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Contraviento

Orsi, entre el pasado y el futuro, de la mano de Mujica

1 enero, 2025

Graziano Pascale

No debe haber mejor día del año para pensar e imaginar el futuro, que el 1o de enero. Es la primera página de un libro en blanco.
Pero también lo podríamos ver como la primera página de un libro ya escrito.
Y no es descabellado pensarlo así, si asumimos que son nuestros propios hechos y nuestras propias acciones las que van construyendo ese futuro.
Desde esa perspectiva, entonces, qué podemos imaginar sobre lo que encontraremos en las siguientes páginas de este libro ya escrito, y al mismo tiempo -como el gato de Shrodinger- todavía en blanco?

50 años no es nada

El cierre del año viejo vino acompañado de una vuelta al pasado del que nos separa ya medio siglo. Y lo hizo camuflado con el disfraz de la justicia, como un burladero en el que los que desafiaron al toro buscan refugio luego de haberlo sometido al maltrato previo a la faena del torero.
Que hace 50 años hubo gente torturada en centros de detención, que hubo crímenes revestidos de finalidad política, persecución, desprecio y dictadura, no es novedad ni noticia. No lo es ni siquiera en la historia uruguaya, que ya había conocido en otras épocas de su corta historia de dos siglos episodios de crueldad semejante.
La diferencia con el presente es que aquellos hechos, que también en su momento dividieron a la sociedad, se saldaron con una especie de «pacto por el futuro», que podría resumirse en la máxima de «sin vencedores ni vencidos», que selló la Paz de Abril de 1851, que puso fin a la Guerra Grande.
Aunque aquel acuerdo no fue definitivo, porque el país todavía en gestación tenía reservado otros capítulos violentos, dejó sentado un antecedente que de algún modo fue el que selló los siguientes desencuentros.
Cultivar los rencores y los odios del pasado hace invivible el presente, y frustra cualquier proyecto de futuro en común.
La oportunidad se perdió en 1984, cuando el liderazgo político de entonces no incluyó, siguiendo el modelo brasileño de una amnistía «amplia, general e irrestricta», en una misma ley la amnistía para quienes habían delinquido antes y durante la dictadura. La amnistía se acordó en dos leyes separadas, una de las cuales jamás fue puesta en debate, pero la otra estuvo siempre en discusión. Y aunque esa segunda ley, conocida como «ley de caducidad», fue ratificada en dos plebiscitos, estamos desde entonces negándola en los hechos. Imposible seguir así.

Mujica lo entendió

Esa puja entre la amnistía total y recíproca, y el ajuste de cuentas perpetuo, se volvió a manifestar en el cierre del año pasado, cuando Mújica y Topolansky admitieron que hay militares presos en base a falsos testimonios, y una jueza enviaba a la cárcel a un octogenario coronel retirado, postrado en silla de ruedas, mientras se sustancia el proceso penal por hechos de hace 50 años, en base al testimonio de una única persona.
En esos dos episodios se refleja claramente el conflicto del que hablamos.
El nuevo gobierno puede hacer historia -y este columnista cree que lo hará- si da los pasos necesarios para cerrar definitivamente ese oscuro capitulo de nuestra historia.
Y se va a dar la paradoja de que, al proceder de esa manera, encontrará resistencias entre algunos de sus votantes, pero recibirá el apoyo unánime de sus adversarios.
Y cuando esto ocurra quedará de manifiesto con mayor claridad la inconfesable razón de su derrota electoral.
El presidente electo Yamandú Orsi, si se atreve a recorrer el camino que le abrió su líder José Mujica, puede ingresar a la historia como el gran pacíficador del Uruguay, que cierre de una vez las heridas del pasado. Las próximas páginas de este libro todavía en blanco las escribirá él. Y como buen profesor de historia, debe tener claro lo que debe hacer. Actuando de ese modo, se comportará como el presidente de todos los uruguayos, y no de un bando.