Por Graziano Pascale
Los problemas de los políticos no son los problemas de los votantes. Los problemas de los sindicalistas no son los problemas de los trabajadores. Y así podríamos seguir con otros ejemplos, para demostrar que las redes sociales están dando una perspectiva inédita, pero también incómoda, a la vida social.
Desde los que pueden expresarse con apego estricto a las reglas de la sintaxis y la ortografía, hasta quienes lo hacen dejando en evidencia los estragos que ha hecho el sistema educativo en el campo de la escritura, sobre todo de la gente más pobre, todos hoy podemos expresar nuestras opiniones sobre los temas que nos importan, sin pedir permiso a nadie.
Y al hacerlo -incluso aquellos que desde el anonimato buscan ensuciar o silenciar el debate público- entre todos vamos dibujando el nuevo mapa de la sociedad, y de los problemas reales de las personas.
El ejemplo de la «Tenencia Compartida»
Bastó que un grupo de padres y abuelos, jaqueados por un sistema judicial atrapado por la «ideología de género», decidiera salir a pintar paredes y a escribir en las redes sociales para que el sistema político atendiera su drama sin fin, para que finalmente se aprobara la ley que permite la reunificación familiar.
Este solo ejemplo debería servir para ilustrar el cambio que las redes sociales y el compromiso de ciudadanos anónimos con una causa concreta puede lograr.
Una batalla que parecía condenada al fracaso, en medio de una selva de «organizaciones sociales» financiadas con dineros públicos para imponer en ma sociedad una ideología como punta de lanza de una organización política, terminó con un resultado inesperado.
El desenlace ha sido sorprendente, incluso para quienes seguimos desde hace décadas el día a día de la política, y hemos visto cómo una militancia organizada, que tiene a su servicio desde los aparatos sindicales hasta medios de comunicación caídos en su órbita, ha logrados imponer leyes y procedimientos judiciales en favor de su ideología política.
La «Coalición Republicana» desafía a las élites
Aunque difieran en sus objetivos, las élites se comportan de un modo similar en todos los ámbitos en los que actúan. Partiendo desde una legitimación de origen, basada en la representación de los grupos cuya voz pretenden reflejar, las élites van adquiriendo vida propia, hasta confundir los intereses propios con aquellos que se supone deben defender.
De ese modo, terminan desvirtuando el mecanismo de la representación, y siembran en la sociedad la desconfianza y el descreimiento respecto del sistema representativo, base de la democracia moderna.
Esto es lo que está sucediendo con el movimiento ciudadano en favor de la Coalición Republicana como corriente política por sobre los partidos que la integran. Sus votantes, o al menos una parte de ellos con marcado interés en los temas políticos, se está expresando desde las redes sociales en favor de una comparecencia electoral con un lema único, que cobije a todos los partidos que hoy la integran.
El silencio de los líderes actuales, del que se hacen eco los medios tradicionales -si se admite la irónica imagen de un silencio con eco-, no hace más que reflejar ese divorcio entre la gente común y quienes dicen representarla.
El error que están cometiendo, aunque suene paradojal, puede terminar siendo un servicio para la renovación de la democracia, si prospera la iniciativa que parece insinuarse entre los promotores de la misma que el pasado 1o de junio publicaron en redes bajo el título «Llegó la hora de la Coalición Republicana».
Son éstos días de reflexión. Quizás estemos, desde las redes, dando los primeros pasos para un cambio de época en la política uruguaya.