Por Graziano Pascale
Eliany (nombre ficticio) se acerca para tomar el pedido del hombre sentado junto a la ventana, desde donde contempla el espectáculo del aguacero de mayo que arrastra calle abajo las hojas de los fresnos. La cafetería está perfumada por el aroma del café recién hecho, que un par de clientes beben mientras revisan sus celulares.
El hombre junto a la ventana alza la vista, y sus ojos parecen iluminarse al escuchar el inconfundible acento cubano de la mesera. El cronista finge seguir escribiendo en su laptop, pero su atención se concentra en la escena que se desarrolla en la mesa contigua. Decide, entonces, abrir el bloc de notas de la computadora, para tomar algunos apuntes del diálogo entre dos cubanos tratando de echar raíces en Montevideo, que luce prometedor.
– De dónde tú eres?
– De La Habana, señor. Y usted?
– De Matanzas. Llegué al Uruguay hace algunos años, y estoy trabajando en el rubro inmobiliario. No me puedo quejar. Me casé con una uruguaya, y tenemos un hijo de dos años. Qué hay de ti?
– Pues yo llegué en enero. Este es mi primer empleo aquí. Me recomendaron dos amigas que habían llegado el año pasado. Son las chicas que están detrás del mostrador, preparando el café y atendiendo la caja.
-Cómo llegaste?
– Como la mayoría de los cubanos que están viniendo al Uruguay: tomé un vuelo a Guyana. En Georgetown nos aguardaba un autobús, según lo habíamos acordado con el coyote -como le llamamos nosotros- que organizó todo. Y así atravesamos la selva hasta llegar a la frontera con el estado de Roraima, en Brasil. Desde allí fuimos conducidos al aeropuerto de Boa Vista, que es la capital del Estado, y en distintos vuelos llegamos hasta Porto Alegre, y desde allí hasta la frontera con Rivera, en Uruguay. El ingreso a Brasil no fue regular, nadie nos pidió documentación. Y para los vuelos domésticos tampoco nos fue requerida, pues apenas daban una mirada al pasaporte, sin verificar ningún otro requisito. Ese viaje interno duró unos tres días en total. La parte brasileña de la travesía nos costó 1.500 dólares. A eso hay que agregar otros 600 dólares por el vuelo de La Habana a Georgetown.
– Eso es un dineral en Cuba. Cómo hiciste para conseguir ese dinero?
– Es mucho dinero, si. Yo trabajaba en la cafetería de un nieto de uno de los históricos de la Revolución. Allí sólo iban turistas, diplomáticos y altos funcionarios. Y todo era en dólares. Pude ahorrar con las propinas. Además yo vivía con mis padres, y no tenía que aportar al hogar. Me faltaban un par de materias para recibirme de arquitecta, pero se presentó está oportunidad para viajar y decidí aprovecharla. En Cuba ahora mismo la situación se puso muy difícil. Mi novio, que es arquitecto, ya estaba en Uruguay desde hacía un año, y me insistió mucho para venir. Y aquí estoy. Y no me arrepiento. Me encuentras muy cómoda, trabajo en un ambiente agradable, aunque la vida es muy cara. Mi novio dice lo mismo. Él trabaja para el exterior desde aquí, porque no pudo completar la documentación para revalidar el título en Uruguay.
– Siguen los problemas para conseguir el visado en el consulado uruguayo en La Habana?
– Eso está cada vez peor. Las demoras para obtener una cita en el Consulado son interminables. Eso imposibilita que la gente que tomó la decisión de emigrar a Uruguay pueda realizar los trámites pertinentes para obtener una visa de entrada como turista, que luego habilitaría a tramitar la residencia cuando uno cumple con los requisitos que establece la ley. Pero como la situación en Cuba es desesperante, la gente igual se arriesga a emprender este camino, aún a sabiendas de los problemas de documentación que eso genera.
– Cómo fue tu caso?
– Al llegar a Rivera, como hace la mayoría de los cubanos que no tienen visa para entrar a Uruguay, solicité el ingreso como refugiada. Ese trámite se realiza en la oficina de Migraciones que está allá. Se entrega el pasaporte, se llena un formulario y se explican las razones por las cuales se solicita refugio. Al día siguiente se nos devuelve el pasaporte con un sello de entrada al país en los términos en los que la solicitamos. Ya estando en Montevideo con ese documento solicitamos una cédula de identidad provisoria, que nos permite ya poder trabajar, registrarnos en la seguridad social, a la espera de que poder estar en condiciones de tramitar la residencia permanente.
– Tengo entendido por otros compatriotas que están en una situación similar, que ese trámite tiene otras dificultades que prolongan por mucho más tiempo esa situación irregular en Uruguay.
– He oído lo mismo, pero como hace sólo cuatro meses que estoy en Uruguay, todavía no me he encontrado con esos problemas. Según me han dicho otros cubanos que ingresaron en los últimos dos o tres años, no están otorgando esa residencia porque en nuestro pasaporte no figura visa uruguaya. Se han hecho gestiones a nivel de un organismo que se ocupa de los refugiados en el Uruguay, pero según me han dicho eso no ha prosperado. Lo que quieren los cubanos que ya están establecidos en el país, con un trabajo estable y que incluso han formado familia o han logrado traer la suya desde Cuba, es que se regularice su situación.
– Y qué piensas hacer ahora?
– Recién me estoy adaptando. Estoy muy feliz en Uruguay. Sólo los cubanos que pudimos salir y estamos aquí somos capaces de valorar lo que esto significa. A veces veo que los uruguayos no logran comprender del todo nuestra situación. Pero también me enfrento a los mismos problemas de cualquier otro joven uruguayo de mi edad, que busca abrirse un camino en la vida, construir su futuro. La mayor dificultad no está en obtener un trabajo, sino en el alto costo de la vida con relación al salario que ganamos., Con mi novio alquilamos un apartamento pequeño, que es suficiente para nosotros. Pero si pensamos en formar una familia, ya la situación cambia. Es un tema recurrente en la comunidad. No es que no estemos a gusto en Uruguay. No se trata de eso. Es una pena, porque con una legislación más flexible para el ingreso, con menos trabas burocráticas, podrían venir miles de cubanos más, con ganas de trabajar y salir adelante. Con mi novio ya estamos viendo posibilidades en España.
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El cronista resistió la tentación de intervenir en el diálogo. Temía que al hacerlo la espontaneidad del relato de Eliany, y la confianza que había logrado establecer con su interlocutor compatriota, se disiparan. Dejó pasar algunos minutos, esperó a que el vecino de mesa terminara su capuchino, y luego se acercó a él. Se identificó como periodista, y le pidió algunos comentarios sobre la conversación que había tenido con la mesera.
«Lo que ella me ha contado es casi un calco de lo que han pasado más de 5.000 cubanos que están en la misma situación que ella. Realmente es incomprensible la pasividad del gobierno en este tema. En el discurso se critica la dictadura cubana, la falta de libertades, la opresión que vive el pueblo. Pero en los hechos se actúa con una parsimonia que no traduce ese sentimiento de solidaridad o empatía que se dice de la boca para afuera. El Uruguay está ante una oportunidad única, como es la de recibir decenas de miles de personas con buen nivel educativo, que pueden darle un gran empuje al país y rejuvenecer la sociedad. Y, al mismo tiempo, decenas de miles de cubanos podrían desarrollar su gran potencial, aprovechando las ventajas de una economía libre, un sistema democrático, en un país donde su habla su mismo idioma. Todos ganarían. Es increíble que esto no se comprenda y se actúe en consecuencia».