“La diferencia entre la democracia y la democracia soberana es la que hay entre una camisa y una camisa de fuerza” Timothy Garton Ash
Poniendo en contexto
Cuando en la noche del 31 de julio, escribíamos la primera de esta serie de columnas, tras las votaciones desarrolladas, en ese entonces, tres días antes, advertíamos de la dificultad de hacerlo sobre hechos en pleno desarrollo.
Tras aquella, la noche del 28 de julio, cuando paso a paso veíamos en tiempo real una remake de una más de las tantas farsas electorales protagonizadas por el chavismo en un cuarto de siglo, dejábamos escrito que a partir de allí, se abrían por lo menos dos escenarios antagónicos: o el tirano aceptaba lo evidente -su catastrófica derrota- y buscaba una salida razonable -que no honorable, que no la habría desde que se constituyó en dictador, mero sátrapa bananero- o se abrían las puertas del infierno, una vez más.
El 24 de agosto, a casi un mes de celebrada la votación, con el jaque dado por la oposición mostrando, actas mediante que el régimen quiso desaparecer, un arrollador triunfo y por tanto con un incuestionable presidente electo, Edmundo González, escribíamos una nueva columna consignando lo que, a nuestro juicio, consolidaba definitivamente el Golpe de palacio dado la misma noche del cierre de urnas.
Recordemos, en lo que era un calco de anteriores farsas electorales, las redes sociales no paraban de mostrar a un régimen intentando secuestrar actas, interferir en la transmisión de datos, presionar a delegados para que entregaran sus copias de actas, y todo tipo de tropelías, destinadas a ocultar lo que ya entonces era evidente: una paliza electoral inocultable.
En esa nota apuntábamos que, quizás producto de la soberbia del poder absoluto, el régimen contaba con que, cualquiera fuera el resultado, cometería fraude y tras las previsibles protestas y garrotazos, todo volvería a la normalidad, a la paz, la de los sepulcros. Lo diferente fue que, esta vez, a pesar de proscripciones, persecuciones, secuestros, y toda clase de salvajadas previas, la oposición contaba con las mañas chavistas y había preparado un plan casi perfecto.
La conferencia de prensa de Machado y González, mostrándole al pueblo venezolano y al mundo, a través de una página web segura desarrollada por el Comando Venezuela, mediante la carga de más del 70% de las actas, revela blanco contra negro un avasallador triunfo en una proporción de dos a uno respecto del chavismo. Esa noche, una granada de fragmentación explotó en Miraflores.
Esto, introducía un cambio cualitativo en las reglas de su propio juego. Una cosa era sostener el patético anuncio del TSE por parte del no menos lastimoso señor Amoroso (es apellido, nunca adjetivo) otorgándole al patrón el 51,20% de los votos –número fetiche del Foro de San Pablo para sus marrullerías electorales, vea si no, cómo “ganó” Lula, o Petro- y muy otra, la de enfrentarse a un fraude que necesitaba doblar su votación real. Con represión, esta vez, no iba a bastar.
Lo que, el día 24 de agosto, venía a consolidar era el golpe palaciego –en una huida hacia delante evidenciada por la brutal represión desatada que, en cantidad y cualidad, hacía empalidecer las anteriores salvajadas, cerrando toda posibilidad a una salida por lo menos civilizada- fue la culminación de la maniobra ordenada por Miraflores al Tribunal Superior de Fraudes, para que tomara cartas en el asunto y le declarara presidente electo y que las actas las fueran a buscar a donde cayó el avión.
El columnista quisiera haberse equivocado, cuando describía este dantesco escenario de represión, secuestros, torturas indiscriminadas y persecución de venezolanos por el único “delito” de transmitir un Acta Electoral, como el más probable.
Esta tercera columna, tiene por objeto analizar el nuevo escenario provocado por la grotesca pretensión del usurpador de someter a una inexistente justicia al presidente electo. Junto con ello, aportar un encare diferente de un conflicto agravado con características de guerra civil – con la salvedad que esta tiene un solo bando armado– que no sólo involucra a Venezuela, sino al continente y al mundo entero, en donde se juega no solo el poder en ese país, sino el concepto de democracia mismo.
Con Venezuela, el descaecimiento de las democracias
Si bien la columna ha abordado este aspecto reiteradamente, debe asumir como un error conceptual no haber puesto el énfasis suficiente tanto en la extraterritorialidad del conflicto, sino, de su carácter multiforme respecto de los valores y actores en juego. Mea culpa.
Veamos a qué nos referimos.
Si retrocedemos la lente de nuestro visor y ampliamos el foco al resto de América, nos encontraremos con hechos muy interesantes, llamativamente sugerentes y todos, con la aparente misma dirección.
Es archisabido que los regímenes autoritarios de todo pelo suelen aprovechar los momentos en que el mundo ve captada su atención por algún evento particularmente grave o traumático, para acometer sus propias tropelías.
La invasión rusa a Ucrania, el pogromo perpetrado por el terrorismo islamista de Hamás en Israel, son dos hechos paradigmáticos que, o bien se usan para sus subalternos propósitos o sirven como elementos distractores para que sus acciones pasen más o menos desapercibidas.
Piense el lector, en lo que ahora mismo está sucediendo en México, por ejemplo, donde el líder el nuevo PRI, López Obrador, luego del primer dedazo en Sheibaum, arremete con un proyecto que somete a la Justicia a la voluntad del gobernante y por tanto, del Partido. Factura Foro de San Pablo.
Advierta el lector la rápida deriva totalitaria en Brasil, de la mano de un golpe judicial que ha convertido al todopoderoso juez Alexandre de Moraes en un virtual dictador judicial y factótum único de poder. Factura Foro de San Pablo.
Con la lente puesta a prudente distancia, este proceso venezolano que nos trae hasta el hoy ridículo -pero igualmente trágico- de un usurpador ordenando cárcel para un presidente electo, tiene un largo relato y múltiples actores.
Desde el fallido reconocimiento de Juan Guaidó como presidente provisional y la batería de sanciones internacionales, fundamentalmente desde Estados Unidos, el Grupo de Tareas del Foro de San Pablo ha estado operando, con prisa y sin pausas, con el objetivo de sostener a la vaca petrolera venezolana de la que todos maman.
A lo largo de estos años, el Eje Rusia-China-Irán ha sentado sus reales, con la pasividad-complicidad de muchos, en la mesa venezolana, sirviéndose generosas porciones de la torta que aún queda, y de la que el Clan de los Soles -escudado tras un chavismo esclerosado y un socialismo siglo veintiuno, instrumento de esclavitud hambreadora- se ha valido para su obsceno enriquecimiento.
Con el Foro de San Pablo al volante
Si hubiera que fijar el inicio de este último proceso, tal vez haya que remitirse a octubre de 2023 con la firma de los llamados “Acuerdos de Barbados” en los que actores internacionales -cuyo principal impulsor, México, es fundador y conspicuo integrante del Grupo de Puebla, la segunda marca que el Foro de San Pablo utiliza para sus escarceos diplomáticos- en los que se fijó un proceso electoral que culminaría este año, sujeto a algunas condiciones indispensables, tales como el compromiso del régimen de no inhabilitar candidatos, de proceder a una oportuna y transparente depuración del padrón electoral y la participación de observadores internacionales independientes.
Leí alguna vez que, en lenguaje y corrillos diplomáticos, acuerdos es como se le llama a lo que se firma tras arduas negociaciones, con el objeto de que una u otra parte, o ambas, los violen al día siguiente de la rueda de prensa donde fueron anunciados. No otra cosa podía suceder esta vez, como antes y antes de antes.
A riesgo de extendernos, vale la pena hacer un sucinto resumen del proceso que culminaría con el acto de votación, el que merece ingresar en la antología del delirio mágico aplicado a la política. Ello para que veamos luego qué credibilidad pueden tener los que olvidan esos polvos a la hora de analizar estos lodos.
No podría haber proscripciones. María Corina Machado, ganadora por demolición de la interna de la oposición, inhabilitada. A pesar de muchas opiniones que, tras ello, debía abortarse el proceso por evidente interés de impedir una elección normal, la líder opositora propuso una candidata de alternativa, una prestigiosa académica octogenaria, Corina Yoris. Inhabilitada.
Otra vez a empezar. Un tercer candidato propuesto: Edmundo González Urrutia, 74 años, un exembajador. Al final, autorizado.
Lo de la campaña, daría para una película. MCM también inhabilitada para volar. Se le negaron los derechos políticos, electoral, y también aéreos. Pero, por si fuera poco, también el derecho a circular por vías públicas. Allí donde iba, le salía una fuerza armada para impedirlo. Viajes en lanchas, en buses, en la noche.
En tanto, el régimen instauró un nuevo delito: asistencia a una candidata proscripta. Quienes le proporcionaran alimentación, alojamiento o traslados, eran apresados, decomisados, incriminados. Y, tras cuernos, palos.
Previo al acto electoral, la expulsión de todos aquellos observadores internacionales de los que el régimen no estuviera seguro de su total y absoluta fidelidad canina al Tirano.
Todo como para que se supiera que la posibilidad de un fraude era una certeza.
Un partido, muchos jugadores, sin jueces y varios haciendo tiempo
Si bien los acontecimientos tal como vienen desarrollándose, se corresponden con uno -el más probable desde el inicio- de los escenarios, se asume que hubo en el análisis un error notorio en cuanto, en todo momento, se lo hizo desde la perspectiva exclusivamente interna de la realidad venezolana.
Hoy tenemos muchos más elementos objetivos y señales inequívocas que abonan, con razonable certeza, la idea que esta farsa estuvo desde el principio, perfectamente guionada, y que desde el cerno del Foro de San Pablo que reside en La Habana, pero también en Brasilia, Ciudad de México y Bogotá, se proveyó de la leña que hicieron estas brasas.
Ellos fueron los impulsores, junto con la culposa posición apaciguadora -por decirlo suavemente, aunque ganas no faltan de usar otros términos- de la Administración Obama (bueno, sí, Biden-Harris) que firmaron el guion en Barbados.
Conscientes que el régimen no iba a jugar limpio, simplemente porque no está en su naturaleza, porque además no podría ni queriéndolo, todos ellos asumían que las votaciones serían un ritual que, más o menos, daría una idea de elección y que los resultados, ya determinados, podrían mantenerse dentro de ese margen de nebulosa que el tal Foro ha venido imponiendo en la región.
Se utilizan algunos de los cretinos útiles que pululan en torno a los petrodólares para que diga que fue un acto ejemplar, todo muy normalito, y luego el CNE anuncia su 51,2%, se autoproclama el Jefazo desde la tribuna rojo-rojita, y a ver quién se anima a decirles que no.
Recuérdese qué pasó en las elecciones estadounidenses, de las fundamentadas sospechas y de la inexplicable presencia de algunos operadores foristas en el propio “teatro de operaciones”. Lo mismo para Brasil, donde se revirtieron tendencias que parecían irreversibles, donde los datos parecían no llegar y hacerlo de forma masiva, con resultados que difícilmente resistirían una auditoría independiente.
Si las cosas resultaban como se preveía, y el fraude lograba pasar sin mayores traumas, Venezuela y Maduro les otorgarían a las elecciones en América un baremo distinto, bastante más laxo aún como para que regímenes con vocación de eternidad buscaran reelegirse una y otra vez.
La patada al tablero
La publicación por parte del Comando Venezuela de los resultados reales, mesa por mesa y acta por acta, desde una web accesible en todo el mundo, fue un torpedo que impactó debajo de la línea de flotación del buque llamado Fraude.
Ese escenario, no previsto, obligó a muchas y variadas acciones tendientes a salvarle la ropa al tirano, sin que esa entelequia llamada “Comunidad internacional” hiciera demasiada alharaca.
A ese propósito colaborarían y colaboraron efectivamente, los gobiernos cómplices de Brasil, Colombia y México, dándole oxígeno al déspota destronado, no reconociendo al presidente electo, y dándole al tirano -desde entonces usurpador pleno del poder– un plazo para presentar (manipular, truchar, modificar, inventar, desaparecer, lo que fuere necesario y que los chinos hicieran posible) las actas, que ni la Constitución le reconocía.
Esperaremos por las Actas dijeron. Y esperaron. Todavía esperan.
Mientras tanto, de la cocina del exCelso Amorín, salía la burda propuesta de realizar una nueva elección. Hasta que el chavismo gane, les faltó decir.
No dijeron, ni dicen, que después del pronunciamiento del Tribunal, sin prueba de clase alguna nada había para esperar.
No dijeron ni dirán nada acerca de que, todo lo que hasta el hartazgo el tirano había prometido, que ganarían por las buenas o por las malas, que si no ganaban habría un verdadero baño de sangre, que la paz sólo sería posible con el chavismo en el poder y que en Venezuela nunca más gobernarían los fascistas (o sea, los otros, todos los otros), lo está cumpliendo a carta cabal.
Mientras tanto el Cartel de Miraflores, todavía bajo el mando de Maduro, no espera y día a día aumenta la saña con la que ha decidido declararle la guerra a ese pueblo que le dijo NO. Y la vesania de la tortura sistemática, sobre la que los testimonios recorren el mundo, amenaza convertir a la Lubianka stalinista en una Colonia de Vacaciones al lado del tenebroso Helicoide.
A modo de conclusión
Tras este mes y medio casi, transcurrido desde la votación, parece cada vez más claro que Venezuela, para el Foro de San Pablo dirigido desde La Habana por sus socios fundadores la Dinastía Castro Ruz, y sus socios del Eje Rusia-China-Irán, constituye un intento por consolidar en Caracas una autocracia, que funcione bajo el modelo putinista de una democracia administrada.
De resultar exitoso tal intento, el modelo podría replicarse -como ya lo está haciendo en Brasil, Colombia y México-, al resto de América, con el fin último de constituir un bloque político preparado para jugar en el tablero mundial.
Sobre ese mundo de bloques, gobernados por autocracias totalitarias, planea el fantasma orwelliano, cada vez menos distopía y más cerca de la cruda realidad.