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Contraviento

Amsterdam: la soledad de Israel y la definitiva “Solución final”

9 noviembre, 2024

A los que ayer, a lo largo y ancho del mundo, despertamos con las espantosas imágenes del pogromo islamista de Ámsterdam, así como asistimos hace casi 400 días a aquellas llegadas desde el mismo infierno de los kibutzim y la fiesta Nova en Israel, nos puede estar pasando lo mismo.

Jorge Martinez Jorge

La soledad de Israel” es el título del reciente y último ensayo del filósofo, escritor y periodista de guerra argelino-francés Bernard-Henri Lévy -judío, obviamente- sobre el cual nos proponíamos escribir esta columna.

El ensayo debía ser el centro, habida cuenta que BHL le pone argumentos y razones a lo que, desde hace casi 400 días -que son los que nos alejan, pero no separan, del horror- venimos sintiendo, cada vez con mayor certeza, y que es, precisamente, la soledad de Israel.

Una realidad que comenzamos a constatar tras lo que Lévy llama “el acontecimiento” -refiriéndose al pogromo del 7-O-, basándose en el filósofo Schürmann, porque tiene como principal característica la de ser algo inédito en su forma. Y agrega el autor, en la época de los “espectáculos integrados” de los que hablaba Guy Debord, un “acontecimiento” se inscribe en un panorama que parece creado para él.

Porque pogromos contra judíos, y por su sola condición de tales, ha habido, por miles, desde lo más profundo y oscuro de la historia, seguramente con la misma saña que éste y, sin embargo, hay aspectos no menores que le diferencian de todos los demás y justifican la denominación de acontecimiento.

“…porque lo que ocurrió aquel día, jamás había sucedido antes. Si, fue un linchamiento como los vividos anteriormente, solo que multiplicado por mil. Un secuestro de rehenes sin parangón desde que tuviera lugar el rapto de las sabinas por parte de los romanos de Rómulo. Un ataque con motos, camionetas y parapentes, arrasando con todo a su paso y perpetrado por sorpresa, mientras se difundía en tiempo real a través de las redes sociales en las que se exaltaba la caza de judíos como si fueran ganado. Esto nunca había pasado…”

Es un acontecimiento por su condición de imprevisible. Y lo es, además, porque incluso luego de haberlo visto y oído, una y otra vez, siguen pareciéndonos impensables, incalculables.

Purgando judíos

 

El mismo día que escribíamos las líneas anteriores, referidas al ensayo “La soledad de Israel”, en la red social “X” la periodista Caroline Glick postea el siguiente texto, “Ahora los autores judíos deben firmar juramentos de lealtad a los terroristas palestinos si no desean ser boicoteados«, como introducción a un artículo de la publicación digital Commentary titulado “Purgar a los judíos de las artes”.

En el artículo, firmado por Seth Mandel, en el que se refiere a la iniciativa liderada por la escritora Sally Rooney, dice el columnista, en un párrafo inicial cargado de ironía que ella “…es una figura clarificadora en el mundo literario. Ella no apuesta por la complejidad ni por los matices, y no le gusta dejarse abierta a la interpretación. Rooney ha escrito la misma novela cuatro veces, probablemente para evitar cualquier posible confusión sobre lo que quiere decir. Y en lugar de esconderse detrás de alguna afirmación falsa de “sólo antisionismo”, hace cosas como oponerse a la traducción de su última novela al hebreo, un acto de abierta hostilidad hacia los judíos y sólo hacia los judíos.”

Para escapar a la purga antijudía que propone Rooney y sus secuaces, se exige a todo artista judío, de cualquier nacionalidad, suscribir una prueba de fidelidad que, básicamente consiste en lo siguiente:

No cooperaremos con instituciones israelíes, incluidos editores, festivales, agencias literarias y publicaciones que:

“A) son cómplices de violar los derechos palestinos, incluso mediante políticas y prácticas discriminatorias o blanqueando y justificando la ocupación, el apartheid o el genocidio de Israel, o

“B) Nunca han reconocido públicamente los derechos inalienables del pueblo palestino consagrados en el derecho internacional.”

Como dice con acierto, el artículo “los israelíes están bajo fuego desde siete frentes en una guerra que comenzó con una invasión explícitamente genocida por parte de representantes iraníes, y si no haces algo para ayudar a la causa de exterminar a tu propio pueblo, desde ahora estás desterrado de las artes

Tanto como enterarnos de los dichos y hechos de Rooney, más conocida por sus activismos que por sus elementales cualidades literarias, importa también saber quiénes se han subido al carro mccarthista propuesto.

Los neo inquisidores que nunca han de faltar

Para sorpresa de nadie, a este intento inquisitorial de convertir manu militari a los judíos en dhimmis de los políticamente correctos propalis, se ha subido más de un millar de escribas. Cierto es que, en su enorme mayoría firman seducidos por los 15 minutos de Warhol -de los que su mediocridad los habría privado-, pero también que hay nombres importantes como Arundhati Roy.

Como dice Fania Oz-Salzberger “mi difunto padre, Amos Oz, habría estado triste, disgustado, pero orgulloso de haber sido prohibido por estos 1.000 escritores y literatos. Y prohibirlo lo harían. No porque no le importaran los palestinos, por supuesto que sí, sino porque sería el primero en decirles a estos señalizadores de virtudes que son histórica y políticamente ignorantes”.

Las tres guerras de Israel

 

Desde el día siguiente al acontecimiento del 7-O podían percibirse señales de que, lo que vendría, no sería una etapa más del añejo conflicto palestino-israelí, o, por hacerlo más antiguo y amplio, árabe-judío. No solamente porque no se circunscribiría al aspecto, por así decirlo, militar, sino – y fundamentalmente- político y retórico, librado a través de la profusión de medios puestos a disposición para una guerra mediática.

La primera guerra, la previsible, la de los 5 frentes es la militar. La previsible -y quizás buscada por los invasores- de la invasión de Gaza tras los asesinos del 7-O y el retorno de los rehenes, aún pendiente para más de 100 de ellos. El segundo, el inmediato ataque por parte del grupo terrorista, brazo armado de Irán, Hezbollah, desde la frontera norte de Israel, en territorio libanés, a pesar de ser territorio “desmilitarizado” y confiado a la UNIFIL por parte de la ONU en su Resolución 1701, nunca respetada.

Luego, las de los ataques desde Irán, desde Irak por parte de milicias yihadistas que operan allí, así como de los Hutíes de Yemen.

En todas ellas, en especial en la guerra contra Hamás y contra Hezbollah, llevadas adelante con singular y rápido éxito, se desarrollaron no gracias a, sino a pesar, de la entelequia comúnmente mal llamada comunidad internacional. En algunos casos y momentos, con un reticente y tímido apoyo de sus supuestos aliados, básicamente EEUU, y, en la mayoría, con la abierta hostilidad del resto.

Merece un capítulo aparte, el papel jugado por los organismos internacionales, liderados por la ONU y su Secretario General António Guterres, así como la de la UNRWA a lo largo de 7 décadas y media como gestora del mantenimiento del conflicto eterno en torno a la industria del refugiado -como semilla de terrorismo- por ella creado.

La segunda guerra es la política, o más precisamente, geopolítica, donde casi a diario los sucesos obligan a una reconfiguración permanente de las alianzas, el minúsculo estado de Israel se ve obligado a atender con tanta energía y determinación como si de un frente militar se tratara.

En este aspecto, Lévy introduce una tesis propia, recogida en su libro de 2018 “El Imperio y los cinco reyes” en la que pone al mundo -geopolítico- girando en torno a lo que llama los 5 reyes, haciendo referencia a los monarcas de la historia bíblica según la cual Abraham debió luchar para salvar a su sobrino Lot.

Los cinco reyes que vertebrarían los equilibrios de poder, en la mirada de BHL son Rusia, China, la Teocracia iraní de los ayatolás, la Turquía neo-otomana y, por último, los Califas -o aspirantes a- del yihadismo islámico.  Cada uno de ellos, empeñados en jugar el juego de cambiantes alianzas con un objetivo común, el de restaurar glorias pasadas, la de Pedro el Grande en Rusia, la de las Dinastías Qin y Ming en China, la de la Sagrada Puerta otomana y la de los Sultanes omeyas y abasíes.

Una configuración esta, ya vista en la invasión rusa a Ucrania, que tiene como enemigo al decadente imperio estadounidense, y como objetivo a la, no menos sino más, decadente Europa colonizada desde varios frentes.

En esa fiesta, el pato de la boda de Occidente (si es que, todavía, a la sumatoria de América y Europa puede llamársele así) es Israel, llamada, u obligada, a combatir y derrotar a este cartel de enemigos, porque en ello le va su propia supervivencia. Literalmente, tanto la del Estado, como la de los menos de 7 millones de judíos israelíes.

Qué mal huele Ámsterdam

 

Leer a Stefan Zweig, en especial en su formidable obra autobiográfica “El mundo de ayer”, no es una visita al pasado sino uno al futuro. Nacido en la Viena de los Habsburgo en 1881, vivió sus primeros 19 años en un siglo XIX europeo que parecía haber puesto fin a la era de las guerras y se lanzaba, de lleno, a la conquista de un futuro esplendoroso, donde solamente habría lugar para “el progreso”.

Su condición de judío, por entonces, poco y nada importaba. Los numerosos judíos austríacos se consideraban ampliamente asimilados y aceptados dentro de una sociedad destinada a perdurar.

Dueño de un intelecto de excepción, en medio de una sociedad gerontocrática, ingresó tan tempranamente como a los 19 años como “folletinista” de la Neue Freie Press, publicación que para el mundo germano equivalía a lo que el Times para el inglés o Temps para el francés, desde que allí ponían su firma Anatole France, Émile Zola, Ibsen, Strindberg y Shaw entre otros. Y lo consiguió con una sola carta dirigida al Editor de la NFP, un tal Theodor Herzl.

Es un joven Zweig quien enuncia una sentencia que bien podría haber sido grabada en piedra para recuerdo de los tiempos por venir. Es la que sostiene que «ningún testigo de cambios significativos para la Historia, puede reconocerlos desde el inicio.»

Le sucedió a él, y a generaciones enteras en su misma tierra europea con los sucesos que llevaron a la Primera Guerra mundial, al surgimiento del nacionalsocialismo y a la locura nazi de la Segunda Guerra. Le pasó con Hertzl, y tal vez a este mismo, cuando como surgido de una epifanía publicó su manifiesto que daría lugar a la creación del Sionismo como movimiento político europeo destinado a dotar de un hogar y un Estado al pueblo judío en la diáspora, en su tierra ancestral, Palestina.

No lo sabían tampoco los judíos que hace exactamente 86 años, eran protagonistas obligados de la Kristallnatch, lo que ese pogromo múltiple y letal significaría como punto de partida hacia lo que luego se conocería como la Shoa, la “Solución final” para los judíos por parte del nazismo.

A los que ayer, a lo largo y ancho del mundo, despertamos con las espantosas imágenes del pogromo islamista de Ámsterdam, así como asistimos hace casi 400 días a aquellas llegadas desde el mismo infierno de los kibutzim y la fiesta Nova en Israel, nos puede estar pasando lo mismo.

Ese parteaguas que fue el 7-O en Israel, lo ha sostenido esta columna ya varias veces, era la apertura de las puertas del averno, que terminaría dejando expuesta la Caja de Pandora del antisionismo mundial, puesto en estado de latencia desde los juicios de Núremberg, y escudado cómodamente bajo la corrección política de un “simple antisionismo”.

Si lo de Países Bajos -que los mass media trataron de ocultar bajo el rótulo de simples “disturbios” o “altercados” entre hinchas de fútbol y militantes pro-Palestina- adquiere ribetes asimilables a una nueva Kristallnatch es por algunos aspectos que, por simbólicos, no pueden ser ignorados. Lo uno, que Ámsterdam y Holanda, es la tierra de Anna Frank, símbolo donde los haya de la demencia nazi antijudía. Y también, porque lo fue de Baruch Spinosa, filósofo judío sefardí que apeló a la razón como camino hacia la libertad.

No es menos simbólico que los milicianos antijudíos hayan arrojado judíos al río, toda vez que arrojar hasta el último judío al mar se ha convertido en el santo y seña del antisemitismo islámico.

A todo esto, agréguese un tercer elemento -ya presente en el acontecimiento del 7-O al que alude Lévy- que es la de la celebración a cara descubierta del linchamiento, por parte de atacantes, partidarios y simpatizantes del antisemitismo militante, tal y como si hubiesen ganado un Campeonato Mundial.

La definitiva “Solución final”

Lo anterior nos trae hasta la tercera guerra que es la dialéctica, la del relato y de las ideas. Una de esas ideas -totalizantes y por tanto con vocación totalitaria- es la de la corrección política, la que dictamina qué, de quién, cuándo y qué cosas pueden, y sobre todo, no pueden decirse.

Tras la Segunda Guerra, los juicios de Núremberg y, sobre todo, tras el juicio de Eichmann en Jerusalén, así como la profusa literatura publicada en torno a la Shoa y la bárbara máquina industrial de exterminio judío montada por el nazismo, el antisemitismo cayó en esa categoría, el de, por lo menos, políticamente incorrecto.

Habida cuenta que, como se viene a demostrar hoy en día el antisemitismo nunca dejó de existir, el problema que se les presentaba a los antisemitas -sobre todo en Occidente- era cómo decirlo sin decirlo.

Los procesos de descolonización, y los revisionismos históricos derivados de ellos, en un marco de guerra fría, y los intensos debates ideológicos producto de una cada vez más culposa identidad occidental, capaz de odiarse a sí mismo, dieron pie a que los movimientos anticolonialistas y antiimperialistas unieran armas.

Tras ellos, con la causa palestina convertida en eterna, y a su contraparte, el Estado judío como opresor de aquellos, hizo que un antisionismo asimilado a resistencia al opresor y barrera al supuesto expansionismo israelí apoyado por el Imperio, se convirtiera en la pantalla ideal tras la que se escudarían los antisemitas de siempre.

El antisionismo se convirtió entonces, en la nueva causa de las progresías occidentales, abundantemente financiadas y apoyadas por los petrodólares islámicos, fundamentalmente de Qatar e Irán, y de otros dos de los 5 reyes, Rusia y China jugando sus cartas antioccidentales. Todo ello, con la invalorable ayuda y cobertura de la ONU y sus Agencias, debidamente cooptadas para esa causa.

Y en esta guerra, crucial, es donde Israel parece más sola que nunca. Es de la derrota en esta guerra -paradójicamente en inversa proporción a los éxitos militares que exacerban el odio y resentimiento- de donde hoy surgen los antisemitismos más radicales que, superada la fase de la dialéctica, van a la fase de la acción directa, con un solo objetivo: el exterminio, tanto en Israel como en el resto del mundo, de hasta el último judío. Como suele escucharse en esos antros virtuales de antisemitismo, dispuestos a terminar con lo que Hitler dejó sin hacer.

Así las cosas, tras el 7-O y Ámsterdam, la diáspora deberá volver la vista un siglo atrás para comprobar que Theodor Herzl siempre tuvo razón, que la asimilación no era posible entonces y sigue sin serlo hoy día, menos en una Europa islamizada donde los propios europeos van camino a no tener lugar.

Dicho esto, se precisa no menos, sino más sionismo, porque Israel será -si ya no lo es- y mientras resista, el único lugar en el mundo donde un judío podrá ser judío.