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Contraviento

El duelo de la Coalición Republicana en las redes sociales

15 diciembre, 2024
Francisco de Goya y Lucientes - Duelo a garrotazos

                   «Duelo a Garrotazos», Francisco de Goya, 1820-1823

Graziano Pascale

De todos los caminos posibles que los partidos de la Coalición Republicana podían haber comenzado a recorrer tras el fracaso del balotaje -ya sea por el resultado en sí mismo como por la magnitud de la derrota- , eligieron el peor de todos: la lucha interna por el control partidario. Así ha ocurrido tanto en el Partido Colorado, en el que Ojeda y Bordaberry cruzaron armas por primera vez luego de la cita electoral, como en el Partido Nacional, en el que la defensa de Valeria Ripoll -una recién llegada sin cicatrices partidarias en su piel- del liderazgo de Álvaro Delgado mereció el esperable correctivo de Javier García, veterano de varias batallas, recordando que ese sitial está reservado para Luis Lacalle Pou.

A esos escarceos, que ilustran sobre la desorientación que campea en las filas del gobierno saliente, se debe agregar la reticencia del senador Manini Ríos, líder de Cabildo Abierto, en aceptar la idea de una coordinación política con miras a ejercer el rol de oposición al gobierno electo. Los rumores sobre una posible revisión de las condiciones carcelarias de los militares detenidos en Domingo Arena no deben ser ajenos, además, a esa ambigua posición manifestada por el ex Comandante en Jefe del Ejército durante los gobiernos del Frente Amplio.

Con este panorama, y sin que haya sido coordinado por nadie sino como una consecuencia natural de los hechos comentados, el posicionamiento de la oposición ante el nuevo gobierno parece haberse trasladado al ámbito de las redes sociales. Se trata de un fenómeno nuevo en la política uruguaya, que debería llamar a la reflexión a los líderes de todos los partidos.

Mientras en las viejas colectividades se sigue el ritual de convenciones y asambleas, precedidas por conciliábulos más o menos reservados, en las redes sociales ha comenzado a fluir un proceso muy rico, que tiene una doble característica: la confirmación de las redes como ámbito de participación política en democracia, y la irrupción de una nueva generación, que deja a un lado la mirada tradicional, y sin aguardar los movimientos de los líderes se lanza de lleno a una tarea antes reservada a las élites partidarias.

El primer balance

Las cuentas personales en la red X de conocidos simpatizantes de la Coalición Republicana, entre los cuales varios columnistas de CONTRAVIENTO, se han ido poblando de ideas y conceptos que permiten ir delineando un «mapa de situación», que incluye tanto un listado de los errores cometidos por la CORE durante la campaña, como visiones de futuro, con el objetivo de superar este traspié electoral, inesperado para muchos tanto por la victoria de la oposición como por la magnitud de la derrota.

Hay un consenso generalizado en atribuir a la falta de un lema común la pérdida de la mayoría en el Senado. Es obvio que los más de  tres puntos de ventaja de los partidos de la CORE en la primera vuelta sobre el Frente Amplio no se tradujeron en bancas por la atomización de la oferta electoral oficialista, que al carecer de un  paraguas electoral común -como desde mediados del año 2023 reclamaban  en las redes partidarios de la Coalición Republicana- «regaló» el Senado al FA.

La existencia de dos bloques o espacios políticos a los cuales los votantes sienten pertenecer ya supera la histórica división entre las divisas tradicionales. La misma hoy sólo sirve como «anzuelo» para captar votantes por parte del Frente Amplio cuando hay que optar por una fórmula en la segunda vuelta. Este es un hecho claro y evidente, cuya negación por parte de los líderes partidarios no alcanza para disimular la realidad.

Las reglas del juego electoral muestran claramente que las mismas benefician -fuera de cualquier duda razonable- al Frente Amplio. Para probarlo basta decir que desde que entró en vigor la reforma de 1996, de las seis elecciones celebradas cuatro fueron ganadas por el Frente Amplio, y tres de ellas en forma consecutiva.

Si trasladamos el ejemplo anterior a las elecciones departamentales de Montevideo, la conclusión es desoladora: el Frente Amplio no sólo ganó las últimas seis, sino también las dos anteriores a la reforma. Es decir que debieron transcurrir 35 años y ocho elecciones consecutivas para que los líderes de los partidos fundacionales comprendieran que en Montevideo sólo un lema común de ambos partidos puede competir con cierta, aunque remota, aspiración al triunfo. Los casos en los que se intentó este camino en las últimas dos elecciones sólo sirven para la estadística, pero no aportan nada a un proceso sincero de asumir la nueva realidad  para dar respuesta a la necesidad de crear una alternancia en el gobierno de la capital. Una democracia sin la posibilidad cierta de la alternancia lleva al indeseado escenario de un partido hegemónico, que gobierna de modo omnímodo, sin que sea necesario acordar políticas comunes con la oposición.

La campaña, la fórmula y los liderazgos locales

La estrategia electoral de la Coalición Republicana, fruto de las reglas que como vimos sólo favorecen al rival, quedó atrapada en una lógica que llevaba ineludiblemente a la derrota. El caso de la conformación de la fórmula del Partido Nacional, que fuera de toda duda razonable iba a ser la mayoritaria en octubre, generó desconcierto no sólo entre sus votantes (el PN obtuvo en la primera vuelta menos votos que en el año 2019) sino también entre quienes estaban llamados naturalmente a votarla en el balotaje.

Los meses que siguieron a las elecciones internas se transformaron en una larga justificación de la elección de Valeria Ripoll como candidata a la vicepresidencia de la República por un partido al que había adherido pocos meses antes. La opción por Ripoll, en desmedro de una figura como Raffo que hubiera permitido «zurcir» el tejido partidario interno, olvidó un principio elemental en toda estrategia electoral: antes de buscar votos «ajenos» hay que asegurar los propios. Los resultados de tal omisión confirman el error cometido. Pero, además, a sabiendas de que en la segunda vuelta es necesario captar la mayor cantidad de votos de los partidos socios de la Coalición, el nombre elegido distaba mucho de reunir los requisitos necesarios para ello.

La reacción de los liderazgos locales en el interior del país, asiento del mayor reservorio de votos coalicionistas, confirmó los peores presagios. Con las elecciones departamentales en el horizonte, los candidatos a la reelección en las intendencias, o a ser electos por primera vez, así como los diputados que ya habían asegurado sus bancas en octubre, y los que por no haberlas conseguido habían perdido también motivación, bajaron los brazos, como han coincidido analistas y observadores.

Haber desligado la suerte de los liderazgos locales de la de los nacionales, como ocurrió tras la vigencia de la reforma de 1996, trajo el germen de la «departamentalización» del Partido Nacional, que esta colectividad ha pagado muy caro.

A la espera de la consolidación de posibles liderazgos nacionales emergentes, Lacalle Pou es hoy el referente al que miran los votantes de la CORE. Si logra asumir el mensaje de las urnas en toda su dimensión, algo que también incluye una mirada crítica sobre cómo incidió en el rumbo que tomó la candidatura de Delgado, la Coalición Republicana puede mirar el futuro con cierto optimismo. Pero si la lectura es errada, y la autocrítica queda por el camino, entonces la tarea de los ciudadanos de a pie será mucho más larga y ardua.