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Contraviento

El futuro es Venezuela

8 septiembre, 2024

Graziano Pascale 

No hay tema más importante en esta campaña electoral que la tragedia de Venezuela. Esa importancia la confirman los medios de comunicación tradicionales y los propios partidos políticos uruguayos plena campaña electoral, que no advierten -los democráticos, al menos- que de nada servirá ganar estas elecciones barriendo sobre la alfombra.

Los lectores que siguen estos artículos, tanto en Contraviento como en las redes sociales, habrán comprobado -algunos hasta se habrán hartado- la insistencia sobre la situación dramática de Venezuela. Esa preocupación nació cuando viajé a Venezuela en ocasión de la campaña del año 2012, en la que Chávez fue proclamado vencedor sobre Capriles.

La asfixia del poder del gobierno sobre la oposición era ya absoluta. Los líderes opositores actuaban como si tuvieran en frente a un gobierno tradicional de la democracia, mientras que el gobierno ya actuaba con los modales típicos de las dictaduras.

Volvamos a Uruguay. La hegemonía chavista coincidió con la hegemonía política del Frente Amplio. Negocios de todo tipo entre ambos Estados -todos bajo la sombra de la corrupción cuando no de la confirmación de la misma- silenciaron muchas voces. Empezando por voces dentro de la propia izquierda, cuando el emblemático semanario Brecha dio por terminada abruptamente su investigación sobre el «Fondo Artigas- Bolívar», al amparo del cual se hicieron los primeros negocios, algunos con participación de familiares del presidente Vázquez.

La ilusión de recibir parte de la fabulosa riqueza petrolera de Venezuela -el «excremento del diablo», como la definió un político de aquel país – se encargó de rodear de silencio aquellas sospechas, que eran comentario obligado entre periodistas, políticos y diplomáticos. Con excepción del Poder Judicial, el resto de la sociedad uruguaya había asumido esa realidad.

A ese interés de los poderosos que se beneficiaban con esos negocios, se unió la complicidad ideológica con aquel régimen, que no dejaba de ganar elecciones usando métodos que en Uruguay hubieran escandalizado incluso a los que los festejaban.

Y así fueron pasando los años. Pocos se interesaban con lo que allí pasaba, y miraban para el costado cuando las denuncias caían en Uruguay. Voces adictas, censura velada, y la convicción de que costaría muy caro enfrentar ese alud de negocios corruptos manejados por individuos de nulo talante democrático, hicieron el resto.

Y ahora, cuando aquellos silencios cómplices ya no sirven de nada, cuando hacer chistes estúpidos sobre una posible invitación al dictador Maduro no hacen gracia ni a los partidarios del humorista, cuando no se puede negar lo evidente, cuando la vergüenza ya se ha apoderado de los servidores de estos criminales, llega la hora de la verdad.

Claro que la escasa presencia de este drama en la televisión uruguaya determina que no sea tema de relevancia en la conversación política. Ya se sabe que se habla no de lo que importa, sino de lo que le importa a quien arma el contenido de los noticieros, aumentando minutos para unos temas, disminuyéndolos a otros, o, simplemente eliminando temas molestos que pueden motivar llamadas telefónicas a los superiores.

Así funciona. Hasta que llegamos a las elecciones fraudulentas, frutos de acuerdos que todos sabían que la dictadura no iba a respetar, fingiendo que se trataba de una transición ordenada a la democracia. Con la frutilla sobre la torta del candidato ganador teniendo que pedir asilo político en España porque teme por su vida.

El drama está delante de nuestros ojos. Se trata de la degradación absoluta de la democracia, donde sólo se conserva a duras penas la apariencia de tal, pero cuyo contenido es de las viejas tiranías que ha conocido el continente.

Es tal el prestigio que tiene la democracia, que el modelo comunista de partido único, que dice gobernar en beneficio del pueblo por ser «la vanguardia del proletariado», ya no funciona más. Ahora el modelo se ha perfeccionado. Y es el que vemos Venezuela.

Creer que esto sólo le pasa a los demás, es un error que puede costar muy caro. La oportunidad para desenmascarar a los cómplices de estos criminales nunca ha estado más cerca que ahora. Perderla puede costar muy caro.