reactivación sindical autorizada por el régimen habían terminado con allanamientos y detenciones, por lo que no era disparatado concluir que la asistencia a un acto de este tipo podía generar consecuencias no deseadas.
Claro está, esos temores e incertidumbres no afectaban a quien, estrenando sus 17 años, estaba siempre dispuesto a probar cuán hondo era el río con los dos pies.
Tras el Plebiscito del 80, que nos tuviera como ávidos observadores, y ya con participación en las Elecciones internas del ´82, habíamos aprendido que todo resquicio de libertad debía ser usado y que cuando uno se lanza contra los límites éstos habitualmente ceden un poco.
De lo que ignorábamos todo por entonces, obviamente, era sobre la realidad sindical, y ese desconocimiento estaba cubierto por variado anecdotario, casi lindante con las leyendas, lo que nos hacía suponer que en ese campo íbamos a encontrar a denodados luchadores por la Libertad y la Democracia.
No obstante, a fuer de sinceros, nada de eso nos importaba mucho. Íbamos a un encuentro con nuestros pares donde nosotros “los buenos”, todos juntos, íbamos a pedir que se fueran ellos, “los malos”. Además, lo que revestía aún más trascendencia y daba mayor importancia a la jornada, había invitado a la misma a la chica que por entonces poseía la propiedad de mi corazón, obteniendo respuesta afirmativa, lo que naturalmente hacía que la vida nos sonriera.
Así, tras pasarla a buscar por su domicilio, (Nota de Redacción: Si, niños, en aquellas épocas no había Uber, los chicos íbamos a buscar a las chicas por sus casas, nos hacían pasar, conocíamos a sus padres, etc.), nos dirigimos a la cita, Palacio Legislativo, pasado el mediodía.
En rigor, el entorno que encontramos no era el más halagüeño. Recordemos que por entonces no existía la horrorosa Plaza 1° de Mayo, y esas áreas eran así mucho más amplias que en la actualidad, lo que hacía que el puñado de personas que se arremolinaban en torno al escenario resultara aún más pequeño, más escaso.
Por suerte, la historia es conocida, y poco después en forma casi cinematográfica fueron llegando a la cita importantes columnas, en demostración de una gimnasia organizativa que nos era totalmente ajena, mientras a su vez de todos lados confluían grupos de personas que dejaron pequeña la zona que minutos antes parecía inmensa. Cálculos de la época situaron la concurrencia en unas 150.000 personas, lo que pudo haber sido posible a la luz de la experiencia actual, en tanto recorrimos toda la zona y las columnas de público se extendían por General Flores casi hasta la entonces Terminal Goes.
Así, se constituyó entonces en el primer acto de masas realizado por la oposición a la dictadura, ya que anteriormente las tímidas expresiones en el 80 y 82 se limitaron a locales cerrados, o eventos muy puntuales y acotados.
En este caso, en cambio, el mensaje cívico era incontrastable, y la convocatoria del incipiente Plenario Intersindical de Trabajadores y la totalidad de los sectores políticos democráticos había conseguido reunir una marea humana que, con una sola voz, se había expresado reclamando el fin de la dictadura, lo que encerraba además un mensaje muy potente, a pocos días del inicio de las negociaciones en el Parque Hotel entre el gobierno y los Partidos.
Naturalmente, creo que ninguno de nosotros por entonces tenía consciencia de estar participando en un hecho histórico, pero sabíamos que era importante nuestra presencia y compromiso allí, y que el bien perseguido bien valía soportar una sobredosis del Grupo Jarcha, los Quilapayún y demás modalidades de discursos con guitarra con que la organización del acto nos obsequió por el (como siempre) desastroso sistema de amplificación, gracias al cual tampoco pudimos escuchar cabalmente el kilométrico discurso.
No era lo que importaba, realmente… Lo trascendente era demostrar y demostrarnos que no estábamos solos, que no éramos cuatro gatos locos sino muchos, la mayoría, que todos estábamos en la misma, persiguiendo la misma meta, así como dar a conocer las incipientes estructuras que por entonces nacían a la vida pública, que entre otras cosas dejaron millares de volantes como testimonio de militancia en las calles adyacentes, imagino que para desesperación de los barrenderos y recolectores horas después. (Nota de Redacción: Si niños, antes la ciudad se barría y se recogían los residuos diariamente)
Todo concluye al fin…
Casi todo lo demás es historia conocida, en lo que hace a las grandes temáticas nacionales. Se recuperó la Democracia, y por unos cuantos años la concurrencia a los actos del 1° de Mayo era casi una obligación sacramental, en procura de dar testimonio y mantener vivo a ese sentimiento de unidad democrática que se había establecido hace 40 años.
No obstante, las cosas empezaron a cambiar rápidamente. El incipiente PIT que se presentaba como una renovación se unificó con la vieja CNT, y ya en el Primer Congreso del 85 la “vieja guardia” volvió por sus fueros, tirando a un lado a gran parte de los renovadores. Asimismo, se mantuvo el espíritu de “nosotros los buenos” contra “ellos los malos”, pero sustituyendo como tales a los militares por los titulares de los sucesivos gobiernos democráticamente electos.
En esa línea, claro, primero caímos los colorados, pero rápidamente les tocó a los blancos, y más tarde a todo el que no estuviera en un 100 % alineado con la línea de la conducción sindical, y de esa forma la concurrencia a los actos pasó a ser, para nosotros, apenas un acto social, que se hacía para encontrarse con conocidos, comer choripán y pasar el rato, en un día en que no había nada más para hacer, ni siquiera mirar TV. (Nota de Redacción: Si niños, en esa época no había streaming, cable ni DVDs, apenas surgían los VHS y solo teníamos 4 canales, por suerte ya en color. Si, también hubo una época en que eran en blanco y negro).
Por todo eso, aquellos actos multitudinarios con los que se identificaba la inmensa mayoría de la ciudadanía pasaron a ser apenas encuentros de unos pocos miles, a los que aquella explanada de hace 40 años que desapareció bajo el aluvión de gente, hoy acotada a unos 3.000 metros cuadrados, les queda enorme.
No obstante, en su mundo paralelo no se han percatado de ello, y por eso hoy, cuando se cumplen 40 años de ese histórico acto de reivindicación democrático, que significara un importante clavo en la tapa del ataúd de la dictadura, la convocatoria al acto se centra en el 50 aniversario del acto de 1973, y la huelga general de junio “contra el golpe de Estado”, reivindicando así derrotas y enfrentamiento, en lugar de victorias y unidad.
Será que para algunos la adolescencia es eterna, y siempre hay que tener un malo enfrente para poder sentirse bueno. Tal vez les hubiera servido, como a un servidor hace 40 años, haber conocido esa estación terrible, que aún no tenía nombre pero ha sido siempre un infierno en la tierra y que hoy conocemos como friendzone, pero esa es otra historia, que no viene al caso, porque, sabido es, nostalgias eran las de antes!