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Contraviento

El abandono de Montevideo

2 agosto, 2023
El abandono de Montevideo

Escribe Graziano Pascale

Advertencia al lector: el título de esta columna puede ser engañoso, por su ambigüedad. Es verdad que Montevideo está abandonada a su suerte hace años, en todos los ámbitos en los que la Intendencia está obligada a actuar. Pero este artículo no se centra en ese tema, sino en el abandono de la capital del país por parte de la Coalición Republicana, que parece haber aceptado resignadamente -sin que sus votantes estén de acuerdo con esa postura- un acuerdo no escrito de reparto de poder en el Uruguay.

La reforma electoral de 1996 que introdujo el balotaje dejó incambiado el sistema para elegir a los Intendentes, aunque lo separó en el tiempo de la elección nacional, y limitó a tres la cantidad de candidatos que cada partido puede presentar a la elección. El crecimiento electoral del Frente Amplio, ya evidente hace un cuarto de siglo, fue la luz de alarma que se encendió en el tablero de mando del sistema político, hasta entonces controlado por las dos colectividades tradicionales. El balotaje tenía el claro propósito de impedir el triunfo del Frente Amplio a nivel nacional, aunque la fórmula elegida significó «pan para hoy y hambre para mañana» (lo cual era totalmente previsible incluso en aquel momento). A su vez, la separación en el tiempo de las eleciones departamentales buscaba neutralizar el «efecto arrastre» del voto al Frente Amplio en los departamentos del interior, que de todos modos ocurrió en varios departamentos como Canelones, Rocha, Maldonado, Treinta y Tres, Artigas, Salto, Paysandú y Florida.

No haber trasladado también a las Intendencias el sistema de doble vuelta, para que el Intendente, al igual que el Presidente de la República, fuera elegido por mayoría absoluta, implicaba de hecho que los partidos fundacionales daban por «perdido» Montevideo, ya que la mayoría relativa del Frente Amplio había llegado para quedarse, y sólo podría ser enfrentada con ciertas posibilidades de éxito con reglas electorales diferentes. Debieron pasar cinco elecciones para que los partidos fundacionales, a regañadientes, aceptaran lo obvio: sólo tendrían chances de competir en pie de igualdad con el Frente Amplio en Montevideo si concurrían a las urnas bajo un lema común. Lo hicieron en el año 2015 con el «Partido de la Concertación», en el que los partidos fundacionales pusieron dos candidatos testimoniales y el empresario Edgardo Novick asumió el mayor peso de la campaña. La experiencia no pudo reiterarse cinco años después, porque sus promotores no fueron capaces ni siquiera de recoger los votos mínimos para cumplir con el requisito de integrar la Convención que debe proclamar los candidatos.

Agotado ese camino, la flamante «Coalición Multicolor», que había derrotado al Frente Amplio de la mano de Luis Lacalle Pou, optó por usar como lema único el del Partido Independiente para pugnar por la Intendencia de Montevideo, pero en una decisión incomprensible decidió no permitir la pluralidad de candidatos (la ley permite hasta tres) y optó por una candidatura única, escogiendo como era obvio a alguien propuesto por el partido mayor de la coalición victoriosa: la economista Laura Raffo, hasta ese momento sin actuación política en el Partido Nacional.

La buena votación obtenida, y el trabajo realizado en pocos meses de cara a la elección departamental (postergada algunos meses por la pandemia), alentaron la expectativa de que Raffo volviera a competir por la Intendencia, tras cinco años de estar al frente de la oposición, profundizando su conocimiento de Montevideo y de las propuestas programáticas que su equipo proyectaría para ganar la Intendencia más importante del país. Nada de eso ocurrió, y, al igual que hizo Novick cinco años antes, Laura Raffo usó su campaña montevideana para proyectarse a nivel nacional, dejando en sus votantes -tanto los nacionalistas como los de los otros partidos que la respaldaron- la sensación de un nuevo fracaso.

Así las cosas, Montevideo sigue siendo la gran olvidada de la Coalición Republicana, que se está embarcando ya en la campaña electoral del próximo año sin tener un esbozo de camino para recorrer en el principal distrito electoral del país.

La propuesta del Partido Independiente

Asumido ahora que el bloque electoral de la Coalición Republicana no tiene chance alguna si se presenta dividido en Montevideo, sus líderes están buscando los caminos para el objetivo del lema común. Enfrentan el obstáculo de la carencia del instrumento, habida cuenta que algunos de los socios no aceptarían comparecer nuevamente bajo el lema del Partido Independiente, y, menos aún, reeditando la experiencia del «candidato único», que hasta ahora sólo ha servido para proyectar una figura al ámbito nacional.

El Partido Independiente parece haber tomado la iniciativa en ese sentido, trasladando la inquietud tanto al Partido Nacional como al Partido Colorado. Pero en lugar de plantear lo obvio -esto es, un lema común para toda la Coalición, lo cual permitirá escoger su candidato presidencial en una única elección interna-, busca crear un lema común sólo para las elecciones departamentales, lo cual trae más inconvientes que ventajas.

Es obvio que la desventaja que apareja la falta de un lema común para la Coalición Republicana sólo es real en los departamentos de Montevideo, Canelones y Salto, donde su división -especialmente en este último caso- ha determinado la victoria de los candidatos frenteamplistas. En el resto del país, en gran parte por la hegemonía de uno de los partidos (el Colorado en Rivera, y el Nacional en el resto de los departamentos), ese «problema» no se plantea. Y donde pudo existir, como San José por ejemplo, los propios liderazgos locales acordaron mecanismos para que las Intendencias no fueran conquistadas por el adversario común.

En paralelo, medio centenar de ciudadanos han lanzado la propuesta de crear el lema «Coalición Republicana» a nivel nacional, que serviriía para albergar a la coalición tanto en lo nacional como en lo departamental. Esta idea presenta claras ventajas sobre la anterior, ya que permite salvar el escollo que supone que un candidato de un partido no puede comparecer por otro en el mismo ciclo electoral. Además, evitaría la»batalla campal» de todos contra todos en las elecciones internas, y acotaría la competencia dentro de un solo lema, lo cual genera más cohesión interna y un compromiso más fuerte entre los coaligados tanto en la primera como en la segunda vuelta.

La ausencia del «tema Montevideo» en la agenda de la Coalición Republicana implica, como decíamos antes, dar por perdida esa batalla, asumiendo que en el país existe una especie de «bicefalía política», como a principios del siglo XX. Las fallidas experiencias del «Partido de la Concertación» (que de hecho funcionó como un partido municipal), y la del uso del lema Partido Indpendiente sólo para lanzar a Laura Raffo como figura nacional, abandonando Montevideo, son dos heridas que aún no han cicatrizado en los votantes.

Por último, abandonar el escenario electoral de Montevideo y Canelones, donde se asienta la mayor parte de la población del país y de los votantes del Frente Amplio, trae consigo también el riesgo de perder el gobierno nacional, que en el último balotaje la Coalición Republicana pudo ganar por un margen muy estrecho (37.000 votos), luego de haber superado en la primera vuelta al Frente Amplio por más de 340.000 votos.

Esa desidia, fruto amargo del derrotismo, se nutre también del desinterés que manifiestan los diputados de la Coalición Republicana electos por Montevideo que, a diferencia de sus pares del resto de los departamentos que sí abogan por los intereses locales, optan por eludir sus responsabilidades con el distrito electoral por el cual fueron elegidos.

Los montevideanos no merecen que la Coalición Republicana privilegie sus equilibrios internos antes que la imperiosa necesidad de dar por concluida la larga etapa de 35 años del Frente Amplio gobernando la capital del país, desde la cual ha extendido su influencia al resto del Uruguay.

Hay, por tanto, dos «Montevideos olvidados». Cada uno debería hacese cargo de su propio olvido.