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Contraviento

Qué hacer cuando los líderes se equivocan?

28 noviembre, 2024

Graziano Pascale

No hay victoria posible cuando se diseña y aplica una estrategia equivocada. Esta es la verdad, fría y dura, que se esconde detrás del fracaso electoral del gobierno de la Coalición Republicana en su intento de ser reelegido.

Repasemos algunos hechos, que despejan cualquier duda al respecto. Para ello es necesario remontarse a la reforma constitucional de 1996, que introdujo el balotaje, o, más lejos aún, a 1971, cuando se funda el Frente Amplio, el gran vencedor de la última elección. Todo ello nos conducirá a la conclusión, bastante obvia para un analista independiente -aunque no tanto para los líderes partidarios- de que se estaba restaurando el bipartidismo, pero ahora en clave de bloques, como  consecuencia directa de la forma de elegir al presidente por mayoría absoluta en una segunda vuelta.

Está claramente demostrado por la evidencia empírica que cuando hay un solo cargo político en disputa en el sistema democrático -la presidencia de la República, por ejemplo-, la tendencia es hacia la conformación de un modelo bipartidista, que es el único que asegura la alternancia en el poder, y reafirma el «voto útil», ya que desalienta a votar a fuerzas sin chance de ganar la elección.

Los sistemas de partido dominante se asientan, precisamente, en la división de la alternativa opositora entre varias opciones que luchan entre sí y también contra el partido dominante al mismo tiempo, en un juego que lleva inexorablemente a la victoria de la fuerza hegemónica.

Ejemplo clásico de lo anterior es la hegemonía del Frente Amplio en Montevideo. Inaugurada en 1989 con la victoria de Tabaré Vázquez, fue solo el primer paso hacia la conquistar del poder a nivel nacional. Y tras alcanzarlo en el año 2004, le bastó sentarse a esperar que la oposición se mantuviera dividida, para conservar el poder en forma indefinida.

El traspié electoral sufrido en el 2019 fue pasajero, y el «modelo Montevideo» es el que ahora se impondrá para conservar el poder en forma indefinida, como viene ocurriendo en la capital desde hace 35 años, en un proceso que con toda probabilidad se sostendrá otros cinco años más tras las elecciones departamentales de mayo próximo.

El principal aliado que tiene el Frente Amplio en esa tarea de conservar el poder es la división opositora. Tan simple como eso. La izquierda así lo entendió en 1971, cuando bajo el liderazgo del Partido Comunista dejó atrás décadas de división para unirse en un lema común.

El sueño húmedo del partido único 

El Uruguay del siglo XX -no aspiramos a ningún reconocimiento académico por revelarlo- es el de la hegemonía del Partido Colorado, que nace de la derrota militar del Partido Nacional levantado en armas en 1904, en rebeldía contra el fraude electoral de un sistema que, tras la apariencia de las formas democráticas, sólo aseguraba la permanencia del mismo partido en el poder, frustrando las aspiraciones de quien era conducido a la derrota por el abuso del poder del Estado, que al efecto tenía cintillo partidario.

En torno de las ideas y la figura de Batlle y Ordóñez, la hegemonía del Partido Colorado se prolongó durante medio siglo, hasta que en 1958, con un Partido Nacional reunificado y el aporte de colorados no batllistas liderados por Benito Nardone, la vieja divisa de Rivera conoció la derrota electoral.

Se abrió entonces un tiempo nuevo, que tuvo como mojón fundamental el fin del sistema colegiado de gobierno y la vuelta al sistema presidencialista, que llevaría nuevamente a los colorados al poder, ahora con el telón de fondo de la crisis social y económica que no encontraba canales de expresión en el sistema de partidos dominante, y excluía a la izquierda en crecimiento de la posibilidad de competir en condiciones de relativa paridad.

La violencia tupamara

El duro fracaso electoral de la alianza del Partido Socialista y un grupo blanco escindido del Partido Nacional, que respondía a Enrique Erro, determinó que un sector socialista decidiera apartarse de la lucha democrática para optar por la vía armada. Se abría así en 1962 una etapa signada por la violencia, que una década después culminaría con una guerra abierta entre las Fuerzas Armadas y el MLN-Tupamaros, que no podía tener otro desenlace posible que la derrota de los alzados en armas.

En medio de esa etapa convulsionada, los grupos de izquierda que no adhirieron a la lucha armada formaron el Frente Amplio, que en las elecciones del 1971 obtuvo el 18% de los votos.

En las elecciones de 1984 ese porcentaje se mantuvo casi incambiada, pero era un hecho que el futuro sólo podía ser de crecimiento continuo. Cinco años después ganó la Intendencia de Montevideo, y en 1994 arañó la Presidencia.

La respuesta de los partidos fundacionales, hasta ese momento actores de un bipartidismo en retirada, fue promover una reforma constitucional que habilitara un sistema de doble vuelta, que sólo postergaría por una elección la victoria del Frente Amplio por mayoría absoluta.

La historia reciente

Lo que siguió era el guión de una muerte anunciada. Uno de los dos partidos fundacionales cedería su lugar en el nuevo bipartidismo en ciernes. No hay lugar para tres en un sistema que obliga a elegir al Presidente de la República por mayoría absoluta.

Así las cosas, la victoria del Frente Amplio sólo se postergó por un período, pero la reforma del 96 «obligó» al FA a ganar por mayoría absoluta, y así lo hizo en tres elecciones consecutivas. Y por sólo unos 30.000 votos no obtuvo la cuarta.

Dicen que las personas que sufren la amputación de un miembro siguen viviendo como si ese miembro existiera, y hasta sienten dolor en el brazo o la pierna que ya no tienen.

Algo de eso sucede en el sistema político uruguayo. Los partidos ahora fueron transformados en bloque por la propia ley electoral, pero los líderes todavía no se dieron cuenta. Los líderes no, pero los votantes sí.

Y aquí es cuando irrumpe en escena la Coalición Republicana, un movimiento de amplia base popular, que encontró en Contraviento y en las redes sociales su canal de expresión, pero que todavía no ha sido entendido por los líderes.

Es tiempo de que lo hagan. Entre otras cosas porque ningún partido liberal tiene destino fuera de la Coalición Republicana. Es eso, o terminar siendo absorbidos por el Frente Amplio.