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Ser un país caro es un lujo que Uruguay no se puede dar

6 febrero, 2024

 

Un país debe ser primero competitivo, creativo, prudente en sus impuestos y gastos. Luego de llegar al éxito, tal vez pueda permitirse ser caro. Al revés no suele funcionar

 

En la semana se difundieron en medios internacionales algunas notas, de prestigiosos economistas locales, donde se sostiene la conveniencia para Uruguay de firmar tratados de libre comercio con Estados Unidos, como la mejor forma de exportar y de abrazar la libertad de mercados que es imprescindible para el desarrollo y el crecimiento.

La columna ya ha analizado este punto en el pasado, pero como es evidente que no lo ha hecho con suficientes argumentos o demasiado poder de convicción, parece importante repasar algunos conceptos.

Como punto de partida, cabe señalar que la libertad o apertura de mercados o de comercio, no se adquiere firmando un tratado con nadie. El tratado es un invento estatal, que trata de suavizar o negociar los recargos que ha puesto en el pasado y que encarecen el costo de vida de sus ciudadanos, con otro estado externo que trata de hacer lo mismo.

La apertura comercial no se consigue firmando tratados

La libertad de mercados se consigue eliminando los recargos aduaneros y no aduaneros, y cualquier artilugio que impida exportar los bienes que se producen localmente, partiendo de los impuestos, que son el mayor recargo que se puede concebir. Seguido muy de cerca por las leyes que traban o condicionan la libertad de contratación de los trabajadores.

Este criterio es válido exista o no reciprocidad de otros países. Todo concepto proteccionista, lo aplique quien fuere, no sólo se opone a la libertad de mercados y de comerciar, sino que daña directamente el bolsillo del consumidor, que suele ser deliberadamente esquilmado por los regímenes estatistas, prebendaristas y supuestamente defensores de la industria local. No importa el tamaño de la economía. Como alguna vez sostuviera un premio Nobel, curiosamente no austríaco sino keynesiano “si alguien se empeña en regalarnos sus productos, no hay razón para no aceptarlos”. Un pensamiento extremo sin embargo muy difícil de contradecir.

En cuanto a la supuesta contribución de los “protegidos” a la generación de empleo, si se creyese en sus declaraciones estaría faltando mano de obra en el mundo, que no es el caso.

La firma de tratados es un invento burocrático inútil más

De modo que la bandera de la firma de tratados es una tarea burocrática de las muchas que se fabrican. Esto es particularmente cierto en la actualidad, donde el tratado de libre comercio no es tal cosa. El mismísimo NAFTA, un logro personal de Bill Clinton por el que tanto tuvo que luchar, ha sido hoy limitado y castrado, dejando a los dos firmantes menores condenados a seguir atados a él, no demasiado diferente al Mercosur, un paradigma proteccionista que lesiona la soberanía y de donde cada vez es más difícil escapar’

Los seudo tratados (poquísimos, de todos modos) que está dispuesto a firmar Estados Unidos en la actualidad, son rendiciones incondicionales a su proteccionismo de las industrias obsoletas o prebendarias, que dudosamente sería inteligente firmar, tanto en lo técnico, como en la libertad, como en el patriotismo, con perdón. Además de condenar a los países desesperados que los firman a la ineficiencia de cuanta estupidez woke se le pasa por la cabeza a los grandes davistas americanos, para no hablar de los europeos, enemigos de todo lo que produce Uruguay, temerosos de su competencia y con el afán de destruir aún sus avances tecnológicos con excusas que cada cinco años prueban ser erróneas, como fue la destrucción del sistema de las usinas atómicas, una estupidez con costos infinitos, no solo económicos.

Exportar siempre ha sido tarea de los privados

Exportar, como siempre lo ha sido, es una tarea de los privados, el estado nada tiene que hacer negociando nada, porque nunca querrá resignar su función de encarecerlo todo. Justamente con las barreras proteccionistas tanto en los bienes que se importan como en los insumos de lo que se produce, como en los impuestos que destruyen cualquier intento de eficiencia, más su vocación de encarecer los costos laborales y de impedir la mismísima generación de empleo, es el culpable mayor de la falta de libertad de mercados. Mal podría ser el paladín de la libertad en la que no cree y que ha colaborado a conculcar.

No se incluye aquí el prebendarismo y la corrupción contenida en el concepto proteccionista. Los grandes beneficiarios de esa teoría, ladrones públicos en la mayoría de los casos, siempre encontrarán caminos para que esa apertura no ocurra.

La lucha que libra EEUU con China supuestamente por la supremacía en el control del Orden Mundial (tarea a la que la ex gran potencia renunció en 2000 formalmente) y en nombre de evitar que su ahora archienemigo le robe secretos o controle algún aspecto vital para su defensa, le hace presionar a cualquiera que firme un tratado o un acuerdo como el Camino de la Seda, o el TPP, o su sucesor, para que no haga negocios con la potencia asiática o con cualquier otro país importante de su esfera.

Con la excusa de la seguridad interna, EEUU hace proteccionismo alevoso

Con esa práctica, mezcla deliberadamente el concepto de aliado político con el concepto comercial y de competencia. Si alguien exporta a China es amenazado con ser considerado una suerte de traidor al “mundo libre”, para usar una denominación ya sin sentido.

Sin embargo, Estados Unidos no está dispuesto a hacer ningún esfuerzo para compensar a los supuestos aliados que renunciasen a vender a Asia por semejante pérdida. La política de animémonos y vayan que usó Biden para hipotecar a Europa en la guerra de Ucrania, se aplica a todos los aspectos. No le vendan a China, pero yo no les compraré. Las recomendaciones de firmar un tratado con Estados Unidos y hasta de intentar venderle, son resabios del pasado. Sueños que alguna vez se soñaron, pero que hoy bordean la entrega.

En cambio, en vez de perder tiempo firmando tratados que nunca firmará y que si de casualidad firmase serían inútiles, hay mucho que el estado puede hacer para que los productos sean competitivos y para que el medio resulte atractivo a nuevas inversiones, nuevos emprendimientos y nuevas ideas.

La culpa es del tomate y de la rúcula

Justamente una encuesta superficial difundida recientemente perdió la oportunidad de ir al foco del problema, sobre todo gracias al tratamiento precario, malicioso y murguero que le dispensaron algunos medios. La encuesta intentaba -supuestamente- analizar si es cierto que Uruguay es un país caro. Su conclusión más destacada es que los alimentos son caros por los recargos y trabas a la importación de las verduras y el tomate, por ejemplo.

Los medios pusieron entre signos de pregunta el concepto de la carestía de Uruguay, y no faltó el comentario de que el país “es percibido como caro en especial ahora que merced al desastre argentino las cosas son muy baratas allá y entonces por comparación parecen caras”.

Es de esperar que los economistas locales no hayan tomado en serio ni el trabajo en cuestión ni los comentarios periodísticos. La carestía en moneda local siempre es un dato relativo, ya que se altera con la política salarial, las dádivas, la inflación, el endeudamiento, los monopolios del estado, la acción de la planificación central, el populismo y cuanto manoseo se pueda concebir. Y por último, cualquier país es más o menos caro en moneda local según los ingresos de cada uno en la misma moneda.

La pregunta que debe hacerse

La pregunta que debe hacerse es si Uruguay es caro o no en dólares. Y allí no quedan dudas. Y no exactamente en la ensalada, o en el costo de los tallarines al tuco. Es caro porque todos sus factores de producción lo son, y los factores de producción son caros por el proteccionismo, el monopolio, el sistema de ajuste inflacionario automático de todos los precios, la falta de productividad a estos valores, los salarios y costos y gastos del estado, el sistema laboral y sindical,  la canonjía de los empleados públicos, privilegiados también proteccionistas, las prebendas de la importación, los impuestos y cargas que encarecen todo lo que se consume, produce o exporta.

Es caro porque pretende ser capitalista con un esquema y un sueño socialista, que no ha cambiado con este gobierno, que sólo manejó con más prudencia y mesura la cosa pública, pero que no pudo, y nadie parece que podrá, hacer reformas de fondo. En esas condiciones, como ya ha planteado esta columna, el dólar barato y el país caro, es imposible generar más y mejores empleos, más valor agregado.  Al contrario. El desempleo será un problema grave, aunque se disimule con las dádivas y generosidades de los cuasi sistemas de Renta Universal. Aunque se recurra a nuevos impuestos como se sueña, que paliarán por un instante el bache, para empeorar luego.

Un país caro en dólares no crea nuevos empleos ni mejora los existentes, salvo después de ser exitoso

Bastaría ver la composición y cuantificación de los rubros del empleo por actividad para comprender el problema. Nada de lo que ocurre hace pensar que esa situación puede cambiar. Al contrario, el facilismo de inventar nuevos impuestos para cerrar los déficit, alejará a los emprendimientos que se han radicado o intenten radicarse buscando una diferenciación fiscal, única razón de esa decisión.

La toma de deuda en dólares aumenta el problema, no sólo porque empuja el tipo de cambio más hacia abajo, sino porque aunque las tasas sean supuestamente baratas, hay que pagarlas, y eso implica un gasto cuasifiscal que pone presión en el mismo sentido que el resto de los problemas enunciados.

Por supuesto, siempre se puede soñar conque firmando un tratado con Estados Unidos el tema se arregla prontamente. Estados Unidos está desesperado por comprar productos caros de Uruguay. El resto del mundo también.

 

 

 

 

 

 

 

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