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Contraviento

No fue un balotaje, fue un plebiscito

21 noviembre, 2023

Desde el domingo a la noche han recrudecido los viejos hábitos del peronismo, que, como todos los acólitos del Foro de Sao Paulo, sólo cree en la democracia cuando gana

 

Si bien su discurso estuvo disfrazado de una aceptación democrática de derrota, causó estupor en muchos la afirmación de Sergio Massa del domingo, que sostuvo que todo lo que ocurriese en la economía a partir de ayer era responsabilidad de Javier Milei. Como eso es constitucional y prácticamente imposible, quedó expuesta su intención de arrojar sobre el nuevo gobierno las culpas de las improvisaciones e ineptitudes de los 4 años de gestión kirchnerista, agravadas hasta la irreflexión por el ministro candidato durante su gestión en el ministerio de Economía, materia que evidentemente no domina. Ayer el equipo del presidente electo lo refutó duramente, para no caer en la trampa.

El supuesto fogueado político (la prensa argentina es experta en adjetivar políticos experimentados, ministros de la Corte destacados juristas, oradoras eximias y por el estilo) también patinó cuando cayó en la irresponsabilidad de decir que en ese momento se terminaba una etapa de su carrera, lo que dejó abierta la duda sobre la declamada vocación a la transición. Un párvulo de primaria sabe que supeditar su continuidad y todo el proceso de transición a las decisiones de Alberto Fernández es el mejor camino para garantizar la nada misma. Una irresponsabilidad de marca mayor. El presidente electo solamente perderá su tiempo en esa reunión, que debería durar 15 minutos.

Un grosero desliz

Ambos temas constituyeron un grosero desliz en alguien que pretendía hasta un momento antes ofrecerse como la solución a los problemas que él mismo había colaborado a crear tan eficazmente.

En cambio Massa estuvo pícaro en pronunciar su discurso antes de conocerse las cifras del escrutinio provisorio. Aunque tan pronto se anunció el apresurado reconocimiento, un chiquilín de primaria también pudo adivinar que la decisión intentaba disimular su contundente, abrumador fracaso en la elección.

Debe abandonarse toda creencia de que la transición de que habla el ministro consista en algo más que mostrar a los nuevos funcionarios dónde están las tazas de café y la heladera en cada repartición. Jamás el gobierno derrotado aceptará, ni implícita ni explícitamente, los efectos que lega a la sociedad su política irreflexiva, precaria y populista, ni siquiera brindará ningún dato que sirva para tener una idea de los compromisos o problemas futuros. Ni de las deudas ocultas.

En este tema el ministro hace honor a su prestigio de mentiroso serial que ha cimentado en todo el sistema político argentino.

Plebiscito

Pero el aspecto más grave de su discurso fue cuando explicó que continuará defendiendo las premisas que llevaron al país a su estado de quiebra, con total desprecio por el hecho de que el electorado acababa de rechazarlas lapidariamente. Porque más que una segunda vuelta lo que hubo fue un plebiscito donde se rechazó claramente ese discurso de repartija de derechos imposibles de garantizar que llevó a la emisión ignorante e irresponsable de moneda, lo que condujo a una inflación que todavía no ha culminado, a un apoderamiento de dólares de privados, y a un control de cambios destructor de producción, trabajo y crecimiento. Y la gran mayoría de quienes lo rechazaron no eran ricos, exactamente.

Al haber frenado los efectos de semejante política con controles, amenazas, venta de dólares baratos y manipulación de los distintos mercados, era obvio que en cuanto ese accionar suicida se detuviese los precios tenderían a recuperar su valor relativo, efecto que ahora se trata de endilgar al nuevo gobierno, en una línea similar a la utilizada durante la campaña, que además agravó la carga sobre el déficit al extremo.

Alfombrando el camino de la subversión

Hay otra intención encubierta. El peronismo cuando es derrotado reacciona con subversiones callejeras, laborales y piqueteras extremistas. Al no reconocer que la población ha elegido un camino opuesto al suyo, Massa está alfombrando ideológicamente el camino de esa subversión, que ya se vio durante el gobierno de Macri, y que ahora amenaza con ser peor, bajo la consigna interna del kirchnerismo de poner obstáculos hasta que el nuevo gobierno tenga que renunciar “a los dos años”.

Como otras veces en la historia, esa subversión callejera y laboral es un recurso válido para el movimiento justicialista, que nunca acepta la democracia cuando le toca perder. Sin quererlo, o acaso queriéndolo, Massa agita esa bandera. La famosa gobernabilidad que supuestamente garantiza el peronismo es una especie de pax romana deforme, que sólo es posible con la sumisión del oponente y su rendición incondicional.

Es de celebrar que el ministro haya revisado su posición con más calma y tenga el coraje y seriedad de permanecer en su puesto hasta el 9 de diciembre, ya que no tuvo la dignidad de renunciar cuando fue designado candidato, aunque habrá que ver si no intentará mantener su fábula en esas tres semanas.

Empieza un duro camino para el gobierno y la sociedad argentina. No debería agregársele al problema 14 toneladas de piedras.