Por Graziano Pascale
En el año 1947, la recién creada Organización de las Naciones Unidas debatía el futuro del territorio palestino, puesto bajo mandato británico por la entonces Sociedad de las Naciones en el año 1922. Ese territorio formaba parte del Imperio Otomano, desmembrado tras su derrota al término de la Primera Guerra Mundial. Se presentaron entonces dos propuestas: la creación de un estado federal binacional, y la partición del territorio en dos estados -uno judío y otro árabe- y un estatuto especial para Jerusalén.
Le correspondió al entonces embajador uruguayo en la ONU, Enrique Rodríguez Fabregat, liderar la posición favorable a la creación de dos estados independientes, que permitía que cientos de miles de judíos que habían sobrevivido al genocidio perpretrado por el nazismo pudieran tener un Estado propio. Reunida en sesión especial el 29 de noviembre, la Asamblea General aprobó con el voto favorable de 33 estados miembros – entre los cuales Estados Unidos, la Unión Soviética y la mayoría de los miembros latinoamericanos- la posición que impulsaba Uruguay, mientras que en contra votaron 13 – entre ellos todos los Estados árabes- y 10 miembros se abstuvieron.
Al día siguiente de la creación del Estado de Israel, una alianza de países árabes compuesta por Líbano, Siria, Transjordania, Irak y Egipto, desconformes con el plan de la ONU le declararon la guerra a Israel. La misma se prolongó por espacio de 15 meses, al cabo de los cuales Israel anexionó parte del territorio bajo mandato británico, mientras que Egipto ocupó la zona de Gaza, y Transjordania hizo lo propio con Cisjordania y Jerusalén, refundando el país con el nombre de Jordania. Ambos territorios estaban destinados a la creación del nuevo Estado árabe-palestino en la zona.
Las guerras
Las hostilidades entre Israel y sus vecinos se mantuvieron en los años siguientes, alentadas ahora por los efectos de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Pero en junio de 1967 la tensión llegó a su pico máximo cuando Israel atacó a Egipto en represalia por el cierre del estrecho de Tirán, en el Sinaí, considerado vital para sus intereses marítimos. Una coalición de Egipto, Irak, Jordania y Siria enfrentó entonces a Israel, en una guerra que se prolongó por seis días, y culminó el 10 de junio de 1967. Como consecuencia de la guerra Israel se anexionó la península del Sinaí, la franja de Gaza, Judea y los Altos del Golán.
La precaria paz se rompió seis años después, cuando la misma coalición de países árabes lanzó en coincidencia con el día del Yom Kippur -fiesta sagrada de la religión judía- un ataque por sorpresa. Las hostilidades se prolongaron por algunas semanas, pero no alteraron mayormente la situación de los territorios resultante de la guerra anterior, aunque generó las condiciones para que en 1980 se firmara un acuerdo de paz entre Egipto e Israel, por el cual Egipto recuperaba la península del Sinaí.
La invasión del pasado 6 de octubre ocurrió exactamente medio siglo después de la última guerra, pero esta vez el enfrentamiento ocurre entre Israel y organizaciones no estatales, de carácter terrorista, que presumiblemente reciben apoyo económico, logístico y militar de potencias de la zona.
En este escenario, signado por las atrocidades cometidas por los atacantes contra civiles indefensos, resulta oportuno recordar el compromiso histórico de Uruguay con la creación del Estado de Israel, y, por ende, de su supervivencia, especialmente porque sus enemigos son movidos por la voluntad de hacer desaparecer ese Estado del concierto de las naciones.
La imposibilidad de unir a todas las fuerzas políticas del país expresadas en el Senado de la República, detrás de una declaración que ratificara ese compromiso histórico del Uruguay, es una pésima señal. Aunque oficialmente el gobierno ha mantenido la postura tradicional del país en esta crisis, la magnitud de la misma, y el hecho de que miles de uruguayos -algunos viviendo en Israel o con familiares allí- viven con angustia este momento, obligaba a que la expresión política del país se manifestara con una sola voz.
No ocurrió así, y una fuerza política que representa al 40% de la sociedad -el Frente Amplio- no acompañó el sentir de la mayoría. Es un error gravísimo, fruto de alineamientos políticos e ideológicos con fuerzas que no representan en su conjunto los ideales de libertad política, democracia, república y laicidad, que son las columnas vertebrales de la institucionalidad uruguaya.
Frente a amenazas externas, una nación debe dejar de lado sus conflictos políticos internos, y encontrar los puntos de acuerdo. No haberlo hecho en esta ocasión es imperdonable.