Por Elena Jenado
Como la mayoría de los uruguayos, yo también esperé tachando en el almanaque los días que faltaban para salir de vacaciones.
Honestamente mis aspiraciones eran escasas, humildes, poquitas, porque si algo tenemos los, las y les uruguayos de bien, es querer pasar desapercibidos, tranquilos, y sin grandes emociones.
Lunes 8 de Enero – 9:00am – Salida desde La Montevideo con destino a Punta Negra.
La carretera desierta, propio de fechas en las que ya mermó el tráfico por las fiestas, Reyes y el inicio de la quincena, anunciaba lo que sería un verdadero disfrute. Nada más lindo que ir despacito ¿verdad?, contemplando el paisaje al son de la chica Wise, recitando casi agitada: “Radar más adelante”, “En 200 mts, radar”, “Radar más adelante”, “Puesto de policía a 400 mts”, “Radar en 10mts”, “Conduzca con precaución”.
Primera experiencia paranormal
A pesar del andar cansino del auto y la paz del camino, una sensación extraña se apoderó de mí en el momento en que cruzaba el límite Montevideo-Canelones.
Querría describirla con fidelidad, pero me es francamente difícil: como si el cuerpo y el alma se me hubieran separado, envuelta en un estado confusional, se me reveló lo que fue una experiencia paranormal.
Para que pueda comprenderse: mientras el auto avanzaba, el tiempo cinchaba para atrás. Cruzar el límite de La Montevideo, me transportó del 2026 al 2024 (que como supe después, es el año en que vive resto del país).
Yo que siempre fui escéptica respecto de los eventos paranormales, de los para normales y de los para anormales, sentí la ambivalencia más impactante de mi vida: desasosiego, mareos, vómitos, miedo, mucho miedo, mezclado con una sobre exaltación del espíritu y un deseo irrefrenable de festejar, festejar, y seguir festejando, al son de Larbanois & Carrero, Los Olimareños, de temas como el Violín de Veccio (o el de Viglietti), y de la alegría infinita de Fernando Cabrera, que bien podría pasar por carioca.
Las noches en Punta Negra: otra experiencia paranormal
Confieso que para mí (montevideana), pasar las vacaciones en un tiempo pasado puede haberme desorientado, trastocado, pero no por eso perdí el juicio ni el sentido de realidad.
Eso fue así hasta que comenzaron a transcurrir las noches en Black Tip (como me gusta decirle para ahuyentar el resentimiento, ese que tenemos impregnado los uruguayos promedio).
Aproximadamente a una cuadra, en medio de la oscuridad, un cúmulo de lucecitas anaranjadas que se movían alineadas de este a oeste, se detenían unos segundo, volvían a moverse en ese mismo sentido para volver a detenerse otros segundos, y así hasta perderse, me infundieron natural inquietud.
Traté de no pensar más en eso para no atormentarme, pero lo cierto es que la segunda noche, la misma escena se presentó ante mis ojos, a la misma hora. Opté por quedarme quietita como gurí cagado, sin respirar siquiera hasta no ver desaparecer esas luces del mal.
De haber estado en el Cerro Uritorco, hubiera estado más prevenida respecto de estos eventos, pero en Maldonado, en Black Tip, ese movimiento de luces desplazándose en por la misma línea a la misma hora, me eran inéditas absolutamente.
El pánico se apoderó de mí, y no pude más que salir despavorida de la casa, agitando en alto las manos al grito desesperado de: “Ayudaaa!! Las luces otra vez!! Ayudaaa!”
A partir de allí no recuerdo nada más.
El retorno
Al parecer, estuve internada tres días en un nosocomio de Maldonado, departamento que escuché será en el futuro próximo (quizá por el 2026 de los fernandinos) la próxima capital de la República del Interior.
Creo que me trataron bien. Me inyectaron un par de dosis de un somnífero cuyo nombre no recuerdo, y cuando desperté me tranquilizaron con un cuento que no creí, pero que me traigo de recuerdo de las vacaciones: el Dr. Lokoty y los enfermeros me dijeron que esas luces son las del camión de la basura, que aún en la desolada Punta Negra pasa todas las noches los días a la misma hora, seguido del que limpia los contenedores una vez vaciados.
Ya estoy en casa, y me sigo riendo a carcajadas con el cuento inocente de Lokoty y los enfermeros (propio de la gente del interior que obviamente tiene otra cultura pero que hay que respetar)
Mirá si el camión de la basura…
En fin… Gracias a dios ya estoy de vuelta en La Montevideo rodeada de mis balizas de alquiler, mis graffitis, mi basura, mi pintura verde, y ese olor envolvente a orín y porro en cada esquina que me hace sentir en casa.