Por Graziano Pascale
Tanto las PASO -las elecciones internas de los partidos argentinos- como la primera vuelta del pasado domingo 22, pueden ser vistas como una especie de «interna» de la oposición, que en ambas circunstancias marcó la primacía del advenedizo Javier Milei, así como un respaldo claramente mayoritario a los partidos de la oposición.
En un país medianamente normal, es previsible que los electores mantengan su intención de voto en un período tan corto de tiempo, sin que hechos supervinientes e inesperados puedan influir sobre esa voluntad claramente expresada, inclinándola en un sentido contrario al ya manifestado.
Se podría agregar algo más. Si la oposición hubiera acrodado un mecanismo para elegir un candidato único que la representara en estas elecciones, el triunfo de quien hubiera resultado elegido ya quedaba consagrado en la primera vuelta, por una mayoría aplastante.
Si ello no ocurrió, se debe seguramente a las mismas razones por las que hoy existe alguna posibilidad de que resulte elegido como presidente argentino quien está al frente de la economía del país en uno de los peores momentos que se recuerden de la historia reciente. Y esas razones hay que buscarlas en lugares alejados de los espacios iluminados del escenario político, donde se tejen alianzas inconfesables y se canejean bienes públicos y privados con total impunidad.
El peronismo, casa matriz del kirchnerismo, que es su versión más sórdida, si eso fuera posible, se ha caracterizado en los últimos 80 años de historia argentina por dominar todos los ámbitos de la vida nacional. Pero en su actual versión le ha agregado un componente bastante novedoso, que es el de financiar no sólo a su propia clientela electoral, sino también a alguna ajena, que termina funcionando como una franquicia con marca propia. O, si se prefiere, como una «segunda marca» propia para impedir que la competencia pueda afianzarse en el mercado.
Su actual candidato, Sergio Massa, tenía todas las credenciales para asumir ese rol. El plan resultó tan astuto como previsible. La idea central -y que está en plena ejecución- consistía en lanzar al ruedo a un «outsider» desde la plataforma de los canales de televisión siempre bajo la larga y ominosa sombra del gobierno, para poner una «cuña» en filas opositoras, y generar dentro de ella una división.
Javier Milei reunía todos los requisitos: un discurso agresivo, una personalidad irascible, propuestas extremas y polémicas, y un apoyo importante en sectores jóvenes de votantes, alejados del «promedio», y por esa razón incapaces de generar un movimiento mayoritario. Bastaba eso para neutralizar a la oposición más articulada. Pero, por las dudas, también Massa había injertado posibles aliados dentro de ese otro sector. De modo que así lograba cubrir todo el espectro posibile de la oposición, generando puentes con todos ellos, que le resultarían decisivos en una segunda vuelta.
Quizás podría haber funcionado si los números de la economía hubieran mejorado en el último año. Pero no fue así. Massa exprimió al máximo el poderoso aparato político-sindical, utilizó de un modo descarado los recursos del Estado para «sobornar» a los votantes, y ni siquiera así pudo llegar a emparejar la suma de los votos opositores. La distancia que ahora lo separa de la mayoría absoluta en la segunda vuelta es casi indescontable, en la medida en que carece de aliados claros que puedan ir en su auxilio, más allá de algunos dirigentes de la esmirriada Unión Cívica Radical, que dependen aún desde sus provincias del auxilio del gobierno central.
El ingreso de Mauricio Macri en la carrera electoral supone la irrupción del único «peso pesado» de la política argentina que no había figurado en las listas ni había ocupado lugares de destaque en la campaña. Su decisivo impulso al acuerdo entre Milei y Patricia Bullrich, con el consiguiente compromiso programático y el ingreso de figuras de su entorno al eventual gobierno de Milei, pueden neutralizar los esfuerzos de Massa para seducir, uno por uno, a pequeños caudillos regionales, que aún así no podrían asegurar los votos que necesita para ser elegido presidente.
Mención aparte para el ex gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, que con su expresivo 7% de votos a nivel nacional, pero su segundo lugar en las preferencias en su propia provincia, escoltando a Milei, puede hacer de su caudal electoral y de su provincia la llave que finalmente le abra las puertas del gobierno a Javier Milei.
Si la lógica política aún no ha dejado de existir en Argentina, es casi imposible que el jefe de una economía colapasada sea elegido para solucionar lo que él mismo creó, y no pudo remediar, durante su gestión como ministro de Economía.
Pero la última sorpresa argentina podría ser que, al final del camino, el colapso económico y moral arrasó también con la última esperanza.